Noruega en la pandemia

Un país donde todos sus habitantes tienen un compromiso de responsabilidad, de colaboración, pero sobre todo de unión incondicional como lo hicieran en épocas anteriores, no solo soportando otros virus o pandemias, sino también soportando situaciones económicas drásticas

Por Enrique Salinas desde Oslo. Situado al norte de Europa, este país escandinavo, con una población de 5´367.580 habitantes (censo 2019), empezó a recibir la crisis del Covid-19, a partir del 25 de febrero pasado.

Cuando se conoció que este virus fue clasificado en pandemia en otros países de Europa, como Italia y España que tomaron decisiones tardías y donde los enfermos fallecían a diario; en Oslo, la Primera Ministra, Erna Solberg, manejaba la situación con mesura consultando con el Instituto de Salud Pública = Folkehelseinstituttet (FHI), que recomendó cerrar de inmediato los terminales aéreos, terrestres y puertos fluviales, a la vez que en coordinación con la Organización Mundial de la Salud (OMS),  crearon los protocolos de bioseguridad para frenar el contagio indiscriminado que se tenía en países vecinos.

Comenzaría por ordenar el aislamiento de todos los habitantes de Noruega: jardines para infantes, escuelas, universidades y demás instituciones cambiaron su manera de laborar;  llegaría un nuevo sistema nunca antes experimentado, el de trabajar desde la casa por un periodo indefinido, en unión con la familia y con todos los cuidados exigidos, lo cual se tornaría estresante con el pasar de los días. 

Noruega, un país turístico por tradición, empezó a ver las calles desoladas, los almacenes y centros comerciales cerrados, donde solo funcionan los supermercados con algunas estanterías vacías para evitar el contagio de persona a persona; todos obligados a usar guantes, a mantener la distancia de una a otra, afortunadamente, en algunos centros comerciales donde funciona el  auto-servicio la persona escoge su compra, paga automáticamente, empaca por mismo sus artículos y así, no corre ningún riesgo, pero esto crea un estrés más en su rutina diaria.

Con casi dos meses de cuarentena, la situación económica del país ha tenido su caída más drástica en la Bolsa de Valores de Oslo, en especial el petróleo que descendió un 4% registrando números en rojo. Personalmente puedo decir, que desde hace unos 26 años, cuando llegué acá procedente del Reino Unido, no se veía que el litro de gasolina costará 11,oo NOK = $4.217,oo COP, mientras algunos productos de la canasta familiar han subido y otros pocos bajan de precios, pero la ciudadanía  no protesta porque mientras se reciba el sueldo completo no existe ningún tipo de preocupación. Noruega es rico, envidia de muchos países, porque sabe cuidar sus finanzas, con lo cual garantiza para las próximas cuatro generaciones su pensión.

Noruega que se ha caracterizado por su alto nivel humanitario, el mes pasado declaró la Primera Ministra Solberg el aporte de USD 200 millones a la OMS para la investigación de una vacuna contra el COVID-19, igualmente realizó  una donación de USD 1 billón para la Alianza de Vacunas (GAVI), así mismo, ayuda económicamente a organizaciones para la infancia y Fondos de alimentación internacional.

La cultura noruega puede ser considerada un tanto diferente a la de otros países industrializados, puesto que tuvo un proceso de urbanización algo más tarde que los demás, ya que hasta principios del siglo XX era todavía un territorio formado mayoritariamente por agricultores,  pero que en la actualidad es estimada como una las economías más ricas  y avanzadas a nivel mundial.

Este vertiginoso desarrollo ha dejado su impronta en el pueblo noruego al considerarse el país más feliz del mundo por parte de la Naciones Unidas,  felicidad que va cambiando paulatinamente cuando se empiezan a conocer los primeros infectados y las primeras muertes; a finales de abril, los fallecidos por coronavirus sobre pasaban las 200 personas que oscilan en edades de 80 a 95 años, algunos de ellos sobrevivientes del Holocausto de la minoría judía residente, quienes muy seguramente se han estresado recordando los sufrimientos vividos en los aislamientos durante la invasión alemana, para sentir ahora el aislamiento obligatorio por la pandemia.  

El COVID-19 ha traído cambios radicales en la forma de vida de los noruegos, en sus costumbres y en su cultura, que se acrecienta con los cambios climáticos sufridos últimamente, cuando el invierno sin nieve parece más un otoño o la primavera que por su calor se asemeja al verano; llega entonces, la preocupación con el pasar de los días, unos mirando hacia el techo o leyendo periódico y viendo televisión para informarse de lo que sucede en el exterior, pero sin trabajo, otros laborando desde la casa por video conferencia y con los niños en casa que acuden a sus clases de igual manera, para acatar la cuarentena que cada día es más estricta. Todo un mundo nuevo y extraño al que se fue acomodando espontáneamente.

Ahora empezando de nuevo, gradualmente los jardines y las escuelas van a retomar las clases, algunas oficinas privadas y gubernamentales harán lo mismo en un 50% de su personal a partir del 7 de mayo donde con un máximo de 50 personas entrarán a laborar,  si todo va normal, esta cantidad se ampliará a 200 personas después del 15 de junio,  así lo ha manifestado el Ministro de Salud, Bent Høie.

Este es Noruega, un país donde todos sus habitantes tienen un compromiso de responsabilidad, de colaboración, pero sobre todo de unión incondicional como lo hicieran en épocas anteriores, no solo soportando otros virus o pandemias, sino también soportando situaciones económicas drásticas, o la más recordada, la  ocupación alemana, donde el país se levantó como un todo a rodear a su gobierno, por eso Noruega siempre se levanta como ejemplo  para otras naciones en el mundo.