Sábado, 13 de junio. ¿Será que sí cambiamos…?

Guardo la esperanza de que este momento difícil que vivimos nos deje enseñanzas para el presente y futuro de la humanidad. Aunque, lo confieso, soy pesimista

Carlos es un hombre de esos pocos que encarna el equilibrio. Lo saben bien quienes comparten con él las tareas en un ingenio del Valle del Cauca y de eso da testimonio el matriarcado de su casa. Hoy comparte con nosotros este escrito, al que le sacó tiempo del muy poco que, de hecho, le queda. Bienvenido Carlos a este espacio:

Carlos Martínez

La famosa cuarentena necesaria para enfrentar la pandemia del Covid-19, se toma de acuerdo a diferentes variables, de las cuales me atreveré a escribir, más como un ejercicio para plasmar mis pensamientos que un ejercicio con rigor investigativo. 

En su historia, la humanidad ha tenido que enfrentar otras pandemias, como la Peste Negra en el siglo XIV,  propagada en Asia Central, Europa y África, que dejó un número estimado de muertes de entre 75 y 200 millones de personas. 

Para el siglo XVI, encontramos la viruela, que, se estima, acabó con la vida de unos 56 millones de personas. Y más reciente es la «gripe española», propagada  a nivel mundial durante 1918-1919, con una cantidad de muertes estimada al menos en 50 millones a nivel mundial. Al día de hoy, el Covid-19 ha causado la muerte a algo más de 400.000 personas. 

Una variable importante es la edad que, considero, juega un papel importante en la aceptación de los confinamientos obligatorios. En Colombia, el 60% de la población está entre los 15 y los 60 años, con actividades diarias como estudio y trabajo en su mayoría. Muchas de esas personas  viven del trabajo informal y del rebusque diario, por tal motivo ha sido complejo aceptar las disposiciones y protocolos de seguridad. 

El nivel educativo también incide en la aceptación de la situación actual. En Colombia, 56 de cada 100 colombianos no terminan la  secundaria. En un mundo globalizado como el actual, en donde cualquiera, por medio de los diferentes canales de comunicación actual, puede dar opiniones, hay dos tipos de mensajes. Uno, de los profesionales en materia de salud y similares. Y otro, esa gran mayoría que habla fuera de contexto y crea  confusión en las personas, generando además un ruido innecesario que entorpece la labor de las entidades que, gracias a su conocimiento y experiencia,  tienen la capacidad  de enfrentar este tipo de situaciones. O, al menos, la autoridad científica para hacerlo.

Los estratos sociales también cuentan. El 72% de nuestra la población se encuentra en los estratos 1,2 y 3. El  otro 28% en los 4, 5 y 6. En esa misma línea, el promedio de área de vivienda en los estratos bajos está en 33 metros cuadrados, mientras en los estratos más altos está por encima de 75 m2, y si hablamos de los  5 y 6, el área es mucho mayor. Mantener una cuarentena en espacios reducidos genera traumatismos, con afectaciones de tipo sicológico y una convivencia es más compleja. Eso es lo que estamos viviendo. Eso explica muchas muchas cosas.

Existen muchas variables más. Por ejemplo, me decía un amigo que esto es  lo más parecido a una guerra. Estoy de de acuerdo. Aunque si uno hace ese tipo de analogía entre el conflicto armado del país y la pandemia algunos pueden caer en en el error de percibirla como una exageración y rechazar las medidas restrictivas tomadas para combatir la pandemia, esas que, finalmente y así debemos reconocerlo, han ayudado a salvar cientos de miles de vidas. 

Guardo la esperanza de que este momento difícil que vivimos  nos deje enseñanzas para el presente y futuro de la humanidad. Aunque, lo confieso, soy pesimista. La historia dice que hemos pasado por pandemias, desastres, guerras mundiales, etc., y no cambiamos. Todos los días comprobamos cómo es más fuerte la ambición y el egoísmo del ser humano antes que  pensar un poco en los demás.

Cuídense y muchas gracias por leer este texto.

Viernes, 5 de junio. Llegar a casa

Una simple actividad como tomar una foto puede proporcionarnos momentos de esplendor y admiración. Esos pequeños detalles hacen que nos demos cuenta que el oxígeno es muy importante y aún los gobiernos no lo cobran

Como cada uno de nosotros, Weimar mira la actual cuarentena desde su propia perspectiva. Y si nos guiamos por las fotos que comparte, ese ángulo es envidiable. Al fin y al cabo, tener contacto permanente con la naturaleza se ha convertido en lujo. Gracias Weimar por compartir sus reflexiones y cuídese mucho, al lado de los suyos.

Hace poco más de dos meses nuestros días transcurrían incólumes, invadidos por una cotidianidad enquistada bajo la promesa efímera de una renovación que nunca llegaba. Así, venía a casa después de una larga jornada de trabajo, reuniones, audiencias y un cúmulo de ocupaciones diarias que nos distrajeron de esos pequeños detalles que le dan sentido a la vida.  

El arribo no era más que una acción mecanizada y frívola al no advertir los innumerables y maravillosos recursos alrededor de esa llegada que pueden recargarnos de energía y buena vibra al momento de ser recibidos en casa. Quedamos inmersos en lo rutinario, aplazando iniciar ese tan anhelado curso de manualidades, desarrollar el hobby en torno a la lectura, tañer un instrumento y un sin número de cosas que durante toda la vida hemos querido hacer y siempre postergamos. Eso, sin mencionar la gran cantidad de tiempo que nos quita la tecnología al adentrarnos en la visualización de redes sociales y otros, mermando de sobremanera los momentos en familia, los abrazos filiales, los juegos de mesa, hasta llegar al punto que la comunicación tendría que ser por whatsapp.

El aislamiento ante la inmensa inactividad obligatoriamente me llevó a detenerme y hacer una reflexión de por qué siempre aplazaba mi renovación. Fue ahí cuando me detuve en la inmensidad que nos proporciona el universo en el diario vivir, tan solo, llegar a casa y dedicar el tiempo mínimo para advertir los detalles de la naturaleza, la misma que apreciamos en publicaciones ajenas sin darnos cuenta de que la tenemos al alcance de nuestro tacto y mirada.

Me di cuenta que sólo teníamos dos alternativas – regocijarnos o lamentarnos –  fue así, como escogí lo primero y  he dedicado tiempo a hacer las fotografías que les comparto, dándome cuenta lo bendecidos que estamos para afrontar esta calamidad, mientras que la mayoría pasa sus días en apartamentos y hogares que no van más allá de las cuatro paredes, con vista a una jungla de cemento. Nosotros en cambio gozamos de un ambiente natural y desde donde adquiere significado la frase aquella que dice “Felicidad se encuentra en los detalles más pequeños”, haciendo referencia que una simple actividad como tomar una foto puede proporcionarnos momentos de esplendor y admiración. Esos pequeños detalles hacen que nos demos cuenta que el oxígeno es muy importante y aún los gobiernos no lo cobran, y que cada día en el mundo mueren miles de personas por falta del mismo, y otras tantas están conectadas ahora mismo a respiradores artificiales luchando por su vida.

De todo ello concluyo que la cuarentena ha tocado nuestras fibras más sensibles, como también hemos mejorado la comunicación en nuestro entorno. Hay solidaridad, respeto y trabajo mancomunado para mejorar nuestro Conjunto. Por eso, no bajemos la guardia para que el hecho de superar este suceso no converja en devolvernos a las costumbres anteriores, explotemos las once virtudes que según Aristóteles debemos practicar para llegar a la felicidad. Aprovechemos pues este entorno, teniendo en cuenta que la obra maestra de la naturaleza es la familia, dediquemos el tiempo para fortalecer los lazos y demos gracias a Dios por todas las cosas que pone en nuestro camino, siendo más las buenas. Al final verán que saldremos adelante y con paso firme de esta pandemia.

Cuento de Ana Milena Puerta: Algo cambió. O no lo sé.

Dieciocho meses después de la orden emitida por las autoridades del mundo, del país y de la ciudad, que paralizaron todas las actividades, ahora todas ellas ordenaban que –otra vez- fuésemos los de antes y con la vida de antes.

Lo más impresionante fue el silencio.  Sin autos, camiones, buses, pitos, gritos, arranques, campanillas, sirenas, timbres, trenes, metros, tranvías, carretillas que dejaron de pasar y de sonar en las calles, al punto que fue posible escuchar otra vez el viento de la tarde, los pájaros en las mañanas, maullidos en los tejados y perros ladrando cada tanto.

Dieciocho meses después de la orden emitida por las autoridades del mundo, del país y de la ciudad, que paralizaron todas las actividades, ahora todas ellas ordenaban que –otra vez- fuésemos los de antes y con la vida de antes. Dicen que, luego de una semana de emitida la orden de salida, más del 70 por ciento de los humanos decidieron continuar con sus vidas seguras dentro de sus hogares, que no vieron ningún atractivo en volver a las calles.

Además, ya no éramos esos. Y, en las salas de las casas o en los pasillos de los edificios de apartamentos, se contaban con nostalgia “las historias del otro tiempo” como si fueran años los del confinamiento, o el miedo a salir. Se hacían chistes sobre quién saldría primero hoy o el sábado, si a alguno le gustaría volver a bailar o a cenar fuera, en fin, eran solamente chascarrillos sobre algo que de hecho se daba como improbable: salir.

Durante año y medio, la humanidad se acostumbró a otro ritmo: trabajo desde casa y en pijama, víveres, medicamentos y licores pedidos por una app celular y entregados por un dron, reuniones de trabajo o de amigos por teleconferencia, atención a clientes vía whatssap, pagos por internet; servicios como agua, luz, gas o teléfono atendidos en plantas de obreros que tenían dormitorio en hoteles cercanos; hospitales y clínicas con médicos, enfermeras y personal que vivían en sus alrededores, en fin, todo un reacomodo de funciones, labores y servicios con la menor utilización de la presencia real del ser humano. Salvo, por supuesto, lo inevitable como cortar el césped o recoger las basuras de las solitarias calles.

Hace una semana, cuentan los que salen o lo vieron en noticieros, que varios bares, discotecas y restaurantes decidieron abrir sus locales y ofrecer generosas promociones para incentivar el consumo en ellos o por lo menos la intención de salir en sus perdidos clientes. Y allí van, iluminando y haciendo ruido cada noche, a la espera de algunos, sin mucho éxito.

En cambio, las plataformas de rumba mundial, donde desde un computador o un celular es posible conectarse y vivir la experiencia más festiva y loca jamás imaginada, es todo un boom en estos momentos. Por curiosidad o diversión, cada día son más los humanos que ingresan para quedarse un buen rato o uno y hasta dos días en una delirante celebración con millones de seres conectados en todo el planeta al mismo tiempo. Y dicen que es maravilloso, no lo sé.

Cuando puedo o me encuentro por casualidad con alguien a la entrada o salida del edificio donde vivo, casi siempre que hablamos añoramos los barcitos de antes y nuestros amigos que hablaban y hablaban sin parar sobre literatura o de cambiar el mundo, bailando y bebiendo hasta caer todos borrachos y felices. Y experimento un dolor similar al de perder un diente antes de tiempo, al de una juventud truncada que ya no puedo seguir viviendo.

Pero la curiosidad, dicen, mató al gato.

No conocía muchos lugares, es cierto, pues con los del trabajo siempre fuimos a uno donde nos conocían, nos daban crédito y nos pedían un taxi si nos excedíamos en consumos. Todo bien. Ahora, cuando ya estoy bañado, vestido, con chaqueta en mano y a punto de cerrar la puerta del edificio, no sé a dónde ir.

Camino y observo. Muy pocas personas en las calles, cruzo por la avenida y es igual de sola, con algunos autos y la infaltable ambulancia de luz roja y pito herido; media hora después me doy cuenta que sigo caminando justamente hacia el bar de mis recuerdos, el de la oficina, donde gasté mi primer pago.

Ahora mi trabajo es virtual, gracias al acuerdo tecnológico que hizo la empresa y mediante el cual cada funcionario dispone de una plataforma-escritorio en su casa desde el cual se conecta de 8am a 5 pm sin falta. Y todo se resuelve allí, inclusive cuenta con “salas de reunión” y “pasillos para café” donde es posible hablar privadamente con alguno si fuera necesario. Todo desde mi pequeño apartamento y muchas veces sin bañarme.

Estoy al frente del bar y está abierto. Cruzo la calle, entro, saludo al que atiende, tomo una mesa y pido la cerveza de siempre. Me siento extraño. Huele diferente, seguramente más limpio que antes. La música suena menos, pero como no hay nadie más es suficiente para mí.

Y mientras tomo un sorbo, pienso: ¿Y esto era todo? ¿Por qué me producía tanta alegría saber que era viernes y que vendríamos a este lugar? No lo sé, no encuentro la magia o ya no estoy incluido en ella.

Sin terminar la botella, pago y salgo. Casi corriendo. Y temeroso. Camino rápido, miro, escucho, atento.

No puedo conectar la felicidad con ese lugar y lo que acaba de suceder. ¿Qué pasó? Me reviso y estoy completo, incluida la billetera, pero siento como si hubiera perdido un microchip cerebral.

Al abrir la puerta de mi apartamento, el alma regresa y respiro profundamente, largamente, como si me fuera a tragar todo el aire seguro de mi propio nido. Estoy a salvo. No se de qué, pero lo estoy. Tal vez de mí mismo. Aahhh…

Ana Milena Puerta: caleña, comunicadora, conversadora y escritora de poemas, cuentos y recetas de cocina. Amante de la literatura, la cultura ciudadana y el mar. Coleccionista de atardeceres, aves en vuelo y charlas interminables.

La gratitud, secuela del coronavirus (II Parte)

Soy una sobreviviente más de la guerra contra un enemigo invisible, y por ello estaré agradecida con el Universo por el resto de mi vida.

Por Liliana Velásquez Urrego desde Italia. Mientras mi esposo y yo estuvimos contagiados con el Covid 19,  un amigo de la familia vino a casa todos los días a traernos el periódico Libertà de Piacenza, provincia donde vivimos. El amigo se llama Fabio y aunque está en edad de disfrutar la pensión, es uno de los pocos que en esta época sigue en actividad, porque trabaja en una empresa de transporte. 

Cada día llegaba muy puntual a las 8:45 a.m., protegido con mascarilla blanca y guantes azules, en compañía de su vivaz y consentido perro Ryan. Dejaba sobre la mesa del antejardín el diario, después daba a su mascota una vuelta por el jardín externo, y se iba para su oficina. Nosotros lo saludábamos desde la ventana. Era nuestro casi único contacto con el mundo exterior.

La gratitud, secuela del coronavirus. Siento enorme gratitud por Fabio, pues con traernos el periódico nos demostró afecto. Se comportó como un papá que cuida a sus hijos en momentos difíciles. Fue su modo de decirnos: “Los aprecio y estoy con ustedes”. 

Boletín de guerra. Después de que nuestro vecino dejaba el periódico, lo leía con ansiedad. Durante los primeros días de la pandemia, parecía un boletín de guerra que solo informaba de contagiados, de urgencias, de muertos. El miedo por lo que sucedía, para lo cual no había explicación, aumentó al saber del fallecimiento de dos amigos el mismo día.

A pesar de lo cual, cada día buscaba un artículo, una foto, algo que mantuviera viva la esperanza de que las cosas iban a mejorar. Y fue así como me enteré de que otros dos allegados, residentes en ciudades diferentes, habían salido de cuidados intensivos y veían cada vez más cerca el momento de abrazar a sus seres queridos.

Noticias más amables. Poco a poco, empecé a encontrar noticias más amables: la situación va mejorando; hay menos contagios; algunas empresas inician actividades, el gobierno se organiza para enfrentar la crisis. Las familias idean la manera de ayudar a quienes pasan por dificultades y carecen de alimentos.

Por fortuna, mi cuarentena terminó. Después de 50 días de encierro, recibí una carta de la Oficina Sanitaria de Piacenza, en la cual me autorizan a salir por “actividades de absoluta urgencia”, como ir al supermercado o al médico. 

Ya el Covid 19 se fue de mi vida y espero no volverlo a ver. Fue un gran maestro que, a través del dolor, me enseñó a tener fortaleza y estar en paz. Después de esta experiencia, siento infinita gratitud con el Universo, por estar viva, por tener a mi hijo Alexandro y a mi esposo Alberto saludables. A pesar del miedo inicial, he logrado conservar la calma, gracias a la meditación y las actividades en casa. 

Tener la idea de la muerte tan cercana, hace pasar por diferentes estados emocionales y es uno el llamado a seguir avanzando o quedarse en la negación, las críticas, la ira o el miedo. De uno depende aprender la lección y fortalecerse.

Hace dos semanas, fui examinada para ver si quedaban rastros del coronavirus. El médico me encontró bien y me remitió al hospital de Fiorenzuola d’Arda para la prueba clínica final. Mientras esperaba los resultados, me sentí como una adolescente que no ve la hora de tener las calificaciones de un examen del colegio. 

Aunque ya sabía de mi recuperación, la carta de la Oficina Sanitaria que la declaró oficialmente, me llenó de felicidad. Además de ir al supermercado, son muchas las cosas que puedo hacer de nuevo: donar sangre y, sobre todo, el plasma que ahora se necesita para salvar vidas. Mis anticuerpos los necesitan quienes están hospitalizados y aún no los han desarrollado.

 Los afectos. Durante este tiempo he recibido mucho afecto: desde la hija de mi esposo, quien trajo a casa las compras los días que estuve en cama, hasta el médico que dos veces al día llamaba para saber cómo seguía. 

 Es el momento de agradecer. Ahora puedo trabajar como voluntaria, llevando las compras a las casas de quienes no pueden salir. Puedo dar algo de lo que recibí y, como Fabio, llevar el periódico a alguien que también está encerrado y busca una buena noticia, como yo la busqué durante muchos días. 

Soy una sobreviviente más de la guerra contra un enemigo invisible, y por ello estaré agradecida con el Universo por el resto de mi vida.

Primera parte de esta historia.

* Comunicadora caleña radicada en el norte de Italia. Amante del arte, la cocina y los viajes.

Cuarentena de una italiana en India

Annalisa Simeoli, italiana de Turín, residente en Goa, India, cuenta detalles de su vida cotidiana durante la cuarentena.

Por Irene Garcés Medrano*. Una historieta hindú narra de cinco ciegos que habían escuchado hablar de elefantes, querían saber cómo eran hechos y les trajeron uno ante ellos. El primer ciego, tocándole la trompa, dijo: es como una gran serpiente. El segundo le tocó un colmillo y exclamó: ¨no, lo que parece es una lanza puntiaguda¨. El tercero, tocando el costado del animal, dijo: ¨la verdad es que es similar al muro de mi casa¨. El cuarto, contorneando una pata, afirmó: ¨amigos, el elefante es como un gran árbol¨. El último que había tocado la cola dijo: ¨se equivocan todos, el elefante es similar a una cuerda con un moño¨.

Quien quiera describir la India se encontrará más de una vez en la misma situación. De este inmenso país que constituye un mundo variado y en sí mismo, completo y heterogéneo, se puede hablar con conocimiento de causa, sólo después de haberlo visitado.  Annalisa Simeoli,  joven italiana, de Turín, residente en Goa, India desde hace 5 años, nos cuenta detalles de su vida cotidiana durante la cuarentena decretada por el gobierno indio, el pasado 23 de marzo para contrarrestar la propagación de la pandemia del Codiv19.

IG: ¿En qué momento se detectaron los primeros brotes de coronavirus en India? AS: Los primero casos se presentaron en el Estado de Kerala, algunos jóvenes hindúes estudiantes en China, aprovecharon las vacaciones del Año Nuevo Chino para regresar ya enfermos. De inmediato el gobierno cerró la frontera con China y, luego, decretó el distanciamiento social.

IG:¿Cómo son sus jornadas con la cuarentena? AS: Desde que comienza la jornada, limpio, cocino, practico yoga y meditación para conocerme y mejorar mi estado físico. Dedico tiempo para hablar con mis padres  y tíos en Italia.  De vez en cuando salgo a caminar alrededor del espacio verde de la unidad residencial donde vivo y noto a alguien, que como yo, camina.  En realidad los hindúes no son para nada ´fit´, pero la cuarentena forzada hace que todos sientan la necesidad del  movimiento.

IG:¿Cuánto ha cambiado su rutina diaria? AS: Antes gran parte de mis jornadas transcurrían movilizándome en autobús o caminando para ir a mercar y hacer diligencias, alternado con lecciones de yoga,  almuerzos y jornadas  con amigas hindúes cuyos maridos trabajan. Mujeres que se cansan de buscar un empleo bien remunerado y sobre todo gratificante. En Goa, las fuentes de empleo son escasas y los salarios bajísimos.

 IG: ¿Qué teme? AS: Siento temor de la crisis económica que, en diferentes formas y dimensiones, aportará  a nivel mundial sufrimientos inimaginables, en especial a las personas de escasos recursos.  Situación que nos debería hacer reflexionar en un mundo cada vez más  globalizado, interconectado, rígido y, a veces, despiadado.

IG: ¿Desde cuándo empezó su interés por India? AS: A los 20 años empecé a interesarme de India, para mí era el sitio ideal por su historia, sus contrastes, sus tradiciones, la espiritualidad, la tierra del Buda, pero nunca contemplé la posibilidad de echar raíces aquí.  Son sorpresas que a veces la vida nos da. Viajé para especializarme como profesora de yoga, luego conocí a quien hoy es mi marido, nos casamos y decidimos vivir aquí. Sucedió todo por casualidad, me considero afortunada, este es un país hermoso que tiene muchas cosas para enseñar, al menos una vez en la vida, vale la pena visitarlo. Al mismo tiempo, tratándose de un territorio  vasto y densamente poblado, está lleno de contradicciones que no siempre son fáciles de superar.  Guardo gran respeto por todo, amor por mi marido, por su familia, pero no me siento parte integrante de la comunidad, después de cinco años,  todavía me siento huésped.

IG: Yoga para reforzar el sistema inmunitario… AS: Estudié contabilidad, diseño publicitario y frecuenté la facultad de Letras en la ´Università degli Studi di Torino´. Empecé a practicar yoga desde muy joven, como autodidacta y luego decidí especializarme como instructora.  Después de tantos años,  no he dejado de tomar lecciones y aprender. La yoga es una disciplina amplia que abraza muchos aspectos de la vida.  Entre otras, refuerza el sistema inmunitario y ayuda a descargar el stress, por ello aconsejo de practicarlo durante esta pandemia.

 IG: ¿Qué tipo de  Meditación practica? AS: La Meditación Vipasana,  “Mirar las cosas como son”. Dicen que es la meditación que practicaba el Buda,  hoy se enseña gratis en todo el mundo, en los centros que siguen las enseñanzas de S.N. Goenka.  Desde hace más de 20 años, es parte integrante de mi vida. He visto los beneficios, me ayuda a desarrollar mi propia conciencia y sobre todo,  me permite observar cada cosa desde una perspectiva amplia sin perder la ecuanimidad.

IG: ¿Tiene nostalgia de Italia? A.S. Hay  momentos en los que extraño algunas cosas, especialmente la parte laboral, he trabajado siempre en el ámbito cultural, en el mundo de los libros, del  cine. A veces extraño hablar la propia lengua con desenvoltura, los amigos, comprender y saber que los demás te entienden cuando hablas.  Aunque si cocino italiano y a veces hago una fusión entre ambas culturas, algunos sabores me hacen falta, sobre todo por qué  algunos productos no se encuentran con facilidad.   

IG: ¿Conoce escritores hindúes? AS: En India hay escritores excelentes, cuyos libros, en los últimos años  han sido traducidos en todo el mundo. Entre mis preferidos está Chitra Banerjee Divakaruni Sister of my heart (Hermana de mi corazón), extraordinario, con un estilo narrativo  que te encanta, esencialmente femenino. Rohinton Mistry, A fine balance (El perfecto equilibrio),  gran escritor para entender la cultura y la historia de India.  Está la escritora Arundhati Roy The God of small things (El Dios de las pequeñas cosas), ha publicado solo dos novelas y muchos ensayos, es líder y activista social en diferentes proyectos. Sus novelas se caracterizan por un estilo narrativo que no es simple para el mundo occidental, pero no por ello menos interesante, vale la pena leerla.

IG: ¿En los escritores hindúes modernos encuentra similitudes con algunos relatos latinoamericanos? AS: Clasificar los escritores hindúes es muy difícil, se trata de un Subcontinente enorme que abraza escritores muy diferentes, algunos usan lenguas nativas o el inglés, y con base en ello cambian tradiciones y costumbres. Ciertos escritores clásicos narran historias con divinidades, algo mágicas, impregnadas de enseñanzas filosóficas y espirituales. Con respecto a los escritores latinoamericanos es diferente, la hindú es una literatura fuertemente ligada a la cultura de la gente, al modo de pensar y de vivir.  Si se ama la literatura es justo el momento para conocer escritores hindúes porque encontrará cosas sorprendentes e interesantes. Me gustan ambos.

IG: ¿Piensa que esta Pandemia nos hará mejores? AS: Dependerá de nosotros mismos si logramos transformarla en una experiencia de crecimiento interior. Si seremos capaces de interrogarnos, de  no quedarnos en la superficie, de ir un poco más al fondo de las cosas.  

*Caleña radicada en en norte de Italia desde hace casi tres décadas, comunicadora, hortelana, cocinera y viajera por convicción. irenegarces1000@gmail.com