Diego ´Chonta´, el Chontasky narrador de Santander de Quilichao

´Kether, Léeme la mano pero no me digas qué va a pasar´, la novela recién lanzada en España de Diego Muñoz Velasco, Chonta, el periodista y escritor colombiano residenciado en Madrid.

Por Irene Garcés Medrano. “Sencillo, casi distraído como siempre, a un paso de cumplir los 53 años, Kether recibió los halagos con cara de sorprendido y solo atinó a decir “gracias, ve”. Luego sintió una lluvia de palmadas en el hombro mientras veía que de la misma manera como se había formado aquel torbellino, este desaparecía bajo el imponente sol de un medio día de mercado…”. Es un párrafo de Kether, la obra recién lanzada en España de Diego Muñoz Velasco, Chonta, con quien charlé en el  aeropuerto Galileo Galilei de Pisa,

Este 2020 ha sido muy fructífero para este periodista y escritor colombiano residenciado en Madrid, la editorial española Doblevía editó dos de sus novelas: Kether, Léeme la mano pero no me digas qué va a pasar y Felipe Doscoronas y la Ciudad de Oro. Pero antes de publicarlas ya se habían interesado por sus guiones, en el caso de Kether está por convertirse en la ópera prima de la periodista Isabel Cuervo de Estados Unidos, a quien le encantó la historia. Además Chonta ya terminó dos obras más, El árbol que florecía de noche y Juepucha… El Lobo ha vuelto (*).

Con un morral pequeño como único equipaje y una cámara fotográfica, este escritor de Santander de Quilichao (Cauca), Clase 1962, me abraza, sonríe y como un niño que se zambulle y al salir del agua te dona un tesoro, me entrega sus dos libros publicados, en los que se firma como Diego Muñoz Velasco Chonta, comencemos por allí.

¨Kether es una historia que se adapta a cualquier país, pueblo o ciudad, porque en todos ellos y en todos los tiempos han existido los magush, personas que se adelantan a las cosas, tienen una visión del futuro, una percepción de lo que va a ocurrir o que de manera simple, han hecho de la magia un negocio que les funciona. ¨

IG: ¿Por qué Chonta? DM: Cuando nos hablaron por primera vez del abuelo paterno (judío ruso), supe que su segundo apellido, después del Roitmann, era algo así como Chontansky. Aunque nunca pude comprobarlo, a mi padre toda la vida sí le dijeron Chonta. También como apócope de Chontaduro, un dúctil de pulpa seca y fibrosa que se come en el Pacífico de Colombia, así que todos nos quedamos Chonta.

Desde cuando estudiaba en la Universidad del Valle, no ha cesado de desempeñarse como reportero y enviado especial de importantes diarios colombianos y españoles como El Espectador, El País de Cali, El Adelantado de Salamanca y CNS News Agency. Fotografía de Chonta, en su época de reportero en Colombia. (Sentado camiseta a rayas)

IG: ¿Escribir es un oficio? DM: Creo que es un arte complicado que se puede aprender y hacer de él un oficio, pero cuesta mucho. Todo el mundo dice que escribir requiere imaginación, pero más que todo, una vasta experiencia vital, haber vivido, para contarlo luego. Y por supuesto, narrar con el manejo acertado del lenguaje. Me gusta escribir sobre lo que siento, he sentido, tocas, hueles. Kether no es solo el relato de un mago, un adivino, sino también del mundo que gira a su alrededor. Una historia de sentimientos, amor, desamor, locura, y de cómo se siente una sociedad que está queriendo cambiar.

IG: ¿Cómo en el Gatopardo, una sociedad que quiere cambiar pero al final no cambia nada? DM: Las sociedades cambian, a veces ni nos damos cuenta. Hay patrones que se imponen y se hacen costumbre y ni siquiera nos enteramos. Hoy, las grandes empresas son los gobiernos y nos imponen casi todo, la forma de vestir, comer, socializar. En la época de Kether los políticos eran los encargados, él fue testigo y actor en uno de esos cambios. Casi todos los intentos fueron promovidos desde la misma sociedad pero se quedaron en intentos, salvo casos como el movimiento femenino y los temas ambientales.

IG: Tiempo y paciencia, ¿dos buenos aliados? DM: Comencé a escribir Kether hace 30 años, lo dejé cuando murió el personaje y luego lo retomé. He sido de escribir, me divierte. Y creo que el tiempo es el mejor aliado. Río, sufro y lloro cuando lo hacen los personajes, me involucro con ellos.

Diego escribe en las mañanas y en las tardes presta servicios para Uber, de esta manera se financia y enriquece su universo creativo con nuevos relatos.

IG: ¿Una necesidad o un estado de ánimo especial? DM: No todas las veces es una necesidad. Como es algo que me encanta, cualquier minuto que me sobra lo aprovecho. Todos los días nacen ideas, estoy en función de vivir y escribir…y bueno, trabajar. Juepucha, el lobo ha vuelto, es la historia de un amor de hace 30 años que se reencuentra antes de la pandemia y que termina allí.

IG: ¿Imaginas un tipo de lector? DM: No escribo para nadie en especial, a veces solo para mí. Escribo con el alma y espero que le guste a mucha gente que pueda identificarse. De hecho, en Juepucha escribía todos los días. No supe que podría ser algo bueno, hasta que ella leyó cada nota en voz alta.

IG: ¿Mezclar la fantasía con hechos reales no es un riesgo para la vida diaria?  DM: Kether es una historia que se adapta a cualquier país, pueblo o ciudad, porque en todos ellos y en todos los tiempos han existido los magush, personas que se adelantan a las cosas, tienen una visión del futuro, una percepción de lo que va a ocurrir o que de manera simple, han hecho de la magia un negocio que les funciona. Lo tomo como personaje central en un universo muy real, aunque he creído que la realidad ha logrado ´distorsionar´ la imaginación, la fantasía. A veces pensamos algo muy descabellado, buscamos en Internet y nos damos cuenta que ya ha ocurrido. El mayor reto de ahora es saber que es lo real.

IG: ¿Los hechos son reales lo demás son opiniones? DM: Siempre veremos los hechos de acuerdo con nuestra educación, con lo aprendido, con nuestras influencias, hábitos y creencias. Cuando describimos un hecho lo hacemos escogiendo palabras y adjetivos. La objetividad sería una descripción imparcial, sin juicios, y creo que es muy difícil de conseguir. Pero es como una luz que hay que seguir, porqué es y será una exigencia moral y de honestidad intelectual y profesional.

IG: ¿Tus años en el exterior han desdibujado la imagen de tu pueblo o han mejorado la percepción? DM: Salí del país hace 21 años, creo que fue la mejor decisión ya que de lo contrario no estaría contando lo que cuento. Pienso que por fuera conocí mejor a mi pueblo, mi país y comprendí más la época en que me había tocado vivir. Pude contemplar desde la distancia, a veces tan necesaria.

IG: Está llegando tu tren ¿proyectos,  próximas publicaciones? DM: Buscando tiempo para escribir Chonstasky, sobre los años de periodismo que me tocó vivir. Sobre Juepucha, me han llamado para publicarlo, pero debo pedir antes una autorización para poder hacerlo.

(*) http://www.labernardi.com/historias-de-hoy/juepucha-el-lobo-ha-vuelto-obra-de-diego-chonta/

Juepucha…! El lobo ha vuelto

Presentamos apartes de la obra del periodista y escritor colombiano, Diego Chonta, radicado en Madrid.

El periodista, escritor y poeta colombiano de Santander de Quilichao, Diego Chonta, radicado en la capital española hace más de una década, presenta su obra de poemas, editado por Editorial Doblevia de Madrid. Presentamos algunos de sus poemas.

Tumba leída al pasar. Poema de Fabio Ibarra

Tu nombre escrito sobre mármol
es el sello del olvido:
tres palabras que no evocan los matices
de tu furia o tus ternuras

Tu nombre escrito sobre mármol
es el sello del olvido:
tres palabras que no evocan los matices
de tu furia o tus ternuras
Debajo, dos cifras cuentan apenas
el breve parpadeo de tu destino

La silueta de una rama balancea su sombra
sobre la caligrafía inclinada, elegante,
de una mano que jamás te acarició

Alguien ha tallado un dibujo de cielos
que acaso habrías reprochado

Es todo lo que va quedando de tu paso:
una gramática lejana, quizá inútil,
que leo al pasar sin sentir nada
mientras otra tarde gira
sobre un montón de huesos
que alguien extrañará cada vez menos

Fabio Ibarra Valdivia: poeta caleño, apasionado de la literatura y el cine; explorador de nuevas y viejas músicas

´Las Letras de Manu´

A Manu le gusta la lectura, asunto en el que se hizo experta muy chica, apenas pudo juntar un par de sílabas. Ahora decidió jugar a hablar de letras en vídeos, a través de su canal ‘Las Letras de Manu’. Hoy con un clásico de la literatura infantil, ¨Caperucita Roja¨

A Manu le gusta todo lo que le puede gustar a una niña de su edad. Y entre eso está la lectura, asunto en el que se hizo experta muy chica, apenas pudo juntar un par de sílabas. Ahora decidió jugar a hablar de letras en vídeos. Y, como lo pueden ver, lo disfruta, como pasa con todos los niños y niñas cuando se les deja ser como son. Bienvenidos entonces, a ‘Las Letras de Manu’.

https://www.youtube.com/watch?v=ITjtc9TzRTY&feature=youtu.be

Érase una vez una canción. Cuento de Medardo Arias

Era el Orfeo Negro que regresaba para decirnos que la “Cidade Maravilhosa” también conoce el invierno, y las nieblas viajan despavoridas por las playas, porque las gentes se quedan en sus casas viendo gotear el agua sobre los naranjos, o arropados en la voz de María Betania.

(Bossa Nova) De pronto la ciudad estaba ahí, en el marco de la ventana, recién lavada por la lluvia y con las palmeras todavía temblorosas, con las axilas levantadas para dejar pasar el viento frío del mar. El aleteo de los trajes de baño que esperaban el sol, dejaba caer las últimas briznas de arena, y el sol que bombardea en las mañanas el morro de Botafogo, era sólo un recuerdo que viajaba en la sombra de los aviones sobre el verde espeso donde los monos macacos parecen escuchar, aún, el arcabuzazo de los recién llegados.

La noche anterior había barrido hasta la euforia de los hinchas del Flamengo, con un vendaval ciego que inclinó los mangos, desgajó aguacates, azotó puertas y silenció al amanecer el canto de los gallos de Urca y del Morro de Cantagallo, pues qué tiempos son estos para dejar oír cantos de aves domésticas. Era inevitable ver ese gris colgado en las ventanas de los edificios, como invernal bandera, y no evocar, pianísimo, el canto que sigue a la música de “Mañana de Carnaval”. Era el Orfeo Negro que regresaba para decirnos que la “Cidade Maravilhosa” también conoce el invierno, y las nieblas viajan despavoridas por las playas, porque las gentes se quedan en sus casas viendo gotear el agua sobre los naranjos, o arropados en la voz de María Betania. “Mañana de Carnaval” fue escrita en un día así, y era domingo, seguro, cuando ya descansaban los berimbaos, y el lejano repique de cuicas y tamborines arrullaba la resaca de los sambistas, susurraba el retorno del buen amor al oído de las cuadrillas extenuadas sobre sus máscaras de teatro griego.

 Más acá, en la ventana, la llovizna cierne agua dulce sobre los techos de la antigua cárcel de esclavos, hoy convertida en convento. Esta mañana siento que la ternura vuelve a crecer debajo de las ventanas, junto a las veraneras, y lleva una flor nueva a la mujer de Catete que abre un libro de Vinicius de Moraes en ese poema que la justifica: “Que me perdonen las feas, pero la belleza es necesaria…”, y el aire reparte esencias de hierbas en las avenidas donde un cartel clama contra “el racismo y la intolerancia”. Una mujer de media edad elige un jabón con aroma de rosas en las farmacia, y no se decide aún por el “agua de alfacema”, esa vieja colonia que seguramente rodará sobre su piel después del baño y le recordará que hoy es martes, día de visitar a sus muertos en el cementerio de Sao Joao Bautista.

Alza la mano para detener el taxi, y el hombre se detiene,  como puede, bajo la lluvia, frente al restaurante “Arataca”, donde los turistas de la tierra vienen a probar sopa de cangrejo, como si se tratara del verdadero elixir de larga vida. Lee despacio el nombre del chófer en su carta de identificación: Elcindo de Araujo Oliveira…el hombre ya la ha traído por aquí en otros martes. Sabe que la ciudad tiene 12 millones de habitantes, pero la gente se encuentra a diario y no conoce el secreto. “Las energías comunes reúnen a la gente”, le dijo alguna vez su madre. También a los muertos. La niebla se ensarta en las cruces del cementerio como cirros de algodón. Junta las manos para orar, bajo el impermeable, y entonces ve, nítido, el color de aquella tarde cuando sus altas piernas podían despertar al sol más temprano y le parece que vuelve a ver, en el mismo mesón del café de la Rua Prudente de Moraes, a su viejo amigo Vinicius, poeta contento, junto a Tom Jobim, cuando alzaban sus copas para celebrar su paso.

 Ese, su balanceo camino del mar, fue descrito con precisión en una canción que ellos, sus dos locos amigos, escribieron para cantar sólo al embeleso, a la gracia pura de verla pasar.

El café se llama hoy “Garota de Ipanema”, y la rua que se encuentra con Prudente, consagra el nombre de Vinicius de Moraes. Sobre la pared, la música original deja ver sus notas sepias bajo los focos, más el mesero no puede decidir cuál fue la mesa de aquel verano, paraíso perdido, donde los dos poetas congelaron la luz en el paso de una muchacha.

Alguien los recuerda desde la niebla de Sao Joao Bautista.

Este cuento está inspirado en vivencias de Río de Janeiro (Brasil) del autor y hace parte del libro “El cangrejo amotinado”, que consta de 25 cuentos para leer en la playa, muchos de ellos escritos en los Estados Unidos, donde el autor residió por más de 12 años

Medardo Arias Satizábal, (Isla de Buenaventura, Colombia, 1956). Escritor y periodista, es autor de las novelas “Jazz para difuntos”, y “Que es un soplo la vida”. La primera, publicada en 1993, fue preseleccionada al Premio Latinoamericano Pegaso, entre 483 novelas de todo el Cono Sur. Su segunda novela fue dedicada a la vida del cantor de tangos Carlos Gardel. Fue finalista del Premio Nacional de Novela del Ministerio de Cultura.

Arias Satizábal recibió en 1982 el Premio Nacional de Periodismo “Simón Bolívar”, de Colombia, en el género Mejor Investigación, por una serie de doce artículos sobre la Historia de la Salsa.  Ha recibido en dos ocasiones el palmarés nacional de Cuento, y se le confirió también el Premio Nacional de Poesía de la Universidad de Antioquia, en 1987. Reside hoy en Cali. Es columnista del diario El País .

Con guitarra y bicicleta Hermes viajó al continente de la gente feliz, aún en cuarentena

En Europa la gente está centrada solo en trabajar y trabajar. Acá la vida es como más lenta, más suave, y quería trabajar y estar tranquilo, lejos de la rutina…sin escuchar la presión del dinero y del tiempo¨.

Hermes María Tarallo, un joven fisioterapeuta italiano, con su guitarra, su mochila y su bicicleta, vino a dar a Cali (Colombia) en medio de la cuarentena, luego de rodar entre la Amazonía brasilera y colombiana y el municipio de Timbío (Cauca), viajando y trabajando en el estilo de vida que escogió desde el momento mismo en el que se graduó de la universidad, para ¨vivir tranquilo, lejos de la rutina, sin la presión del dinero y del tiempo¨.

Viajen,
Que viajar enseña
A dar los buenos días a todos,
sin importar
De qué sol venimos,
Que viajar enseña
A darle las buenas noches a todos,
sin importar
De las tinieblas que nos llevamos dentro..

Entre la India – Australia y Sur América. ¨En la India trabajé con acupuntura en un hospital, luego me fui para Australia. Yo viajo y trabajo como fisioterapeuta o sino como voluntario para enseñar lenguas o a tocar instrumentos musicales. Hago trabajo social con las comunidades, con los niños y los jóvenes, trabajo con la tierra y la agricultura¨.

Allá en su tierra, en Bari (Puglia), está su familia de médicos, sus padres y su hermana, quienes trabajan en el hospital de la ciudad y con quienes mantiene contacto permanente porque están en contacto permanente con enfermos del Covid 19. Entre tanto él, a inicios de año y ante las recomendaciones y consejos que la gente le daba sobre cómo se vive y se siente este continente voló hasta la Amazonía brasileña.

Un continente donde la gente es feliz. ¨De Suramérica todo el mundo me hablaba muy bien de la comida, de que es económica para vivir, que la gente es gentil, que hacen música y que siempre están felices. En Europa la gente está centrada solo en trabajar y trabajar. Acá la vida es como más lenta, más suave, y quería trabajar y estar tranquilo, lejos de la rutina…sin escuchar la presión del dinero y del tiempo¨.

La Amazonía brasilera. ¨Antes de llegar a Colombia, estuve en la Amazonía brasileña, porque quería tener la experiencia de vivir unos días en el Amazonas. Me fui a un pueblo llamado Santo Antônio do Içá, fue una experiencia muy gratificante, allí me hospedé en una iglesia y trabajé con la comunidad durante dos semanas ayudando a pintar la iglesia, hablando con las personas y siempre trabajando con la agricultura¨.

Sur de Colombia. Con su guitarra, su mochila y su bicicleta, desde Leticia (Amazonas colombiano) Hermes fue a dar a un municipio, Timbío, a solo 16 kilómetros de Popayán, la capital del Cauca. Ahí este joven se fundió con la comunidad, hizo lo que le gusta. ¨En Timbío la experiencia fue diferente, vivía en una habitación normal, trabajé con la agricultura y ayudando a construir una pista para bicicletas y un pozo para tomar el agua. Todos los muchachos querían tocar instrumentos y hablar conmigo, yo practicaba italiano e inglés con ellos y para mi practicaba el español. Fue algo muy colaborativo¨.

Cali y el confinamiento. ¨Cuando se empezó a cerrar a la población por el Coronavirus, yo era el único extranjero en Timbío, por lo que el dueño del lugar donde estaba, me recomendó que lo mejor era que me fuera para Cali. Estoy en un hostal en San Antonio ya hace casi tres meses, con otros seis europeos, la gente es muy amable.

Las colombianas son como las ´mammas´ italianas. ¨Son un pueblo muy abierto con los extranjeros, nunca he tenido una situación mala, siempre que he necesitado algo he encontrado ayuda en los colombianos. Las colombianas son como las ´mammas´ italianas, son señoras que saben mucho de la vida, saben cocinar, cuidar de la familia, es muy lindo el tema que los hijos están con los padres, toman vacaciones todos juntos, hasta 20 personas¨.

Acá me quedaré. ¨Me gusta mucho como los colombianos están combatiendo el Covid 19. Ahora que hay más gente en la calle, todas las personas andan con la máscara, todo el mundo respetando las reglas y no hay mucha gente en un lugar… Yo no voy a regresar a Italia, no hay razón para volver porque estoy bien acá…¨.

De los confinados IV. Poema de Ana Milena Puerta

Cuando era niña imaginaba
cómo sería mi vida
si quedaba atrapada en una cueva…

Cuando era niña imaginaba 
cómo sería mi vida
si quedaba atrapada en una cueva
con una de mis muñecas solamente
sin poder salir o gritar,
observando desde un pequeño agujero
la salida del sol y la llegada de la noche.
Sentía algo de miedo por la oscuridad
y de pronto imaginaba el frío que tendríamos
en ese lugar.
Sin nostalgia de mi vida
o tristeza por los que quedaron fuera,
con la seguridad de ser encontrada
a tiempo para la cena.
Y ahora,
cuando la muñeca huyó como la infancia
y nos hemos recluido para no morir,
quisiera pensar que es un juego
y que muy pronto
escucharé que llaman a la mesa de mantel amarillo
y limonada fría.
Espero.
Ana Milena Puerta: caleña, comunicadora, conversadora y escritora de poemas, cuentos y recetas de cocina. Amante de la literatura, la cultura ciudadana y el mar. Coleccionista de atardeceres, aves en vuelo y charlas interminables.

Voces. Cuento de Juan Fernando Merino

Las voces de los grandes tenores no mueren. Nos quedamos por ahí, errantes, a la espera.

Las voces de los grandes tenores no mueren. Nos quedamos por ahí, errantes, a la espera.

            En cada siglo y cada continente son muy contados los hombres dotados de las cuerdas vocales, la caja torácica y el espíritu incandescente requeridos para darnos el albergue temporal que precisamos y el alto vuelo que ansiamos.

            Y cuando al fin se produce el hallazgo y se aproxima el momento de la confluencia, casi siempre nos eluden. Nos desmerecen. Nos repudian. Se nos escapan cuando los teníamos casi atrapados. O ellos a nosotras.

            Después de tener la ventura de convergir por un breve espacio en el cuerpo magro y el espíritu incandescente del mío caro Enrico Caruso, he vuelto aquí, a este espacio insondable, en los confines entre el extravío y la esperanza, donde las voces de los grandes tenores aguardamos el tiempo que sea preciso para regresar.

  Atentas.

Vigilantes.

Al acecho.

Juan Fernando Merino. Ha obtenido varios premios literarios colombianos y una beca nacional de novela. En España ha ganado siete concursos de cuento. Sus textos han aparecido en antologías o colecciones de cuento en Colombia, México, Estados Unidos, España y Francia. Es autor de varios libros de relato.

La vida en Roma durante el confinamiento

Ahora que a mitad de mayo en Roma se ha roto un poco el confinamiento y se está con juicio, volviendo a la normalidad, una ´nueva normalidad´ digamos, esta reflexión no me parece haya producido efectos todavía, el tráfico ha aumentado, la gente desea volver a las actividades de trabajo y de descanso como antes.

Por Tiziana Carpentieri*. Este año parece ser un año complicado y difícil. Mi papá estaba muy enfermo un mes antes del inicio de este 2020 y pasó mucho tiempo en diversos hospitales de Roma. Cuando lo iba a visitar me pareció extraño que, a menudo, como compañero de cama, había otro enfermo afectado por neumonía.

Desafortunadamente mi papá nos dejó a mitad de enero. El tiempo del dolor, la cercanía de la familia, confortar a mi mamá que se encontró sola a la edad de 85 años, realizar los trámites  administrativos que siguen a todos estos terribles eventos: los días pasaron muy rápido, con la cabeza envuelta en recuerdos y, al mismo tiempo, la necesidad de quedarse en el presente.

En aquel periodo los medios hablaban de un virus desconocido y muy contagioso que en una región de la China estaba afectando a muchas personas, provocando neumonía, a menudo mortal. Me acuerdo de las noticias que salían de los noticiarios a la tv., cada vez más apremiantes. Parecía algo lejano, se hablaba de un origen del virus relacionada a las costumbres alimentares de los chinos de comer animales salvajes. Por eso, nada que nos pudiera concernir, que pudiera pensarse nos ocurriera en nuestro mundo, tan diferente de China por cultura y costumbres.

En febrero se presentaron los primeros casos en Italia, los datos registraron un alza de contagiados, sobre todo en el norte. Yo escuchaba siempre muy cuidadosamente los noticiarios; no era la única, porque me acuerdo que ese era el tema de conversación recurrente con los amigos y compañeros de mi trabajo: que va pasar con este virus, que ahora es una realidad concreta y tangible en Italia.

Seguía yendo a mi trabajo utilizando los transportes públicos y, como la empresa donde laboro es una multinacional, en la oficina encontraba mucha gente de otras regiones de Italia y de otros países de Europa y Latinoamérica.

El miedo de contraer la enfermedad se infiltraba en la mente de todos a medida que llegaban las noticias del aumento del contagio en Italia y de la situación cada vez más difícil de los hospitales y la sanidad pública italiana para hacer frente a esta enfermedad.

Fueron días complicados por la confusión, las diferentes noticias que se seguían y las diferentes explicaciones e hipótesis que los científicos y expertos proporcionaban. ¿Qué hacer?, era la pregunta que las instituciones, la colectividad y el ciudadano común se hacían. Las miradas de la gente eran incrédulas, me acuerdo que subía la tensión, la decisión de mi empresa de reducir la presencia en oficina extendiendo el teletrabajo a la mitad de los empleados como medida contra la difusión del contagio.

Hacía parte de la mitad que tenía que ir a la oficina y estaba incómoda de hacerlo porque tenía miedo de contraer la enfermedad sin tener el síntoma y llegar a contagiar a mis queridos y los demás sin darme cuenta. Hasta al momento en que fue declarada la pandemia mundial, el virus ya se estaba difundiendo en otros países europeos y en otra parte del mundo. Desde el 8 de marzo estoy trabajando en mi casa.

Afortunadamente mi novio estaba conmigo y los días se sucedieron sin grandes cosas para hacer si no tele trabajar, hacer ejercicio físico en casa, dedicarse a cocinar algo especial (y la cocina italiana propone un montón de platos gustosos), estar en contacto (por teléfono o a través de las redes sociales) con mi mama, mi familia y los amigos, feliz cada vez de saber que todos estaban bien.

En este tiempo de confinamiento en casa, junto a las noticias del avance de los contagios, la cuenta diaria de los muertos y las condiciones de estrés de los médicos, enfermeros y otros operadores de los hospitales, también llegaban otras noticias, las de los científicos quienes notaban una disminución de los indicadores de polución cada día. De hecho, estaba prohibido salir de casa con consecuente reducción drástica del tráfico y parada la producción industrial en todo el país porque se habían cerrado muchas empresas de productos no considerados esenciales.

Se coló el silencio y el trinar de los pájaros se empezó a escuchar siempre más fuerte a medida que la primavera se iba acercando, en el barrio donde habito, construido hacia 1970, con bloques de 8 pisos, calles estrechas y con pocos amaneceres. Para mí fue un descubrimiento increíble, que en poco tiempo se produjese un cambio así de evidente en los datos sobre la polución en toda Italia y no solo acá, en toda Europa, a medida que aumentaba el contagio del virus se aplicó el confinamiento.

En los medios dijeron que todo esto que estaba pasando podía servir para que nos diéramos cuenta de las consecuencias de las acciones de los seres humanos sobre la naturaleza y que podía ser la ocasión para que algo cambiará orientado al desarrollo de las actividades humanas. Una reflexión sobre lo que realmente es necesario producir para vivir y cómo hacerlo de manera que se preserven los recursos naturales lo más posible. Este debate duró unos días.

Ahora que a mitad de mayo se ha roto un poco el confinamiento y se está con juicio, volviendo a la normalidad, una ´nueva normalidad´ digamos, esta reflexión no me parece haya producido efectos todavía, el tráfico ha aumentado, la gente desea volver a las actividades de trabajo y de descanso como antes. Sin duda todo esto es legítimo. El principal problema en este momento es promover la recuperación después de la crisis económica consecuencia del periodo de confinamiento total adoptado para parar la difusión del contagio.

Me parece bien lo de seguir cristalizando la idea de una manera diferente de consumir y de vivir más con respecto de la naturaleza, hasta donde sea posible. Quizá esta experiencia podrá ayudarnos a nivel colectivo e individual a encontrar, en un futuro muy próximo, una solución adecuada que tenga que ver con la sobrevivencia de todas las especies vivientes.

Tiziana Carpentieri*. Italiana residente en Roma, trabaja en el área de seguros en la principal empresa italiana de electricidad.

Cuento de Ana Milena Puerta: Algo cambió. O no lo sé.

Dieciocho meses después de la orden emitida por las autoridades del mundo, del país y de la ciudad, que paralizaron todas las actividades, ahora todas ellas ordenaban que –otra vez- fuésemos los de antes y con la vida de antes.

Lo más impresionante fue el silencio.  Sin autos, camiones, buses, pitos, gritos, arranques, campanillas, sirenas, timbres, trenes, metros, tranvías, carretillas que dejaron de pasar y de sonar en las calles, al punto que fue posible escuchar otra vez el viento de la tarde, los pájaros en las mañanas, maullidos en los tejados y perros ladrando cada tanto.

Dieciocho meses después de la orden emitida por las autoridades del mundo, del país y de la ciudad, que paralizaron todas las actividades, ahora todas ellas ordenaban que –otra vez- fuésemos los de antes y con la vida de antes. Dicen que, luego de una semana de emitida la orden de salida, más del 70 por ciento de los humanos decidieron continuar con sus vidas seguras dentro de sus hogares, que no vieron ningún atractivo en volver a las calles.

Además, ya no éramos esos. Y, en las salas de las casas o en los pasillos de los edificios de apartamentos, se contaban con nostalgia “las historias del otro tiempo” como si fueran años los del confinamiento, o el miedo a salir. Se hacían chistes sobre quién saldría primero hoy o el sábado, si a alguno le gustaría volver a bailar o a cenar fuera, en fin, eran solamente chascarrillos sobre algo que de hecho se daba como improbable: salir.

Durante año y medio, la humanidad se acostumbró a otro ritmo: trabajo desde casa y en pijama, víveres, medicamentos y licores pedidos por una app celular y entregados por un dron, reuniones de trabajo o de amigos por teleconferencia, atención a clientes vía whatssap, pagos por internet; servicios como agua, luz, gas o teléfono atendidos en plantas de obreros que tenían dormitorio en hoteles cercanos; hospitales y clínicas con médicos, enfermeras y personal que vivían en sus alrededores, en fin, todo un reacomodo de funciones, labores y servicios con la menor utilización de la presencia real del ser humano. Salvo, por supuesto, lo inevitable como cortar el césped o recoger las basuras de las solitarias calles.

Hace una semana, cuentan los que salen o lo vieron en noticieros, que varios bares, discotecas y restaurantes decidieron abrir sus locales y ofrecer generosas promociones para incentivar el consumo en ellos o por lo menos la intención de salir en sus perdidos clientes. Y allí van, iluminando y haciendo ruido cada noche, a la espera de algunos, sin mucho éxito.

En cambio, las plataformas de rumba mundial, donde desde un computador o un celular es posible conectarse y vivir la experiencia más festiva y loca jamás imaginada, es todo un boom en estos momentos. Por curiosidad o diversión, cada día son más los humanos que ingresan para quedarse un buen rato o uno y hasta dos días en una delirante celebración con millones de seres conectados en todo el planeta al mismo tiempo. Y dicen que es maravilloso, no lo sé.

Cuando puedo o me encuentro por casualidad con alguien a la entrada o salida del edificio donde vivo, casi siempre que hablamos añoramos los barcitos de antes y nuestros amigos que hablaban y hablaban sin parar sobre literatura o de cambiar el mundo, bailando y bebiendo hasta caer todos borrachos y felices. Y experimento un dolor similar al de perder un diente antes de tiempo, al de una juventud truncada que ya no puedo seguir viviendo.

Pero la curiosidad, dicen, mató al gato.

No conocía muchos lugares, es cierto, pues con los del trabajo siempre fuimos a uno donde nos conocían, nos daban crédito y nos pedían un taxi si nos excedíamos en consumos. Todo bien. Ahora, cuando ya estoy bañado, vestido, con chaqueta en mano y a punto de cerrar la puerta del edificio, no sé a dónde ir.

Camino y observo. Muy pocas personas en las calles, cruzo por la avenida y es igual de sola, con algunos autos y la infaltable ambulancia de luz roja y pito herido; media hora después me doy cuenta que sigo caminando justamente hacia el bar de mis recuerdos, el de la oficina, donde gasté mi primer pago.

Ahora mi trabajo es virtual, gracias al acuerdo tecnológico que hizo la empresa y mediante el cual cada funcionario dispone de una plataforma-escritorio en su casa desde el cual se conecta de 8am a 5 pm sin falta. Y todo se resuelve allí, inclusive cuenta con “salas de reunión” y “pasillos para café” donde es posible hablar privadamente con alguno si fuera necesario. Todo desde mi pequeño apartamento y muchas veces sin bañarme.

Estoy al frente del bar y está abierto. Cruzo la calle, entro, saludo al que atiende, tomo una mesa y pido la cerveza de siempre. Me siento extraño. Huele diferente, seguramente más limpio que antes. La música suena menos, pero como no hay nadie más es suficiente para mí.

Y mientras tomo un sorbo, pienso: ¿Y esto era todo? ¿Por qué me producía tanta alegría saber que era viernes y que vendríamos a este lugar? No lo sé, no encuentro la magia o ya no estoy incluido en ella.

Sin terminar la botella, pago y salgo. Casi corriendo. Y temeroso. Camino rápido, miro, escucho, atento.

No puedo conectar la felicidad con ese lugar y lo que acaba de suceder. ¿Qué pasó? Me reviso y estoy completo, incluida la billetera, pero siento como si hubiera perdido un microchip cerebral.

Al abrir la puerta de mi apartamento, el alma regresa y respiro profundamente, largamente, como si me fuera a tragar todo el aire seguro de mi propio nido. Estoy a salvo. No se de qué, pero lo estoy. Tal vez de mí mismo. Aahhh…

Ana Milena Puerta: caleña, comunicadora, conversadora y escritora de poemas, cuentos y recetas de cocina. Amante de la literatura, la cultura ciudadana y el mar. Coleccionista de atardeceres, aves en vuelo y charlas interminables.