Minga para los 200 años del Cementerio Central de Bogotá

La última morada de los muertos más prestigiosos de Colombia se encuentra en el olvido, el abandono y la desidia de sus herederos y del Gobierno Distrital. Estamos a unos poquísimos años de que el camposanto más antiguo de la capital de la República, cumpla doscientos años. Los Galán, los Barco, los López, los Santos, los Gómez y los Pizarro podrían hacer una minga para preservar la memoria histórica de este país.

La última morada de los muertos más prestigiosos de Colombia da “pena ajena”, como decimos por estas tierras.  Presidentes, políticos, militares, empresarios y humanistas se encuentran sepultados en el olvido, el abandono y la desidia de sus herederos y del Gobierno Distrital.

Estamos a unos poquísimos años de que el camposanto más antiguo de la capital de la República, que abrió sus puertas en 1836, en pleno centro, bajo la presidencia de Francisco de Paula Santander, cumpla doscientos años.

Entonces, este sería este el momento justo para que se tocaran los Galán, los Barco, los López, los Santos, los Gómez y los Pizarro, solo para mencionar a algunos de los clanes familiares más influyentes de la vida nacional que tienen ahí a sus progenitores.

Museo al aire libre. Es hora de que hagan un alto en sus diferencias políticas e intereses particulares y armen con el Gobierno Distrital, una minga entre todos, como decimos en este platanal, para que este cementerio que ya es monumento nacional, no solo sea el lugar de enterramiento de los suyos. El Cementerio Central de Bogotá tiene todos los elementos para que se convierta en un museo al aire libre y de esta manera preservar con dignidad y respeto la memoria histórica y política de este país.

Esa élite nacional debería ser coherente con el legado histórico que recibieron y honrar el recuerdo de sus antepasados. Que el prestigio y el apellido no solo les sirvan sobrevivir y mantenerse vigentes en la esfera pública. Este camposanto debería ser visita obligada, estar a la altura de otros como el Pere-Lachaise en París, La Recoleta en Buenos Aires, el Staglieno en Génova y el Highte en Londres, frecuentados permanentemente por residentes y turistas.

El pabellón de los Presidentes. Esto va más allá de un tema religioso o espiritual. Este lugar construido en forma elíptica, posee una valiosa muestra arquitectónica y de arte funerario de los siglos XIX, XX y XXI. Abundan esculturas, bustos, placas, epitafios y lápidas en mármol, bronce, hierro. Ahí están enterrados los despojos de más de 30 jefes de Estado de los Estados Unidos de Colombia y la República de Colombia.  Desde el mismo Santander, hasta Miguel Antonio Caro, Manuel Murillo Toro, Marco Fidel Suárez, Enrique Olaya, Eduardo Santos, los dos López –Pumarejo y Michelsen-; Laureano Gómez, Gustavo Rojas y Virgilio Barco, entre otros.

Los magnicidios. Nuestra historia está llena de crímenes políticos, magnicidios que estremecieron la conciencia colectiva. Ahí están los monumentos deslucidos a muchos de estos personajes, Rafael Uribe, Luis Carlos Galán, Álvaro Gómez, Jaime Pardo, Carlos Pizarro, el líder sindical José Raquel Mercado.

Domingo de julio, 12 m. Traspasamos la Avenida El Dorado, dejamos atrás el bullicio dominical bogotano y las grandes moles de cemento que acechan al Cementerio Central. Nos adentramos en la búsqueda de la historia de Colombia y de la huella de la italianidad. Caminamos por la calle de las marmolerías, donde artesanos funerarios ofrecen sus trabajos de la talla de lápidas e inscripción para sus seres queridos.

Por una portada imponente, pero descolorida, adornada por la estatua del dios del tiempo, de ese talentoso escultor suizo, de madre italiana, Colombo Ramelli. Chronos, en actitud paciente apoya su brazo sobre un reloj de arena que representa el paso del tiempo, mientras en el otro sostiene una guadaña con la que siega la vida.

Tratamos de ubicarnos, de encontrar algún guía que nos relate historias y anécdotas de aquellos que descansan bajo tierra o en los mausoleos. Ninguno. Solo encontramos el silencio, la tranquilidad y una señalética con la numeración de las tumbas y los nombres, que nos sugiere el camino a seguir entre callejones con diseño circular. Muy pocos, solo unos cuantos en el mismo plan que nosotros, más curiosos que deudos.

Paseamos por pasadizos en los que se cuelan el rastrojo, las flores marchitas, los ramos de plástico, el óxido en la forja y sobre el mármol, las grietas en los sepulcros y criptas, en buena parte sostenidos por palos porque el derrumbe es inminente. No hay jardines ni flores plantadas en el prado. Tampoco bancas para descansar.

Escasa la presencia de mujeres destacadas en esas sepulturas, muchas de ellas anónimas, esposas, madres, hijas. Por mi parte traté de encontrar la tumba de Soledad Acosta. Búsqueda infructuosa. Hombres del pueblo, monumentos a los loteros, a los despresadores de carne, a los sindicalistas. Al ejército. Hombres de letras y del periodismo encontraron ahí el descanso eterno. Germán Arciniegas. León y Otto De Greiff. Son vecinos de tumba los poetas el poeta Rafael Pombo, José Asunción Silva y el escritor José Eustaquio Rivera.

La italianidad en el Cementerio Central. En el pabellón de los Presidentes, de espaldas a la tumba de Alfonso López Michelsen, se levanta imponente la escultura en bronce de La Piedad sobre el mausoleo de un señor llamado Ignacio Lago. Debió ser un personaje importante, ya que su familia encargaría la obra a un escultor de Módena que ya contaba con gran reconocimiento en Italia. Se trata de Ermenegildo Luppi, quien la elaboraría en su taller en Roma en 1928. La escultura está inspirada en la Pietá, donde María toma en brazos a Jesucristo.

Rastreamos la tumba Oreste Sindici, el autor de la música del Himno Nacional. Sabía que había sido restaurada por las autoridades italianas y distritales en medio de la pandemia. O sea que cuando se quiere restaurar el patrimonio cultural sí se puede. Luego de varias vueltas encontramos ese pequeño lugar donde reposa el compositor de Ceccato (1928) quien murió en Bogotá (1904). Unos claveles. Le falta una poda al prado.

Misión cumplida con la historia. Nosotros cumpliríamos con la misión de repasar la historia de nuestro país en el Cementerio Central. Pero siento que hay una deuda con el pueblo colombiano. El Gobierno Distrital y las familias de élite colombiana están en deuda con la historia. Definitivamente somos un país sin memoria histórica.