Italia, un país hecho a punta de óperas

Cuando Giuseppe Verdi se dio a conocer como compositor de óperas en 1839, Italia era un puñado de minúsculos estados. Su música estableció un lenguaje común en la lucha por unificar el país. Los del norte estaban gobernados por Austria y en el sur dominaban los Borbones españoles, pero los unía el anhelo de formar una nación independiente.
Solo en Italia podría surgir una extravagancia artística como es la ópera. Un complejo entretenimiento que también cuenta la historia de los recientes cuatro siglos.

Por Álvaro Gärtner. Cuando Giuseppe Verdi se dio a conocer como compositor de óperas en 1839, Italia era un puñado de minúsculos estados. Los del norte estaban gobernados con mano dura por Austria y en el sur dominaban los Borbones españoles. Los unía el anhelo de formar una  nación independiente.

Los sentimientos patrióticos también afloraron en Los lombardos en la primera cruzada (1843), Los dos Foscari (1844) y Juana de Arco (1845) e hicieron de Verdi el compositor de la causa nacional. Los coros Un pacto, un juramento (Ernani, 1844) y Patria oprimida (Macbeth, 1847) eran verdaderos gritos de libertad.

El fracaso de la revolución de 1848 fue un duro golpe para la causa. Desengañado, Verdi abandonó las óperas patrióticas y empezó a profundizar en la sicología de los personajes. Pero no podía desentenderse: a principios de 1850 le encargaron una para el teatro La Fenice, de Venecia. Acababa de leer el drama El rey se divierte de Víctor Hugo y quedó encantando, pero la censura en Francia lo había prohibido veinte años atrás. Presentó el libreto al Consejo de Censores de Austria y siguió componiendo. Tardó 40 días en terminar la ópera que en secreto llamaba La maldición.

Tres meses antes del estreno, “el gobernador militar de Venecia deplora que el poeta Piave y el célebre músico Verdi no hayan sabido escoger otro campo para hacer brotar sus talentos, que el de la repugnante inmoralidad y obscena trivialidad del argumento del libreto titulado La maledizione. Su Excelencia ha dispuesto vetar absolutamente la representación”. Se usó el título clandestino, averiguado por espías, para mostrar los alcances del poder gubernamental.

El secretario de La Fenice medió ante el gobierno austriaco y se impuso que la acción no transcurriera en la corte real francesa y cambiar el título. Verdi aceptó, pues quedaban intactas las principales escenas. El rey de Francia se transformó en el duque de Mantua, porque la familia Gonzaga y el ducado ya no existían, y así no ofendería a nadie. 

Se salvó el protagonista, por quien Verdi sentía predilección: un bufón deforme, amargo y mordaz, también padre amoroso, y el duque conservó su carácter cínico y libertino. Rigoletto hizo ver el sufrimiento de los oprimidos, condenó sutilmente los abusos del poder y la hipocresía de los cortesanos. Dardos contra el régimen austríaco. En 1855 los disparó contra el de los Borbones desde Las vísperas sicilianas.

Verdi volvió a sentir la censura, cuando del Teatro San Carlos de Nápoles le encargaron una ópera para el carnaval de 1858 y propuso la historia del rey Gustavo III de Suecia, asesinado en 1792. Los austriacos exigieron situar la acción en un país distinto y transformar el rey en señor feudal. Para la censura, representar un magnicidio podría sugerir ideas a los inconformes. De hecho, el día que el compositor llegó a Nápoles, atentaron contra Napoleón III en París y poco antes el rey de las Dos Sicilias había sido atacado por un soldado.

Se le ordenó reescribir toda la ópera. Verdi se negó y la dirección del teatro le propuso el libreto titulado Adelia degli Adimari, que llamaba burlonamente “degli animali” (de los animales), y lo rechazó. Fue demandado por incumplimiento de contrato y él contrademandó por daños y perjuicios. Los jueces le dieron la razón.

En 1861 surgió Italia. Fue coronado el rey Víctor Manuel II de Saboya y Verdi elegido senador en las primeras elecciones. Pero no puso fin a su carrera de compositor, ni sus óperas se libraron de vicisitudes: en 1867 estrenó Don Carlo en París, basada en la rebelión del príncipe contra el rey Felipe II de España. En ella se advierte que su percepción del poder era menos idealista, más desencantada. El público acogió con entusiasmo las primeras escenas. Pero la emperatriz española Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III, ofendida por el libreto ‘antiespañol’, los clamores de libertad y la crítica al fanatismo religioso, volvió la espalda al espectáculo y todo vino abajo.

Cuando Verdi reescribió en 1881 Simón Boccanegra, le dio un carácter nacionalista que el original no tenía. El compositor era ya senador vitalicio y eso cambió su visión del argumento. En la nueva versión insertó una referencia a dos cartas de Petrarca, dirigidas a Boccanegra, primer dux de Génova, y al de Venecia, en las cuales les recordó que las dos ciudades son hijas de una misma madre, Italia. Con ello bastó para reforzar la autoridad del protagonista de la ópera. (El histórico murió en 1362, envenenado).

Se dice que Simón Boccanegra encarna lo que Verdi pudo ser y no fue en política, y plasmó en el personaje lo que quiso proyectar en la nueva Italia.

El significado político de Va’ pensiero revivió en 2012, cuando Italia conmemoró 150 años de unificación y se representó Nabucco, dirigida por Ricardo Muti. Antes, el alcalde de Roma denunció los recortes al presupuesto de cultura que hacía el gobierno de Silvio Berlusconi, quien asistió a la función.

Según Muti, “la ópera se desarrolló normalmente y cuando llegamos al famoso coro, sentí que el público se ponía en tensión, ante el lamento de los esclavos que cantan «oh patria mía, tan bella y tan perdida». Cuando llegó a su fin, el público empezó a pedir un bis [repetición], mientras gritaba «Viva Italia» y «Viva Verdi»”.

Prosiguió: “Yo no quería solo hacer un bis. Tenía que haber una intención especial”. Entonces, alguien gritó desde el palco: “¡Larga vida a Italia!”. El director se dio vuelta y mirando al público y a Berlusconi, respondió: “Estoy de acuerdo. Larga vida a Italia, pero hoy siento vergüenza de lo que sucede en mi país. Accedo a vuestra petición, no solo por la dicha patriótica que siento, sino porque esta noche, cuando el coro cantó, pensé que si seguimos así vamos a matar la cultura sobre la cual se construyó la historia de Italia. En tal caso, nuestra patria, estaría de verdad bella y perdida”. Estallaron los aplausos, incluidos los artistas en escena.

Muti agregó: “Yo he callado durante muchos años. Ahora deberíamos darle sentido a este canto. Les propongo que cantemos todos. Comenzó el canto con la gente de pies y toda la Ópera de Roma también se levantó. Algunos integrantes del coro lloraban”.

Un imperio sostenido a punta de valses. La opereta surgió hacia 1860, en medio de una crisis económica que impedía montar óperas, ideada por Jacques Offenbach, compositor germano-francés. Alterna diálogos y música. Por tener una temática ligera, casi frívola, era menos costosa.

Offenbach desafió a Johann Strauss a componerlas, cuando éste ya era autor de valses famosos, aún vigentes. Entre 1871 y 1897 escribió 16, entre las cuales El murciélago (1874), goza de enorme popularidad. Alternan valses y polcas vieneses, y alguna danza folclórica húngara, para dar la falsa idea de unidad, en un ente político forzado como fue el Imperio Austrohúngaro.

El compositor fue el símbolo del optimismo para una sociedad austríaca que estaba en decadencia, después de la guerra francoprusiana de 1870 y el surgimiento de Alemania. Ni el emperador Francisco José, ni la emperatriz Sissy, ni la clase política se percataban de ello, deslumbrados como estaban con los valses de Strauss.

Con Franz Lehár comenzó la Edad de Plata de la opereta, con el mismo esquema musical de Strauss: valses, polcas y un tema húngaro. El imperio se hundió con la I Guerra Mundial, pero Léhar mantendría el compás hasta comienzos de la II.

La música en tiempos soviéticos. Durante los primeros años del régimen comunista en Rusia en 1917, se habló de crear una nueva música, incluida la ópera, cuya popularidad serviría para divulgar el credo bolchevique. Óperas como Wozzeck de Alban Berg y Der ferne Klang (El sonido distante) de Franz Schreker, a pesar de ser burgueses (capitalistas), tenían lo que buscaba el gobierno. Pero el público prefería las obras ‘vampukistas’, que mezclaban sentimentalismo, espíritu de aventura y tramas fabulosas, contenidos en Vampuka (1909) de Vladimir Erenberg. El título se convirtió en sinónimo de absurdo.

Inspirado en Wozzeck, Dimitri Shostakóvich se propuso componer una ópera basada en el cuento La nariz, de Nikolai Gogol, en 1928. Cuando la estrenó en 1930, eran otras las políticas culturales soviéticas. El compositor fue acusado de estar sujeto al “formalismo burgués”, cuando lo correcto era el “realismo socialista”, con un lenguaje accesible al gran público. Un crítico dijo que la ópera era “una bomba arrojada por un anarquista”.

Shostakóvich ignoró las insinuaciones y en 1936 publicó Lady Macbeth de Minsk. Un artículo anónimo publicado en el diario Pravda, atribuido al dictador Josef Stalin, la tildó de “chabacana, primitiva y vulgar”. El músico fue acusado de ser “enemigo del pueblo” y estuvo a punto de ser fusilado. Con la condena de su segunda ópera, la primera quedó censurada implícitamente. Shostakóvich jamás se recuperó de ese golpe.

La ópera de la libertad. Ludwig van Beethoven expresó sus opiniones políticas en sus sinfonías n° 3 Heroica, El triunfo de Wellington y aun la n° 9 Coral, y la obertura Egmont. En cambio, el argumento de su única ópera, Fidelio (1805), exalta la lealtad y la fidelidad conyugal, porque la protagonista se disfraza de hombre para entrar a la prisión donde está su esposo como preso político de un tirano. Al conseguir su liberación, la obra se convierte en canto a la libertad. Ésta fue la razón por la cual varios teatros de ópera en Europa fueron reinaugurados con la representación de Fidelio luego de finalizada la II Guerra Mundial, que terminó con el sanguinario régimen nazi.

Epílogo. Solo en Italia podría surgir una extravagancia artística como es la ópera. Un complejo entretenimiento que también cuenta la historia de los recientes cuatro siglos.

La política subió al escenario de la ópera (I)

Junto con la salsa boloñesa, el queso mozzarella, el café capuccino y los vinos de Campania, la ópera simboliza lo italiano. Solo en Italia podría surgir semejante extravagancia artística y primer sistema multimedia de la historia, que combina canto, música, dramaturgia, actuación, danza, pintura, arquitectura y luminotecnia. La ópera no fue una expresión abstracta, sino una mirada estética e idealista a una realidad también turbulenta. Se valió de la política para salir a la luz, porque una idea tan ambiciosa necesitaba la ayuda de los poderosos.

Por Álvaro Gärtner. Junto con la salsa boloñesa, el queso mozzarella, el café capuccino y los vinos de Campania, la ópera simboliza lo italiano. Solo en Italia podría surgir semejante extravagancia artística y primer sistema multimedia de la historia, que combina canto, música, dramaturgia, actuación, danza, pintura, arquitectura y luminotecnia.

Como todo arte refinado en el Renacimiento y el Barroco, la ópera no fue una expresión abstracta, sino una mirada estética e idealista a una realidad también turbulenta. Se valió de la política para salir a la luz, porque una idea tan ambiciosa necesitaba la ayuda de los poderosos: la primera cuya música se conserva completa, Eurídice, fue compuesta por Jacopo Peri en 1600, para la boda de María de Médicis y el rey Enrique IV de Francia.

Los invitados a Florencia se deslumbraron con lo jamás visto antes. Uno de ellos, Vincenzo Gonzaga duque de Mantua, no se dejaría opacar por la familia con la cual rivalizaba en poderío y ostentación. Como su maestro de música de corte Claudio Monteverdi también asistió, le encargó una ópera basada en el mismo mito griego.

Siete años tardó el buen Claudio en pergeñar L’Orfeo, desde la perspectiva del marido de Eurídice. Con ella triunfaron los Gonzaga sobre los Médicis: la primera parte de la obertura es el himno del duque de Mantua y la ópera está entre las 100 más representadas en la actualidad, mientras la de Peri es apenas una referencia.

Desde su aparición, la ópera fue instrumento de poder. La idea pudiera extrañar hoy, cuando muchos la creen pasatiempo de viejitos ricos, con una música que no incita a tomarse ni un aguardiente. Pero si se recuerda que durante casi 300 años tuvo la influencia que hoy ejerce el cine, empieza a entenderse su importancia.

Como toda novedad de su tiempo, se necesitaba el aval de una Iglesia Católica proclive a condenar toda forma de diversión, sobre todo musical. Pero una cosa era la institución y otra sus sacerdotes, incluidos papables como Maffeo Barberini.

Cuando en 1623 fue elegido como Urbano VIII, el Colegio Cardenalicio no dio importancia a su afición por la ópera, o él supo ocultarla hábilmente. El buen pontífice decidió renovar sus propiedades personales: en 1631 despidió su viejo palacio e inauguró el nuevo con el estreno de Il Sant’Alessio de Stefano Landi. Esta ópera fue como una aristocrática versión de los pueblerinos autos sacramentales de la Edad Media.

Con la bendición papal, el experimento de Peri y Monteverdi se remontó a las alturas.

Compositor y cortesano. A los franceses del siglo XVII hacía más gracia bailar que cantar. Hasta cuando Giulio Raimondo Mazarini, un libertino militar y diplomático italiano se coló en el Palacio de las Tullerías. Por sus buenos oficios fue nombrado cardenal sin ser sacerdote, primer ministro y regente durante la infancia de Luis XIV.

El cardenal Mazarino se propuso italianizar las costumbres cortesanas. En 1652 llevó a un joven bailarín de ballet y violinista florentino llamado Jean-Baptiste Lully. Sin embargo, cuando incluyó una ópera italiana en la celebración del matrimonio del rey Luis con María Teresa de Austria, en 1660, contrató al reputado compositor Francesco Cavalli.

Éste compuso Ercole amante como un espectáculo de enormes proporciones, con una música grandiosa. Lully se encargó de los ballets. Para la escenografía fue construida sofisticada maquinaria, como un brazo mecánico capaz de desplazar a más de 50 bailarines.

El propio rey como “primer bailarín del reino”, participó en las danzas, sin verse molesto por ser comparado con un Hércules inmoral, que seduce a la novia de su hijo. La engañada esposa hace vestir al infiel con una túnica envenenada, causándole una muerte horrible. Es posible que a Luis le agradase más la alusión a su transformación de simple mortal en rey, cuando los dioses llevan el fallecido al Olimpo.

Como perfecto cortesano y hábil negociante, Lully supo ganarse el favor del monarca, quien lo nombró Superintendente de la Música de Su Majestad. Se propuso sacar una ópera netamente francesa, al combinar el teatro lírico italiano con ballet, algo no tan difícil para un bisexual como él. Si bien la idea fue de ignotos músicos de provincia, el real compositor obtuvo del rey el monopolio sobre ese género, que depuró a través de trece obras, la primera de las cuales Cadmus et Hermione (1673).

Compositor, obispo, diplomático y espía. Stefano Agostini tenía apenas once años y ya era conocido en los escenarios operísticos de Venecia. Fue llevado a la corte de Munich, donde forjó amistad con el futuro príncipe elector Maximiliano II Emanuel de Baviera. Después de ordenarse sacerdote, el italiano empezó a componer óperas, que también cantó, con una voz de alabada belleza.

Los libretos tenían marcado tono político: Marco Aurelio (1681) trata de las obligaciones del gobernante con su pueblo y su esposa. Niobe, regina di Tebe (1688) critica la arrogancia de Max Emanuel. La libertà contenta (1693) condena la promiscuidad y exalta la fidelidad, a raíz de la escandalosa relación de la princesa Sophía Dorothea con el conde sueco Philipp von Königsmarck.

Ese año, Agostini se trasladó al ducado de Hannover, donde empezó su carrera diplomática. Fue enviado a Bruselas, donde el Elector de Baviera era gobernador de los Países Bajos españoles, logrando para el ducado hannoveriano el rango de electorado. La lealtad de Max Emanuel se balanceaba entre el Imperio Alemán y la Francia de Luis XIV. El príncipe se volvió hostil con su antiguo protegido y éste renunció para no ser arrestado. Se quedó en Munich fingiéndose enfermo, para dedicarse al espionaje.

En la corte de Düsseldorf llegó a ser presidente general del gobierno y obispo de Spiga. Medió exitosamente entre el papa y el sacro emperador, siendo nombrado vicario apostólico del norte de Alemania. Y entre gestión y gestión, seguía componiendo óperas como Henrico Leone. El duque Ernesto Augusto de Sajonia-Weimar la hacía representar para “que la posteridad no olvide todos los Estados que pertenecieron a esta casa” ducal.

Steffani también intervino en las negociaciones diplomáticas anteriores a la Guerra de Sucesión española (1701-1713). Causó una penuria económica tan grande en Europa, que obligó al papado a prohibir la ópera en Italia.

Una ópera políticamente incorrecta. El teórico musical y compositor Jean-Philippe Rameau comenzó a escribir óperas pasados los 50 años de edad. La mayoría de las 31 que dejó, fueron aclamadas por Diderot y Voltaire. Con su música, el Barroco francés llegó a su punto más alto y anticipa el romanticismo del siglo XIX.

Platée fue la primera ópera cómica de Rameau. Fue estrenada en la boda del heredero al trono de Francia con la infanta María Teresa Rafaela de España, en 1745. Cuenta la historia de una fea ninfa de los pantanos, a quien algunos dioses del Olimpo hacen creer que Júpiter está enamorado de ella.​ La idea era humillarla por su aspecto. En las melodías se reiteran las asonancias en “oi” (pronunciadas “uá”, en francés), para imitar el canto de las ranas.

La novia distaba de ser bonita y sin embargo, los regios desposados disfrutaron de la representación. Rameau fue poco después nombrado Compositor de la Cámara del Rey, con elevado salario.

Libreto para criticar al enemigo. Federico II el Grande fue prototipo del monarca ilustrado: jurista, filósofo, poeta, melómano, flautista y mecenas del arte. Y un estratega militar que convirtió su país en una gran potencia europea.

Federico II el Grande de Prusia personificó en Moctezuma la visión que tenía de sí mismo y de la política. Montezuma (título original en italiano) se estrenó en Berlín, en 1755.

Cuando el compositor Carl Heinrich Graun publicó su ópera sobre Moctezuma, ya 20 años atrás Vivaldi había abordado el tema de la conquista de México.

En su época había curiosidad acerca del mundo más allá de Europa. El rey de Prusia admiraba tanto al emperador azteca Moctezuma, que se propuso escribir un libreto de ópera sobre la conquista de México, lo cual no era común en un gobernante.

Federico personificó en Moctezuma la visión que tenía de sí mismo y de la política. Como anticatólico y enemigo de España, hizo énfasis en la crueldad de los conquistadores españoles, en especial Hernán Cortés.

Encargó la música a su amigo Carl Heinrich Graun, estupendo y prolífico compositor hoy casi olvidado. Montezuma (título original en italiano) se estrenó en Berlín, en 1755.

El protagonista se presenta como un gobernante justo y respetuoso de sus súbditos. Es su deber y no un mérito. En cambio, Cortés y su lugarteniente Pánfilo de Narváez están llenos de malas intenciones, codicia e hipocresía, al aprovecharse de la hospitalidad de Montezuma para invadir Tenochtitlán. Cuando éste se entera del engaño, sigue una larga confrontación con el invasor, en la cual ambos hablan de “barbarie”, con un nuevo sentido: los bárbaros no son los indígenas, sino los conquistadores, por tramposos.

La visión Federico II el Grande acerca de esta historia, acreció la leyenda negra de la conquista española de América. Por supuesto, la ópera causó malestar en España.

Teatro y ópera revolucionarios. Las causas sociales, políticas y económicas de la Revolución Francesa están suficientemente estudiadas. No tanto, la incidencia de las obras teatrales de Pierre Agustín Caron de Beaumarchais y las óperas compuestas sobre ellas, estrenadas pocos años antes del alzamiento. Sus representaciones permitieron tomar conciencia de la situación imperante.

Lejos de ser teatro panfletario, las divertidas comedias invertían el orden: los protagonistas eran sirvientes inteligentes, que resolvían los problemas de amos aristócratas medio pendejos. La nobleza misma rio y aplaudió, por creerlo imposible.

Beaumarchais distaba de ser un revolucionario: dio clases de arpa a las hijas de Luis XV y fue su secretario. El monarca lo envió a Inglaterra, los Países Bajos, los principados alemanes y Austria, a impedir la publicación de dañinos panfletos. Fue y acusado de espionaje encarcelado. Abogó por la intervención francesa en la independencia de los EEUU y a través suyo se envió en secreto dinero a los norteamericanos. Por propia cuenta, Beaumarchais les vendió armas y municiones, que envió en una flota privada. Tenía gran habilidad para los negocios y los matrimonios: los dos primeros fueron con mujeres muy ricas y mayores, las cuales tuvieron la delicadeza de fallecer al año de casadas.

En medio de sus actividades, escribió una trilogía teatral sobre Fígaro*, un hombre del pueblo, astuto y audaz, burlón e irreverente, que siempre tiene a mano la solución para los problemas de los aristócratas. De esa forma también pone en evidencia su incapacidad y su hipocresía, con frases agudas de gran contenido social.

El primer capítulo fue El barbero de Sevilla, estrenado en 1775 con enorme éxito: Fígaro se las ingenia para arrancar a la joven y rica huérfana Rosina, de las garras de un viejo y avaricioso tutor que planea casarse con ella, para hacerse a su fortuna. El conde de Almaviva, un filipichín enamoradizo, quiere a la muchacha para sí y cuenta con la ayuda del sagaz. En 1782, Giovanni Paisiello lo convirtió en la ópera, siete años antes de la revolución. La versión más conocida hoy es la de Gioacchino Rossini (1816).

Beaumarchais publicó en 1784 Las bodas de Fígaro: el barbero está prometido con la bella doméstica Susana y el conde de Almaviva planea revivir el derecho de pernada para disfrutarla, pero es descubierto. Los novios, con ayuda de la condesa Rosina, desenmascaran al noble, un pelmazo inútil. Wolfgang Amadeus Mozart convirtió la comedia en ópera bufa en 1786. El emperador José II de Austria la consideró “altamente escandalosa” y prohibió su representación, sin impedir la publicación de la partitura, diciendo que los sirvientes iban al teatro, pero no leían notas musicales. También estuvo vetada en Francia durante más de seis años.

En 1787 fue estrenada en París la ópera Tarare, libreto del propio Beaumarchais y música de Antonio Salieri. Fueron necesarios numerosos guardias para contener la muchedumbre agolpada frente al teatro. Se esperaba que si Fígaro había criticado abiertamente la opresión feudal, la nueva obra también traería agudos mensajes políticos.

El argumento gira en torno de un déspota cruel y egoísta, que odia a su mejor soldado, de origen humilde, solo porque es feliz en su vida y amado por el pueblo, a causa de su valor y lealtad. Los sufrimientos que le inflige provocan y su derrocamiento. En su lugar es puesto el militar. El epílogo es contundente: Mortal: quien seas, príncipe, sacerdote o soldado; hombre, tu grandeza en la tierra no pertenece a tu estado; tu carácter lo es todo.

Napoleón Bonaparte afirmaría:Fígaro fue la Revolución Francesa puesta en práctica”.

Esta historia continuará…

La familia Daconte en la obra de García Márquez

Crónica de un encuentro memorable entre los escritores Gabriel García Márquez y Eduardo Márceles Daconte.

Por Eduardo Márceles Daconte*. Nunca imaginé hasta dónde llegó la amistad y cercanía que Gabo sostuvo con miembros de mi familia Daconte hasta la mañana que lo conocí cuando coincidimos en el Encuentro de intelectuales y artistas de América Latina que se realizó en La Habana en septiembre de 1981. Su primera reacción cuando escuchó mis apellidos fue preguntarme, “¿tú eres de los Daconte de Aracataca?”, y cuando contesté que sí, me sorprendió con un grito que asustó a los presentes en el vestíbulo del Hotel Havana Riviera: “ahora sí se jodió esta vaina, dos cataqueros en La Habana”. Entonces me sujetó por un brazo señalándome un sofá para conversar. “Fíjate –dijo–, yo siempre tuve una sincera admiración y respeto por el inmigrante italiano don Antonio Daconte”.

Elena Nena Daconte, con uno de sus hijos, protagonista del cuento El rastro de tu sangre en la nieve.

Mi abuelo arribó a esta orilla del mar Caribe en Puerto Colombia desde su tierra natal de Scalea, Calabria, sobre la costa del mar Tirreno, a finales del siglo XIX, y se radicó en la apacible región bananera de Aracataca. Por su buen olfato de comerciante, fundó la tienda El Vesubio, frente a la plaza principal, recordando el volcán que acabó con Pompeya. Tiempo después abrió una tienda más grande en el sector de Las cuatro esquinas e hizo suficiente fortuna para comprar La Somalia, una finca bananera, y una docena de casas en aquel pueblo ignorado por la geografía nacional hasta época reciente.

Foto 1. Don Antonio Daconte Fama, amigo y benefactor de Nicolás Ricardo Márquez, abuelo de Gabo en Aracataca. Foto 2. Galileo Daconte, personaje en El amor en los tiempos del cólera.

“De hecho –comentó–, cuando estaba escribiendo Cien años de soledad en México, en un momento que necesité un personaje quise hacerle un homenaje a don Antonio, entonces incluí el nombre de un italiano que llega a Macondo, pero el personaje se me fue volviendo marica, entonces pensé qué iría a decir tu tío Galileo, mi buen amigo de infancia en el Colegio Montessori, cuando leyera la novela y se enterara que el nombre de su padre correspondía a un afeminado que tocaba la pianola, sin duda me daría un puñetazo, me devolví y donde estaba su nombre lo remplacé por Pietro Crespi quien fue en realidad un italiano afinador de pianos que mi mamá conoció en Barranquilla.

Yo siempre sentí una inmensa gratitud por tu abuelo porque fue muy generoso con nosotros, un aliado incondicional de mi abuelo Nicolás, por invitación suya entrabamos gratis al cine Olympia que inauguró don Antonio en el patio de su casa en Las cuatro esquinas. Fue allí en esas bancas rústicas de madera donde comenzó realmente mi vocación por el cine”, comenta y reitera en su autobiografía Vivir para contarla (2002): “Cuando Papalelo (su abuelo materno) me llevaba al flamante cine Olympia de don Antonio Daconte yo notaba que las estaciones de las películas de vaqueros se parecían a las de nuestro tren” (pag. 26). De hecho, eran tan amigos que el coronel Nicolás Márquez fue el padrino de María, la hija mayor de los hermanos Daconte Calle.

Avanzando en su relato recuerda que “cada vez que la película le parecía apropiada, don Antonio Daconte nos invitaba a la función tempranera de su salón Olympia, para alarma de la abuela, que lo tenía como un libertinaje impropio para un nieto inocente. Pero Papalelo persistió, y al día siguiente me hacía contar la película en la mesa, me corregía los olvidos y errores y me ayudaba a reconstruir los episodios difíciles” (pag. 109). Para complementar sus reminiscencias del cine en Aracataca, comenta en su columna La Jirafa de El Heraldo: “Mi héroe, en medio de tantos, fue Dick Tracy. Y además, cómo no, recuperé el culto del cine que me inculcó el abuelo y me alimentó don Antonio Daconte en Aracataca, y que Álvaro Cepeda convirtió en una pasión evangélica para un país donde las mejores películas se conocían por relatos de peregrinos” (página 448).

Un día de 1983 recibí la invitación del poeta Jorge Marel, su organizador, para participar en el 3er Encuentro de escritores costeños en Sincelejo. El poeta Marel me solicitó el favor de extender una invitación especial a Gabo para un homenaje en el seno del encuentro. Gabo estaba por aquella época en Cartagena encerrado en un apartamento de Bocagrande escribiendo su novela El amor en los tiempos del cólera. Cuando lo llamé para comentarle sobre el encuentro me dijo que más bien lo visitara en camino a Sincelejo para almorzar. Fue un reencuentro cálido, como siempre cuando nos encontrábamos, su primera pregunta después de los saludos fue “ajá Eduardo, cuéntame, y qué hay por Cataca”. Yo le respondí que todo estaba bien aunque sufriendo la violencia de guerrillas y narcotráfico en la Sierra Nevada de Santa Marta. De pronto recordé que por esos días había muerto mi tío Galileo, cuando se lo comenté, su rostro se ensombreció por la triste noticia “cómo va a ser, murió mi mejor amigo de infancia, cuánto lo lamento.”

Después conversamos de otros temas hasta que volví a recordarle la cita con los escritores en Sincelejo, pero me recordó que él nunca iba a encuentros ni conferencias, me dijo que sufría de pánico escénico, pero que iba a enviar un mensaje para excusarse. Entonces escribió una nota que Marel leyó en la inauguración del encuentro: “Estoy emocionado y más que agradecido con el homenaje que ustedes me rinden en el Tercer encuentro de escritores costeños, y estoy furioso con esta vida enredada que no me ha dado una tregua para estar hoy con ustedes… Creo que lo que más vale de mi está de todos modos con ustedes, que son los afectos de la tierra, la identificación con tantas cosas bellas –inclusive las más inútiles– y la solidaridad en el propósito de que algún día sean felices todos los seres capaces de respirar, por obra y gracia de la poesía”.

Tiempo más tarde, cuando leí la historia de amores contrariados entre Florentino Ariza y Fermina Daza en 1985, encontré para mi sorpresa que homenajeaba a Galileo Daconte, su amigo de infancia, como uno de sus personajes, imagino que decidió incluir su nombre cuando le di la infausta noticia de su fallecimiento. Para tal fin, fusiona la actividad de Antonio con la de su hijo: “Más tarde, cuando don Galileo Daconte abrió el primer patio de cine, Jeremiah de Saint-Amour fue uno de sus clientes más puntuales, y las partidas de ajedrez quedaron reducidas a las noches que sobraban de las películas de estreno…” (pag. 20).

Luego comenta en otro pasaje: “La noche anterior habían ido al cine, cada uno por su cuenta y en asientos separados, como iban por lo menos dos veces al mes desde que el inmigrante italiano don Galileo Daconte instaló un salón a cielo abierto en las ruinas de un convento del siglo XVII. Vieron una película basada en un libro que había estado de moda el año anterior, y que el doctor Urbino había leído con el corazón desolado por la barbarie de la guerra: Sin novedad en el frente” (de Erich María Remarque, 1930, pag. 24).

Hacia el final de la novela, vuelve a mencionar el personaje cuando recuerda que “Florentino Ariza no se había dejado impresionar de un modo especial por el invento del cine, pero Leona Cassiani lo llevó sin resistencia al estreno espectacular de Cabiria (película italiana, 1914), cuya publicidad se fundaba en los diálogos escritos por el poeta Gabriele D´Annunzio. El gran patio a cielo abierto de don Galileo Daconte, donde algunas noches se disfrutaba más del esplendor de las estrellas que de los amores mudos de la pantalla, había sido desbordado por una clientela selecta…” (pag. 348).

Pero mi sorpresa fue mayor cuando leí Doce cuentos peregrinos (1992). Allí encontré que mi tía Elena Daconte (una de las tres hermanas de mi madre) figura como protagonista de El rastro de tu sangre en la nieve que, según algunos críticos literarios, es uno de sus mejores cuentos. El argumento gira alrededor de una acaudalada pareja de jóvenes cartageneros recién casados que disfrutan su luna de miel en Europa. Nena Daconte es descrita como políglota, saxofonista y de un carácter dulce pero decidido “casi una niña, con unos ojos de pájaro feliz y una piel de melaza que todavía irradiaba la resolana del Caribe en el lúgubre anochecer de enero…”

Un día, durante una visita a su casa de Cartagena, le pregunté la razón por la que había utilizado mi apellido para sus historias y me respondió en son de broma con una risotada, “¡Y qué, ahora me vas a demandar por 20 millones de dólares!”, a lo cual le contesté que mi familia estaba feliz y agradecida por tenerla en cuenta para sus historias. Fue entonces que me contó el origen del nombre de su relato. “Yo escribí ese cuento en Barcelona en 1976 y cuando necesité un nombre apropiado para la protagonista, el nombre de tu tía Elena me llegó como un relámpago, quise homenajearla porque la recordaba desde mi niñez cuando asistía al colegio Montessori de Aracataca, yo veía a esa niña de piel dorada y rizos rubios correr riéndose por aquellos pasillos, nunca la olvidé”.

A raíz de la admiración que despertó en ella la protagonista del cuento, la cantautora española Mai Meneses bautizó su grupo de pop rock Nena Daconte con cuyas canciones He perdido los zapatos (2006), Retales de Carnaval (2008), Una mosca en el cristal (2010) y Solo muerdo por ti (2013), ha alcanzado excepcionales éxitos con nominaciones y galardones como el ATV European Music Awards, hasta posicionarse como uno de los grupos musicales que más discos y conciertos ha vendido en España.

Sin embargo, donde más recuerda Gabo a don Antonio Daconte es en una columna publicada en El Espectador el 18 de diciembre de 1983 y seleccionada para diferentes antologías de sus artículos de prensa. En ella, con el título Vuelta a la semilla, evoca su infancia en Aracataca y en especial su experiencia con los animes. “Para mí hay más poesía en la historia de los animes que en toda la que he tratado de dejar en mis libros. La misma palabra –animes– es un misterio que me persigue desde aquellos tiempos”. Después de indagar su significado en diferentes diccionarios, se muestra en desacuerdo con esas definiciones. “Los animes de Aracataca eran otra cosa: unos seres minúsculos, de no más de una pulgada, que vivían en el fondo de las tinajas. A veces se les confundía con los gusarapos, que algunos llamaban sarapicos, y que eran en realidad las larvas de los mosquitos jugueteando en el fondo del agua de beber… Los animes tenían la facultad de escapar de su refugio natural, aun si la tinaja se tapaba con buen seguro, y se divertían haciendo toda clase de travesuras en la casa… No eran más que eso: espíritus traviesos, pero benévolos, que cortaban la leche, cambiaban el color de los ojos de los niños, oxidaban las cerraduras o causaban sueños enrevesados”.

“Sin embargo, había épocas en que se les trastornaba el humor, por razones que nunca fueron comprensibles, y les daba por apedrear la casa donde vivían. Yo los conocí en casa de don Antonio Daconte, un emigrado italiano que llevó grandes novedades a Aracataca: el cine mudo, el salón de billar, las bicicletas alquiladas, los gramófonos, los primeros receptores de radio. Una noche corrió la voz por todo el pueblo de que los animes estaban apedreando la casa de don Antonio Daconte, y todo el pueblo fue a verlo. Al contrario de lo que pudiera parecer, no era un espectáculo de horror, sino una fiesta jubilosa que de todos modos no dejó un vidrio intacto… Mucho tiempo después de aquella noche encantada, los niños seguíamos con la costumbre de meternos en la casa de don Antonio Daconte para destapar la tinaja del comedor y ver los animes –quietos y casi transparentes– aburriéndose en el fondo del agua”.

Por supuesto, esta relación de amistad, gratitud y cariño con el dueño del cine de Aracataca y su familia ha sido reseñada en todas las biografías de Gabo. Entre ellas, quizás la más detallada se encuentra en García Márquez: El viaje a la semilla (1997), el excelente trabajo de Dasso Saldívar quien narra de manera poética y perceptiva la trayectoria vital de nuestro premio Nobel. También la encontramos, aunque más prosaica, en la monumental biografía García Márquez: Una vida del escritor inglés Gerald Martin quien describe en forma minuciosa hasta el detalle más insignificante en la existencia del escritor, sin escatimar los sucesos y anécdotas más relevantes de su etapa juvenil en Aracataca.

Artículo publicado en El Espectador, el 18 de abril de 2020. Las fotografías son cortesía de Eduardo Márceles Daconte.

Fotografía de portada: Los hijos de Antonio Daconte Fama con Manuela Calle, de izq. a der. Imperia, María, Antonio, Elena (Nena Daconte), Yolanda, en Aracataca.

Bibliografía: Vivir para contarla, Editorial Norma, 2002; El amor en los tiempos del cólera, Editorial La Oveja Negra; 1985; Doce cuentos peregrinos, Editorial Suramericana; 1992; El Espectador, 18 de diciembre de 1983.

*Escritor y periodista cultural, es autor de libros de narrativa, artes visuales, biografías, crónicas y antologías, vive y trabaja en Puerto Colombia, Atlántico.

La represa de Calima y la Casa Perini, un destino compartido

Culturas precolombinas, colonizadores del Viejo Caldas y descendientes de italianos, han dejado su huella en este territorio que hoy alberga a Calima, uno de los embalses más grandes de Colombia, en uno de los parajes naturales y turísticos más cautivadores de América Latina.

¿En qué momento se juntaron los caminos de vallecaucanos y constructores italo americanos, para cambiar la geografía del Valle del Calima?

Todo empezó en los años 50 del siglo XX, cuando el Valle del Cauca y la CVC, Corporación Autónoma Regional del Valle del Cauca, lideraron una ambiciosa apuesta para el progreso del departamento, la generación de energía a través de la construcción de la Central Hidroeléctrica del río Calima para producir 120.000 KW.

Financiación del gran proyecto: se gestionaron 25 millones de USD con el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento, BIR. En 1956, firmas colombianas iniciaron las obras preliminares, el levantamiento, los caminos de acceso y un moderno campamento.

27 firmas del mundo licitaron. Para el gran reto de construir la hidroeléctrica y la instalación de las máquinas principales, se abrió una licitación mundial, las preseleccionadas en 1960, fueron 27 firmas de 7 países, Italia, Estados Unidos, Francia, Suecia, Noruega, Alemania y Brasil.

Los Perini: Y es en ese momento, con la oferta más baja para hacer la represa, cuando aparece en escena en esta región, Perini Corporation, una constructora de propiedad familiar, con sede en Boston, fundada en 1892, por un albañil lombardo de la población de Gotolengo, Bonfiglio Perini. Este inmigrante italiano construyó su propia historia de éxito en Norte América, a través de su compañía especializada en obras de ingeniería como presas, puentes, túneles y proyectos urbanos.

Bajo el liderazgo de los Perinis hijos, presididos por Louis Robert, la Casa Perini se ganó la licitación del embalse de Calima. Sus ingenieros iniciaron la construcción en 1961, trasladando la maquinaria por el puerto de Buenaventura. En 1964 el embalse se empezó a llenar y en 1965 la Hidroeléctrica de Calima entró en servicio.

Cifras: se inundaron 1.934 hectáreas; la presa tiene 13 kilómetros de longitud y 1,5 kilómetros de ancho máximo; el volumen del embalse para su nivel máximo es de 529 millones de m3 y el nivel mínimo es de 118 millones de m3.

Una historia conjunta de casi 70 años entre los Perini, descendientes de italianos de Norte América y los vallecaucanos.

Imágenes cortesía Biblioteca CVC.

Templo cartagüeño, muestra del neoclasicismo italiano

En pleno centro se levanta la joya de la corona de Cartago, la imponente Catedral Nuestra Señora del Carmen, de estilo neoclásico, simétrica, de líneas rectas, sin adornos ni recargos. De blanco impoluto contrasta con la bulla, el frenesí y los más de 30 grados de temperatura de este municipio, al norte del Valle del Cauca.

El gestor. La iniciativa de construir este templo católico nació de la obsesión del presbítero Hernando Botero O’byrne por allá, en 1944, quien gestionó y consiguió los recursos para levantarla a dos cuadras de la Plaza de Bolívar, en la esquina de la Carrera Quinta con Calle Catorce, en el mismo sitio donde había una capilla con el mismo nombre en siglos pasados, para honrar a la Virgen.

Y la leyenda popular dice … que su estilo neoclásico italiano se le debe a la reconocida firma de los reconocidos arquitectos colombianos, los hermanos Álvaro y Herman Calero Tejada, en sociedad con su cuñado mejicano, el arquitecto Félix Mier y Terán, quienes trajeron los planos desde Italia, inspirados en la Basílica de Nuestra Señora del Rosario de Pompeya

Aunque también existe la teoría, mucho más osada, que la Catedral de los cartagüeños es réplica de la mismísima Basílica de San Pedro en el Vaticano, con su cúpula, la planta en cruz griega, las tres naves y su altar mayor.

Una gran torre. De más de 50 metros y separada veinte metros del resto de la edificación, la torre se divisa a lo lejos y desde lejos, cada media hora se escucha el repicar de las campanas.

Un poco de historia. La primera misa en la catedral se ofició en 1952 y diez años después, el Papa Juan XXIII creó la Diócesis de Cartago y nombró a Monseñor José Gabriel Calderón Contreras Obispo de ella.

De los Alpes a los Andes

Empecemos las aventuras de La Bernardi por el Valle del río Cauca como destino migratorio de los italianos. Demos un repasón rápido en este primer capítulo a varios hechos y anécdotas de finales del siglo XIX y del XX en los que haya un italiano de por medio y en las cuales ya nos detendremos más adelante.

Está el caso del comerciante piamontés que fue cónsul en Buenaventura, Ernesto Cerruti y las autoridades del Estado Soberano del Cauca, que desencadenó en uno de los líos diplomáticos más escandalosos de la historia, cuando Colombia e Italia rompieron relaciones en 1885.

Documento que reposa en la Biblioteca de la Universidad Eafit / Sala de Patrimonio Documental

Saltemos a Buenaventura, la ciudad puerto más importante de Colombia sobre el Pacífico, que tomó su nombre del santo patrono italiano, y que por el movimiento comercial que ya se avizoraba, contó con un consulado italiano y con la sede de la firma comercial importadora y exportadora, la Casa Menotti.

Catedral de San Buenaventura, Buenaventura (Valle del Cauca)

En la Isla Cascajal, el arquitecto de Turín, Vicente Nasi, levantó la antigua Estación del Ferrocarril (1930), uno de los proyectos más modernos de la época. Y al muelle llegaron hasta los años setenta, los buques italianos de pasajeros, Verdi, Donizetti y Rossini, que establecieron entre sus tripulaciones y los bonaverenses un significativo intercambio cultural, gastronómico y deportivo. Aún se recuerda cuando la banda del barco se presentaba en las retretas dominicales con un repertorio de arias clásicas.

Antigua Estación del Ferrocarril, hoy la Escuela Taller de Buenaventura

Postal del barco italiano Donizetti que atracaba en el puerto de Buenaventura . (archivo de María Teresa Hurtado 1971)

Y en Cali nos saluda Cristo Rey, la escultura gigantesca de 21 metros, que vigila la ciudad desde 1953 en el Cerro Los Cristales, gracias a la iniciativa del padre José Arteaga y del escultor de Pietra Santa, Alidéo Tazzioli. Se dice que es uno de los monumentos a Cristo más hermoso y mejor diseñado en el mundo.

Y en esta misma ciudad ya un italiano había pasado a la historia, el pionero de la aviación, Ferruccio Guicciardi; él fue el primer aviador que tocó tierra caleña con El Telégrafo 1, el 21 de marzo en 1921. Por cuenta de esa hazaña se ganó un premio de $ 500 pesos.

Estos son solo algunos de los personajes y de las tantas historias que descubriremos juntos con La Bernardi; sígueme la pista en mi canal y en redes.

La huella itálica

A lo largo de muchos siglos y de la historia son muchas las culturas, las naciones, los territorios y, por supuesto, las personas que han sido influenciadas bien sea, por los romanos como luego por el pueblo italiano.

Italia fue, en la antigüedad, la cuna del Imperio Romano cuya fuerza económica, cultural, política y militar fue la más poderosa del mundo. Sumó más de 2000 años entre occidente y oriente. Dicen que llegó a cubrir hasta 8 millones de kms2 y que controló el mar Mediterráneo, Europa, África del norte y Oriente próximo.

Hoy en el siglo XXI, el legado de los romanos tanto en occidente como en oriente, sigue siendo inmenso e imponente. Influenciaron al mundo latino con su la lengua, la cultura, la arquitectura, la ley, la religión, las invenciones, la filosofía, las formas de gobierno y, por supuesto, su máquina militar. Sus monumentos y obras arquitectónicas están diseminadas por el corazón de muchos países europeos y mediterráneos, reflejando la gloria de otras épocas y se han convertido en lugares turísticos por excelencia.  Y como ingenieros fueron insuperables, ellos abrieron muchos caminos para unir su imperio con la capital. Por algo hay un dicho popular… que aún sigue vigente: Todos los caminos conducen a Roma”.

También hay que abonarles a los italianos que siempre han marcado tendencia, han sido grandes influenciadores, todos los movimientos nacidos en las diferentes regiones de la bota se internacionalizaron, dando un fuerte impulso al desarrollo cultural y material del mundo occidental. Para no ir más lejos está la profunda huella que dejó el renacimiento.

Vista del acueducto romano desde los pies de la muralla de Segovia, construido en el siglo II d.C. Este monumento es uno de los hitos arquitectónicos más importantes de esta ciudad española y uno de los mayores atractivos turísticos.

En la bella y romántica Florencia se originó el Renacimiento en el siglo XIV, hoy es considerada una de las cunas mundiales del arte y la arquitectura. Todos soñamos con pisar alguna vez la capital de la Toscana, perdernos por sus callecitas y encontrarnos con el David de Michelangelo.

Desde la época del llamado descubrimiento de América hasta cuando les llegó la mala hora, en los siglos XIX y XX, las crisis económicas y políticas y las guerras mundiales, un número importante de italianos armó maletas, emigró y se esparció por el mundo.

Acá, en el continente americano de norte a sur, desde los EE.UU. hasta Argentina, pasando por Brasil, Venezuela y por supuesto, Colombia, encontramos hoy, grandes asentamientos de descendientes y colonias representativas, que han conservado la cultura, las tradiciones y la religión de sus antepasados. Se afirma que es uno de los grupos étnicos más grande por población del mundo y con mayor número de personas con nacionalidad italiana residenciados fuera de Italia.

Veamos por donde nos vamos encontrando la huella itálica…