Trieste, el secreto literario de Italia

Sumerjámonos en la Trieste literaria de Stendhal, Freud, Julio Verne, Italo Svevo, Umberto Saba, Claudio Magris, James Joyce, Marisa Madieri, Reverte y Jan Morris. Se dice que Trieste, esa ciudad puerto sobre el Adriático, es el secreto literario mejor guardado de Italia, una ciudad donde se conserva la tradición literaria y que sigue siendo fuente de inspiración en el siglo XXI.

Sumerjámonos en la Trieste literaria de Stendhal, Freud, Julio Verne, Italo Svevo, Umberto Saba, Claudio Magris, James Joyce, Marisa Madieri, Reverte y Jan Morris. Se dice que Trieste, esa ciudad puerto sobre el Adriático de la cual repasamos ya su historia, es el secreto literario mejor guardado de Italia, una ciudad donde se conserva la tradición literaria y que sigue siendo fuente de inspiración en el siglo XXI.

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El Siglo XIX

El escritor francés Stendhal, el de La Cartuja de Parma y Roma, Nápoles y Florencia, que es toda una declaración de amor por Italia, vivió unos cuantos meses como cónsul de Francia en Trieste hacia 1830, en las épocas en las que era el puerto más importante del Imperio Austro Húngaro.

Cuentan que el jovencito austriaco, Sigmund Freud, hacia 1876, pasó un año en la estación de investigación de biología marina  de Trieste tratando de resolver cómo se reproducían las anguilas. El padre del sicoanálisis desmembró a más de cuatrocientas anguilas y publicó el artículo –Observaciones sobre la configuración y estructura fina de los órganos lobulados de anguilas descritos como testículos-.

Los seguidores de Julio Verne seguro que se han leído y releído, la que se considera su novela más revolucionara ambientada en la Trieste y la Istria de los Habsburgo y que apareció en francés y por entregas, en el diario Le Temps en 1885. Se trata de Matías Sandorf, en la cual relata las luchas de un conde magiar por la independencia de su patria, Hungría.

En el XX, Trieste sería la cuna de tres de los autores italianos más importantes del siglo pasado, se trata de Italo Svevo, Umberto Saba y Claudio Magris.

Empecemos por uno de los grandes maestros de la literatura triestina, Aron Hector Schmitz, su ascendencia y su vida resumen lo que es la identidad multicultural de los triestinos. Nacería como súbdito del imperio Austro Húngaro en 1861 y moriría como súbdito del reino de Italia en 1928. Adoptó el seudónimo literario de Italo Svevo. Su gran obra literaria es La conciencia de Zeno Senilidad, en sus páginas le da vida al personaje triestino de ficción más emblemático: Zeno Cosini.  

Y en esa época de resistencia cultural en la Trieste italiana de la posguerra de los años 30, se alzó la voz de un poeta y periodista local, Umberto Poli, con su seudónimo Umberto Saba. Hoy en día, muy cerca del café San Marco, se puede visitar la Librería Antiquaria Umberto Saba.

James Joyce, ese bohemio irlandés consideró su segunda patria a Trieste, sobreviviría más de una década dando clases de inglés en la época de esplendor de la ciudad bajo el Imperio Austro Húngaro, entre 1904 y 1916. Allí escribiría Dublineses (1914), Retrato del artista adolescente (1916) y los tres primeros capítulos de Ulises. Hace unos años inauguró el Museo Joyce dedicado a su vida en la ciudad y donde se evidencia la estrecha amistad que tenía con su alumno predilecto, el escritor triestino Italo Svevo. Y si usted camina por el Ponterosso, se cruzará de frente, con la estatua sin pedestal de James.

Algunos autores y algunas escritoras que en el Siglo XXI encontrarían en esta ciudad imperial el material para sus obras.

El triestino pensador y político, Claudio Magris, considerado uno de los mejores ensayistas italianos nacería en 1939, al inicio de la Segunda Guerra mundial y viviría la Trieste ocupada por los aliados y los yugoslavos.  En sus ensayos, novelas y relatos de viajes, este intelectual se ha dedicado a difundir en Italia el conocimiento de la cultura centroeuropea y de la literatura del mito de los Habsburgo.

La escritora italiana, Marisa Madieri, representante del éxodo istriano dálmata, por cuenta de la Yugoslavia de Tito después de la Segunda Guerra Mundial, narra en su libro autobiográfico Verde agua, su propia experiencia como exiliada en el campo de Silos de Trieste donde «todos viven con las puertas abiertas para no sentirse tan solos».

La historiadora y escritora de viajes contemporáneos, la galesa Jan Morris,  conocida como pionera de la defensa de los derechos transexuales, escribiría Trieste y el significado de ninguna parte (2001), un clásico en su género.

Para cerrar este recorrido literario, les recomiendo la obra publicada el año pasado, en plena pandemia, Suite Italiana: un viaje a Venecia, Trieste y Sicilia, por el periodista y escritor español, Javier Reverte unos meses antes de morir. Este pionero de la literatura de viajes, deambula entre el pasado y el presente de estas tres ciudades italianas y su literatura. Sobre Trieste dirá toda la arquitectura, toda la concepción de la ciudad, incluso parte de su manera de ser, o la manera de ser de sus ciudadanos, es austrohúngara, austriaca. Y sin embargo es Italia, y tiene la luz del Mediterráneo.

Un viaje literario por la ciudad adriática de Trieste, la ciudad italiana cruce de caminos que fue el hogar de muchos y grandes maestros de la literatura universal.

Equipo creativo del pódcast de La Bernardi: editora Isabella Prieto, comunicadoras Sofía García y María José Campo. Escúcha 🔈 cada viernes 𝗟𝗮 𝗕𝗲𝗿𝗻𝗮𝗿𝗱𝗶, una historia entre Colombia e Italia en el programa Café Cultural por Clásica 88.5 FM https://www.clasica885.com Pódcast disponible en www.labernardi.com y en spotify.

Trieste la última ciudad en ser italiana I

Cuando están por cumplirse 67 años del retorno tortuoso de Trieste a Italia, los pasearé hoy por la memoria de esta ciudad fronteriza del noreste italiano, puerto sobre el Adriático, codiciada por imperios y regímenes en los últimos siglos por ser el camino hacia una región muy convulsa, los Balcanes. Esta es la historia poco conocida, de un territorio muy golpeado por las dos guerras mundiales. Su destino fue motivo de gran tensión internacional para la Europa de la posguerra.

Cuando están por cumplirse 67 años del retorno tortuoso de Trieste a Italia, los pasearé hoy por la memoria de esta ciudad fronteriza del noreste italiano, puerto sobre el Adriático, codiciada por imperios y regímenes en los últimos siglos por ser el camino hacia una región muy convulsa, los Balcanes.  

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Esta es la historia poco conocida, de un territorio muy golpeado por las dos guerras mundiales. Su destino fue motivo de gran tensión internacional para la Europa de la posguerra.

Trieste, con su herencia romana y veneciana, será la joya del Imperio Austrohúngaro por cinco siglos, el gran puerto comercial e industrial a orillas del Adriático, el lugar por donde los vieneses salían al Mediterráneo. Cuando se alcanza la Unificación italiana, en 1861, Trieste continuará como parte del Imperio, pese a la gran cantidad de italianos que habitaban este territorio.

Durante la dinastía de los Habsburgo, esta especie de ciudad estado, vivirá su época de mayor esplendor con la emperatriz María Teresa, será un crisol de las culturas italiana, eslava, germánica y judía. Se vivió la utopía, un modelo de sociedad multicultural, incluyente y tolerante, en sus calles se escuchaba el italiano y el triestino, el alemán, esloveno, serbio y croata. Los vecinos, bien fueran católicos, ortodoxos o judíos practicaban su fe públicamente.

La tormenta que desataría el enfrentamiento de dos países vecinos, Austria e Italia, durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918), por este rincón oriental de la península, no solo terminó con la desintegración de un Imperio sino con el final de una era para Trieste.

Aunque el mapa del mundo cambiaría y los triestinos obtendrían oficialmente la nacionalidad italiana en 1920, la paz no llegaría para ellos, esta nueva ciudad ya estaba rota por dentro y con el ascenso al poder de Benito Mussolini en 1922, se extremarían las políticas de italianización forzada del fascismo de frontera contra la población de origen no italiano.

Con el ingreso de Italia a la Segunda Guerra Mundial en 1940, la suerte de la provincia de Trieste se complica aún más. Porque primero Italia jugó al lado de los países del Eje junto con los Nazis, pero al ser derrocado Mussolini en 1943, Italia capitula ante los Aliados. Ahí empieza la época más oscura para la población civil al quedar expuesta entre los dos fuegos.

Al finalizar el conflicto mundial en 1945, Trieste quedó herida y fracturada y como si fuera poco, la ciudad fue conquistada como trofeo de guerra por los partisanos comunistas de Tito y el Ejército británico.

Mientras Italia se convirtió en República, en 1946, los dos bandos encontraron una solución muy conveniente para ellos con esta región ocupada y la convierten en 1947, en el Territorio Libre de Trieste, que fue la primera frontera “física” de la Guerra Fría. Winston Churchill le llamaría el puesto fronterizo sureño de la llamada «Cortina de Hierro», ese fue el precio que Italia pagó al perder la Segunda Guerra Mundial.

Diario el Relator de Cali, octubre 7 de 1954: «millares de italianos desfilaron hoy por las calles de Roma, bajo el ojo vigilante de la policía, para celebrar el regreso de Trieste a la patria»

Luego de 8 largos años de gran tensión internacional con nivel alerta roja por la ocupación militar del Reino Unido, Estados Unidos y Yugoslavia, se izóa de nuevo la bandera italiana en Trieste, el 5 de octubre de 1954, por eso se dice que fue la última ciudad en ser italiana.

La elegante y discreta Trieste, hoy capital de la región italiana del Friuli-Venecia Julia, en frontera con Eslovenia y el Adriático, busca de nuevo la convivencia civil entre nacionalidades, culturas e idiomas distintos.

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Mario Mirkow, un triestino en Colombia

Cuentan que el corazón de Mario Mirkow siempre estaría dividido, entre esa dulce melancolía por la Costa Adriática efecto de las ráfagas del bora y el encanto de la altiplanicie campesina cundiboyacense; entre el afecto hacia su familia colombiana y la nostalgia dolorosa por su madre, su hermano y Trieste, esa ciudad portuaria fronteriza del noreste italiano, codiciada por imperios y estados en los últimos siglos por ser puente y camino hacia los Balcanes.

Cuentan que el corazón de Mario Mirkow siempre estaría dividido, entre esa dulce melancolía por la Costa Adriática efecto de las ráfagas del bora y el encanto de la altiplanicie campesina cundiboyacense; entre el afecto hacia su familia colombiana y la nostalgia dolorosa por su madre, su hermano y Trieste, esa ciudad portuaria fronteriza del noreste italiano, codiciada por imperios y estados en los últimos siglos por ser puente y camino hacia los Balcanes.

Sus raíces. Este triestino de ascendencia rusa y croata, nacería en el hogar de Vittoria Tavagna y Stefano Mirkov (*1), el miércoles 2 de diciembre de 1903, en el gran puerto comercial e industrial del Imperio Austrohúngaro. Momentos históricos vividos durante su infancia y su juventud en esa especie de ciudad estado marcarían para siempre su visión del mundo: él rápidamente comprendería que en el juego del poder de las grandes potencias el único perdedor es el ciudadano del común.

La Trieste del Imperio. Su niñez transcurriría en el esplendor de esa Trieste foco de arte y cultura, con intelectuales que brillaban con luz propia como los triestinos Italo Svevo y Umberto Saba y el irlandés James Joyce, a quien la ciudad adoptaría como a uno de los suyos. Para Mario era habitual en mundo infantil, que sus vecinos hablaran como él en italiano y dialecto triestino, o en alemán, esloveno, serbio y croata o que fueran católicos, ortodoxos o judíos practicantes.

La Gran Guerra. Pronto la tormenta que desataría la Primera Guerra Mundial (1914-1918) en Europa, alcanzaría a ese pequeño territorio y su sociedad multicultural donde residía el jovencito Mario, quien además de los horrores de la contienda, sabría de la falta de pan en la mesa, la inflación que cuadruplicaba los precios y el bloqueo de alimentos en el puerto, mientras recorría las calles con periódicos atados a sus pies.

Mario, un súbdito italiano. Mario presenciaría el enfrentamiento encarnizado de dos vecinos, Austria e Italia, por ese rincón oriental de la península, la desintegración del Imperio y la incorporación de Trieste al Reino de Italia (1920) para completar esa unidad nacional que buscarían los ´irredentistas´ desde el siglo XIX, con territorios de mayoría italiana (*2). El mapa del mundo cambiaría y Mario, su familia y los triestinos obtendrían la nacionalidad italiana.

Fascismo de frontera. En el puerto él se haría maquinista naval, aprendería el entramado mecánico de las estructuras de aquellos gigantes que echaban amarras o zarpaban hacia otros mundos. Y sería su profesión la que le permitiría dejar atrás a esa nueva ciudad rota por dentro, a la cual no le llegaría la paz después de la guerra porque con el ascenso al poder de Benito Mussolini se extremarían las políticas de italianización forzada del fascismo de frontera contra la población de origen no italiano.

Exilio voluntario. Un buen día Mario se despediría de los suyos como muchos triestinos, y partiría hacia la América en un buque mercante de bandera italiana en un destierro voluntario y sin retorno. Tocaría tierra en el puerto de Veracruz (México) y después en la Habana (Cuba), donde obtendría la visa para viajar a Colombia.

Cambio de apellido. Entre la tramitología de la expedición de un nuevo pasaporte y su cédula de extranjería y los sellos de aduanas de ingresos y salidas de varios puertos americanos, Mario Mirkov se convertiría en Mario Mirkow por cuenta de algún escribiente que no entendería la pronunciación de su apellido.

La Bahía de la Buena Ventura. A inicios de los treinta, lo primero que Mario divisaría del territorio colombiano serían el faro y las aguas tranquilas de la Bahía de la Buena Ventura, en el corazón del Pacífico. Desembarcaría con un grupo de paisanos en el muelle de  Buenaventura (*3), una ciudad puerto con poca infraestructura, pero con gran movimiento de mercancías europeas, asiáticas y norteamericanas, el cual se fortalecía gracias a la construcción del Ferrocarril del Pacífico, la ruta de salida de los productos de exportación del país, la quinua, el tabaco y el café del Viejo Caldas (*4). 

La región cafetera. Mario Mirkow se adentraría por los caminos de esa Colombia rural, desde la nueva Estación del Ferrocarril de Buenaventura del arquitecto turinés, Vicente Nasi (*5), para llegar hasta Manizales con parte de ese colectivo de extranjeros que apoyaría a lo largo de una década, las obras de reconstrucción luego de los tres incendios desatados (6*) en los años veinte que destruyeron parte considerable de esta población levantada en bahareque.

Mario quien venía de esa Trieste cosmopolita y de recorrer la vida de los puertos, se encontraría con una élite cafetera muy ´pudiente´ y una sociedad bastante conservadora en esa una pequeña capital regional con alrededor de 60 mil habitantes. Eso sí una población en efervescente desarrollo urbanístico y arquitectónico y con una agitada actividad comercial, agrícola e industrial ante el auge del café en los mercados internacionales y la modernización de los diferentes sistemas de transporte.

Solidaridad austríaca. Sería la madre superiora del convento y del Colegio San Inés, recién abierto sobre la Avenida Cervantes (*7), quien le tendería la mano a Mario, esta religiosa franciscana austriaca le permitiría alojarse en las instalaciones y al conocer su oficio de mecánico, lo nombraría conductor del autobús para realizar el recorrido con las señoritas estudiantes del prestigioso plantel. Pronto él compraría su propio bus y adquiriría más buses para prestar el servicio de transporte entre varias poblaciones de Caldas.

Teresa Ospina. Para esa época este triestino, quien era ya un próspero y reconocido empresario del transporte en la capital caldense, conocería a Teresa (8*), una de las 9 hermanas Ospina que le quitaría el sueño. Esta joven de 27 años era la quinta hija de la gran familia que habían conformado en Dosquebradas y Santa Rosa de Cabal, Luis María Ospina y Ana Joaquina Mejía (9*) , una pareja de origen campesino, descendiente de arrieros antioqueños que hacía pocos años habían trasladado a Manizales su casa familiar y su negocio de compra y venta de café.

El Clan Ospina. Eso sí a Mario no le bastaría con demostrar su decencia y solvencia económica al momento de pedir la mano de Teresa, su suegro le solicitaría el certificado expedido por el párroco de Trieste que demostrará que era soltero. Él debería transitar el mismo camino que habían andado para casarse en 1928, Camila Ospina y el constructor Antonio Bernardi (10*), quien con el humor socarrón que lo caracterizaba, le advertía con sus otros concuñados, Aristides Ocampo y Julio Martín Restrepo, lo que significaría emparentar con este tradicional clan acostumbrado a reunirse en todos los cumpleaños, entierros, vacaciones de verano y fiestas de fin de año.

La familia Mirkow Ospina. Esta pareja italocolombiana se casaría en 1935 en Manizales y allá nacería su primer hijo, el 24 de septiembre de 1937, quien sería bautizado como Italo Mirkow Ospina. Se dice que buena parte de los triestinos llamarían por esos años Italo o Italia a sus hijos e hijas para rearfirmar su italianidad tan cuestionada a lo largo del siglo XX. Mario no sería la excepción.

El derrumbe del patrimonio. Los buenos tiempos para este matrimonio llegarían a su fin.A las 9:24 de la fría noche del 4 de febrero de 1938, cuando las familias Ospina Mejía y Mirkow Ospina se preparaban para conciliar el sueño, se sentiría uno de los tembloresmás fuertes registrados en Manizales, el Sismo del Gran Caldas, que dejaría alrededor de 40 heridos y destruiría y averiaría muchas edificaciones y negociones. El techo de los garajes donde Mario parqueaba los buses intermunicipales se derrumbaría y todos los automotores quedarían destruidos. Así perdería su patrimonio este transportador.

Serían días difíciles para los Mirkow Ospina no solo ante la precariedad de sus finanzas sino porque desde Europa llegarían noticias con un panorama muy sombrío para la familia radicada en Trieste al iniciar la Segunda Guerra Mundial y también para los dos concuñados italianos, Mario Mirkow y su buen amigo Antonio Bernardi, en un país que declaró enemigos de Estado a todos los ciudadanos de los países del Eje radicados en Colombia.

Fuentes citadas. *Gracias a la narración de mi primos Italo y Frank Mirkow, de mi madre y mi tía Regina e Italia Bernardi y de mi prima Iris Lobo se han reconstruido las vivencias Mario Mirkow y la familia Mirkow Ospina en Colombia.Archivo fotográfico de las familias Bernardi Ospina.

(*1) Padres de Mario Mirkow: Vittoria Tavagna y Stefano Mirkov (Nace en 1853, en Split, ciudad que primero le perteneció a Austria y ahora está en Croacia) (2*) Movimiento de opinión activo en Italia a finales del siglo XIX que surgió a raíz de la unificación de Italia y que propendía por la unión de los territorios poblados de mayoría italiana. (3*) Buenaventura, puerto sobre el Oceano Pacífico ubicado en el departamento del Valle del Cauca en Colombia. (4*) Viejo Caldas, departamento de Colombia que existió entre 1905 y 1966. (*5) La antigua Estación del Ferrocarril de Buenaventurafue construida por el arquitecto turinés, Vicente Nasi, hoy es la Escuela Taller de Buenaventura. (*6)  Los tres incendios de Manizales fueron el 19 de julio de 1922, el 3 de julio de 1925 y el 20 de marzo de 1926. (7*) El convento y el Colegio Santa Inés de Manizales fueron fundados por tres hermanas austriacas que llegarían en 1926, empezaría a funcionar el 7 de marzo de 1927 en su sede sobre la Avenida Cervantes, hoy Avenida Santander.

(8*) Teresa Ospina de Mirkow: octubre 7 de 1907 –  febrero 14 de 1993 Bogotá. (9*) Luis María Ospina Arcila, ´papá Luis´: 1870 Aranzazu – julio 9 de 1943 Bogotá y Ana Joaquina Mejía Gutiérrez, ´mamá Anita´: 1877 Pacora – julio 22 de 1963 Manizales. (10*) Antonio Bernardi de Fina constructor italiano nacido en Ponte Nelle Alpi, provincia de Belluno (6-10-1900). Murió en Cali (Colombia) (25-03-1977). Su esposa y hermana de Teresa, Camila Ospina Mejía, nació (6-04-1905) en Pereira, departamento de Risaralda – hija de Luis María Ospina y Ana Joaquina Mejía. Murió en Cali, Colombia (11-10-1970).

En este artículo está tambièn la historia y orígenes de la Familia de Teresa Ospina Mejía.

La emigrante italiana: la nonna Palmira Bernardi de Cavalet (1908 – 1998)

Palmira (1*) se embarcó en la aventura más grande de su vida con su pequeño hijo Américo, el 18 de mayo de 1933 en el puerto de Trieste, para buscar a su amor, al joven Reynaldo Cavalet (2*), su esposo, quien había viajado hacía más de un año a la Argentina profunda. 

¨No importa si te mojas al caminar, es agua bendita, no tienes por qué correr, solo camina siempre¨, palabras que pronunciaba ella cuando llovía y en las que se condensan la grandeza y la simplicidad de esta joven de la Italia rural que, con la fuerza de sus montañas y el arrojo de la juventud y del amor, emigró de Ponte Nelle Alpi (Belluno), la Italia Fascista y la dura Europa de entre guerras, en la búsqueda del propio territorio.

La séptima hija de Teodoro Bernardi y Regina De Fina (3*) se despidió, a sus 24 años, de sus afectos de infancia, su madre viuda, y de Paluc, la finca familiar enclavada en las Dolomitas, escenario de sus amores con el vecino picapedrero tímido, honesto y trabajador con el que se casó. Y partió a hacer la América, como en su momento lo hicieron sus hermanos mayores Virgilio, mi abuelo Antonio (4*), Mainardo y María Bernardi De Fina.

1.María y Palmira Bernardi, con sus hijos Antonio Piai y Américo Cavalet. 2 Paluc, la finca de la familia Bernardi.

Emigrantes. Desde que se subieron al tren en la estación de Ponte, Palmira y su hijo Américo (5*) -nombre premonitorio-, se convirtieron en dos emigrantes transoceánicos más, mientras recorrían ese camino hasta el puerto de Trieste en el Adriático y, luego, durante la larga travesía a bordo del trasatlántico Neptunia (7*) rumbo a América del sur, el continente que dio la mano a tantos europeos para crear una nueva vida.

Esa joven madre y esposa albergaría sentimientos encontrados: el dolor de las separaciones y el miedo de las distancias; los recuerdos de una infancia vivida entre la orfandad temprana de padre y esa guerra, la del ´14´ (8*), que dejó un territorio devastado y en la ruina económica y una generación marcada, la de su Reinaldo, quien narraría a sus nietos argentinos con una risa dolorosa y el miedo a que se repitiera esa historia, del hambre de todos los días: ¨a mis diez años caminando por ahí encontré, con uno de mis hermanos, una casa abandonada, y en una alacena una torta de polenta, dura y llena de moho verde, que raspamos y comimos¨.

Palmira, dura y sólida. Impresionante como las Dolomitas, las rocosas que rodean los parajes de Ponte, así era esta mujer que dio pelea a las dificultades. Ella era ¨cómo los pilares en los cuales se asientan las fortalezas, siempre miró hacia adelante¨, y así debió mirar con la ilusión de reunirse con su esposo, cuando el Neptunia, ese gigante de vapor se deslizó por las aguas del río de la Plata, al último de sus puertos, y divisó la multitud que se agolpaba para darle la bienvenida a los viajeros, entre ellos un porcentaje grande de parientes y paisanos ´tanos´.

Argentina. Buenos Aires fue el gran receptor de la diáspora italiana en las últimas décadas del siglo XIX hasta la mitad del XX en Argentina, un país que se preparó con tierras, trabajo duro, salarios y leyes para recibir a los inmigrantes del mundo. Y los ´tanos´ del norte, del sur, obreros, campesinos, cultivadores, panaderos, albañiles y profesores, fueron la comunidad más representativa al momento de poblar y crear la identidad argentina actual.

Reencuentro familiar. Muchos de los inmigrantes del Neptunia se quedarían en la capital que ya contaba con más de 2 millones de personas, pero otros seguirían. Palmira se adentró a la Provincia de San Luis para reencontrase con Reinaldo, quien laboraba en las canteras con un tipo de piedra muy particular, granito azul y negro, un oficio artesanal transmitido por generaciones en Ponte. Ahí, con la familia junta, Palmira laboró como muchas mujeres, preparando la comida para los obreros de la cantera. Y en Naschel nacería su segunda hija, Rensa Cavalet.

3.Rensa, Palmira, Américo y Reinaldo. 4. Palmira y Reinaldo.

Los Cavalet Bernardi en Mar del Plata. Luego saltaron hastaUnquillo (Córdoba), con sus hermosas sierras y magnífico clima, y a Tolosa, fuente de provisión de piedras para la construcción de ese populoso suburbio de La Plata, hasta llegar a Mar del Plata. Y en esa joven ciudad balneario que empezaba a brillar como destino turístico a finales de los treinta, donde estaba en auge la construcción de los tradicionales ´chalets Mar del Plata´, a partir de la materia prima extraída de las canteras que la rodean, Reinaldo, Palmira, Américo y Rensa echarían raíces, mientras al otro lado del Atlántico su familia italiana empezaba a vivir la pesadilla de la Segunda Guerra Mundial (*7).

1946. Los Cavalet Bernardi en las escalinatas de la Rambla. Al fondo el Hotel Provincial y el Casino Central del Mar del Plata.

Piedra a piedra. Y en medio de ese paisaje atravesado por las sierras que se abandonan en las aguas justo en Mar del Plata, la joven pareja con sus propias manos y el corazón, tallaría con el cincel esas piedras que son únicas por su diversidad de tonos y colores, para levantar su casa en Primera Junta, un barrio despoblado cercano a una cantera, con calles de tierra y sin acueducto, pero que con los años crecería y quedaría ubicado a 20 cuadras del centro y a unas 25 cuadras de los barrios más cotizados.

Don Reinaldo. Y fue el lugar donde Orlando Rinaldo Cavalet pasó a conocerse como ´don Reinaldo´, famoso por ser gran jugador de bochas en su querido Club Urquiza y donde este picapedrero que andaba en bicicleta y con acento italiano, también haría la fachada de piedra de la casa de su hija Rensa (6*) y su esposo Roberto Noguera, quienes serían los padres de Oscar y Claudio.

5.Rensa Cavalet Bernardi 6. Américo Cavalet Bernardi. 1946 7. Palmira y Américo. 8.Rensa con su marido Roberto y Américo con su esposa Iris

Américo y el Neptunia. Y en ese puerto sobre el Mar Argentino, el joven inmigrante italiano hizo su vida, Américo se casó con Iris Rodríguez en 1953 y tuvieron a Daniel Eduardo y Ricardo Alberto; y ahí montaría su Joyería y Relojería Neptunia: ¨Durante casi toda su vida Neptunia fue su referencia más importante y el logo del negocio fue un buque cruzando el Océano. Ahora valoro la importancia de ese nombre, de ese viaje en la historia de mi padre, a pesar de haber sido tan pequeño cuando llegó a Argentina¨, dice su hijo Daniel Cavalet.

Los nonnos. Aunque a la ´nonna´ Palmira y a don Reinaldo les llegaron los años y cuatro nietos, su aventura amorosa les perduraría toda la vida, una vida dura pero alegre en la casa donde cada noche compartieron una copita de grapa mientras hablaban en el dialecto de su tierra, fieles a sus ancestros. Ellos, como muchos inmigrantes, no volvieron a su lugar de origen, ni a sus afectos primarios y esa sensación de pérdida los acompañaría siempre, pero fueron parte importantísima de la historia argentina. Los sobreviven en Argentina sus cuatro nietos Daniel Eduardo y Ricardo Alberto Cavalet, y Oscar y Claudio Noguera; sus bisnietos Lucía, Julián, Ramona y Joaquín Cavalet, Ariel, Ignacio, Romina, Rocío y Mathías Noguera. Y dos tataranietos, Olivia y Simón.

La casa. Allí tendrían un gallinero y una huerta en un terreno baldío vecino. Él prepararía su vino de uva chinche, de la parra que cubría el patio. Y en esa casona, al lado de su mujer, él moriría por una afección pulmonar relacionada con su profesión antes de los sesenta años.

Américo, Iris, Ricardo y Daniel en la Joyería y Relojería Neptunia.

La nonna Palmira. Ella lo sobrevivió hasta los 90 años, aficionada a escuchar por radio los partidos de fútbol de Estudiantes de la Plata y la Juventus de Italia; a leer libros y ver cine del lejano oeste, a jugar las cartas, el Siete y medio y la brisca, y a cocinar las recetas de su tierra para sus nietos, como aquella Polenta que llevaba en bollos para comer en el camino a la escuela, el conejo y la tortilla de queso.

9.Periódico italiano ´Voce amica del mio paese´ 1992

Palmira fue feliz en la vida que escogió, su centro fue su familia, la italiana y la argentina,  su norte fueron sus dos hijos, Rensa y Américo, y sus 4 nietos serían sus cómplices. Siempre mantuvo los lazos con Ponte Nelle Alpi y su hermana Elide, dos años menor que ella, a través de cartas y un boletín de noticias. Parte importante de red de los afectos de los paisanos, fueron su hermana María y sus sobrinos Tony y Chochi Piai de Mendoza. Ella vivió bien, sobre todo en sus últimos años y siempre con esa nostalgia de la tierra perdida, la hermana que habitaba lejos en su querida Italia; hermana cercana en Mendoza y su hermano en la lejana Colombia.

10.Palmira y Antonio Bernardi en Mar del Plata.11. María, Antonio y Palmira en Mendoza.

Gran alegría. Una de las más grandes alegrías al final de sus días para los tres hermanos Bernardi, Palmira, María y mi abuelo Antonio, sería su reencuentro en tierras argentinas en enero de 1976, luego de más de 50 años de su despedida en Ponte. Mi tía Italia, lo calificaría como un viaje inolvidable en el que se agotó el vino en las neveras de los primos de Mar del Plata y Mendoza, con eternas sobremesas, llenas de risas, gritos y un afecto que desbordaba cada día compartido… pero ese reencuentro de tres naciones, Italia, Colombia y Argentina, amerita un capítulo aparte, como también la relación de fraternidad que se forjó entre sus descendientes.

12.Casa de Rensa Cavalet (izq.) y Roberto Noguera, a la vuelta de la casa de la nonna Palmira, junto a Fica Vidal, Gladys y Regina Bernardi. 13 y 14. Grupo familiar Mar del Plata 1976.

Ilustración de portada. Diseñadora Paula Henao. Fuentes citadas. *Gracias a la narración de los dos nietos de Palmira, Oscar Noguera y Daniel Cavalet, como también de algunas anécdotas de mi madre, Regina y mi tía Italia Bernardi, se ha reconstruido esta historia. Con el apoyo de Jorge Alonso Rengifo en la digitalización del archivo fotográfico de la familia.  (1*) Palmira Bernardi de Cavalet, nació el 17 de octubre de 1908, en Paluc, la finca familiar en Ponte Nelle Alpi (provincia de Belluno) y murió en su casa del Mar del Plata el 15 de octubre de 1998. (2*) Reynaldo Cavalet, nació en Ponte Nelle Alpi el 27 de diciembre de 1904. Sus padres fueron Antonio Cavalet y Francesca Francech. Murió en Mar del Plata aproximadamente en 1966 (Argentina).

(3*) Artículo La madre del inmigrante, Regina De Fina de Bernardi (1865 – 1955), publicado en el blog La Bernardi          http://www.labernardi.com/antonio-bernardi/regina-de-fina-de-bernardi-1865-1955-el-coraje-de-la-madre-del-emigrante/ (*4) Antonio Bernardi De Fina: constructor italiano, nacido en Ponte Nelle Alpi, provincia de Belluno, el 6 de octubre de 1900 y fallecido en Cali, Colombia, el 25 de marzo 1977. http://www.labernardi.com/antonio-bernardi/historia-constructor-italiano-en-colombia/ (5*) Américo Cavalet Bernardi, nació en Ponte Nelle Alpi en 1929 y falleció en Mar del Plata el 31 de agosto de 2000 (Argentina) (6) Rensa Cavalet nació el 06 de mayo 05 de 1934 y falleció el 21 de julio de 2003 en Mar del Plata. (7*) Los embajadores marítimos de Italia recalaron en Buenaventura (1)    http://www.labernardi.com/andes/los-embajadores-maritimos-de-italia-recalaron-en-buenaventura-1/ (8*) Primera Guerra Mundial de 1914 – 1919.