¿Cuánto nos cambiará la vida y por qué no volveremos a ser los mismos?
El periodista y escritor Víctor Diusabá nos ha ido llevando desde abril, a este viaje sin regreso a la nueva cotidianidad, a través de testimonios diversos.
Ver Diario de cuarentena y Diario de cuarentena II
Ahora podemos salir en Dinamarca con precaución. He cambiado tanto en este período de confinamiento que me he acostumbrado a esta vida. Ahora tengo que volver a empezar la nueva vida “después del confinamiento”.
Desde Dinamarca, ese delicioso país que sirve de ´puente’ entre muchas culturas, nos escribe Patricia Caroc, para contarnos cómo la suma de pequeñas cosas elabora en estos tiempos una nueva cotidianidad, gracias, Patricia. Cuídate mucho al lado de los tuyos. También ustedes, amigos lectores. No olviden escribirnos y contarnos cómo pasan estos días y qué reflexiones hacen en torno a ellos.
Tiempo de cambios. Por Patricia Caroc.
El año pasado había decidido que en los primeros seis meses del año 2020 iba a hacer SOLAMENTE lo que me gusta, por ejemplo, enseñar español, viajar, leer mucho, escribir y, por supuesto, compartir más tiempo con mi marido y el resto de la familia.
Entonces llegó el confinamiento. Y tuve que empezar a “reinventar mi vida”. Esto toma tiempo, es difícil cambiar, pero he aprendido que SI ES POSIBLE CAMBIAR NUESTROS HÁBITOS, NUESTRA ESTRUCTURA DE VIDA.
Lo mejor de este tiempo de confinamiento es que tengo mucho tiempo. Si el tiempo es oro, entonces soy millonaria. Estoy aprendiendo a “llenar el calendario” de otra forma.
Estoy muy agradecida de estar junto con mi marido, un danés, y la razón por la cual estoy aquí, en Dinamarca.
Pienso que ayudar a los demás me da mucha energía. Hablo por teléfono con familia y amigos.
Trato de no preocuparme. La preocupación es una emoción inútil, pero a veces es difícil dejarla. Pienso que hay que ocuparse, no preocuparse. Eso le digo siempre a mi madre, pero creo que el mensaje es más para mí que para ella.
Hago gimnasia virtual, a veces con la familia, juntos pero cada uno por su lado.
Leo mucho, he retomado algunos libros que tenía en la lista de “leer más tarde, cuando tenga tiempo”.
Estudio historia. Alguna historia, cada día. Nunca había tenido tanto conocimiento de mi propia ignorancia.
Y escribo. Me gusta escribir artículos especialmente relacionados con historia, los comparto con mi familia y con los participantes de mi salón de español en Dinamarca.
¿Los retos? Volver a la vida de antes del coronavirus. O quizás no. Pienso que la vida ya no será la misma de antes, ahora somos más sabios. En estos últimos dos o tres meses he aprendido mucho. He aprendido que somos frágiles y vulnerables y que debemos aceptar que no podemos cambiar, controlar o manipular todo como quisiéramos.
He aprendido que si se puede vivir a pesar de la incertidumbre. He aprendido a hacer un uso más eficiente de las tecnologías de información y comunicación. He aprendido a apreciar lo que tengo, lo que es importante en la vida, y sobre todo, a agradecer a Dios por la familia y los amigos que tengo.
Ahora podemos salir en Dinamarca con precaución. Puedo ir a la iglesia reservando por anticipación un lugar, puedo ir a la biblioteca, al gimnasio, puedo ir al cine, al parque y visitar a los amigos. Pero ya no quiero salir. He cambiado tanto en este período de confinamiento que me he acostumbrado a esta vida. Ahora tengo que volver a empezar la nueva vida “después del confinamiento”.
Guardo la esperanza de que este momento difícil que vivimos nos deje enseñanzas para el presente y futuro de la humanidad. Aunque, lo confieso, soy pesimista
Carlos es un hombre de esos pocos que encarna el equilibrio. Lo saben bien quienes comparten con él las tareas en un ingenio del Valle del Cauca y de eso da testimonio el matriarcado de su casa. Hoy comparte con nosotros este escrito, al que le sacó tiempo del muy poco que, de hecho, le queda. Bienvenido Carlos a este espacio:
Carlos Martínez
La famosa cuarentena necesaria para enfrentar la pandemia del Covid-19, se toma de acuerdo a diferentes variables, de las cuales me atreveré a escribir, más como un ejercicio para plasmar mis pensamientos que un ejercicio con rigor investigativo.
En su historia, la humanidad ha tenido que enfrentar otras pandemias, como la Peste Negra en el siglo XIV, propagada en Asia Central, Europa y África, que dejó un número estimado de muertes de entre 75 y 200 millones de personas.
Para el siglo XVI, encontramos la viruela, que, se estima, acabó con la vida de unos 56 millones de personas. Y más reciente es la «gripe española», propagada a nivel mundial durante 1918-1919, con una cantidad de muertes estimada al menos en 50 millones a nivel mundial. Al día de hoy, el Covid-19 ha causado la muerte a algo más de 400.000 personas.
Una variable importante es la edad que, considero, juega un papel importante en la aceptación de los confinamientos obligatorios. En Colombia, el 60% de la población está entre los 15 y los 60 años, con actividades diarias como estudio y trabajo en su mayoría. Muchas de esas personas viven del trabajo informal y del rebusque diario, por tal motivo ha sido complejo aceptar las disposiciones y protocolos de seguridad.
El nivel educativo también incide en la aceptación de la situación actual. En Colombia, 56 de cada 100 colombianos no terminan la secundaria. En un mundo globalizado como el actual, en donde cualquiera, por medio de los diferentes canales de comunicación actual, puede dar opiniones, hay dos tipos de mensajes. Uno, de los profesionales en materia de salud y similares. Y otro, esa gran mayoría que habla fuera de contexto y crea confusión en las personas, generando además un ruido innecesario que entorpece la labor de las entidades que, gracias a su conocimiento y experiencia, tienen la capacidad de enfrentar este tipo de situaciones. O, al menos, la autoridad científica para hacerlo.
Los estratos sociales también cuentan. El 72% de nuestra la población se encuentra en los estratos 1,2 y 3. El otro 28% en los 4, 5 y 6. En esa misma línea, el promedio de área de vivienda en los estratos bajos está en 33 metros cuadrados, mientras en los estratos más altos está por encima de 75 m2, y si hablamos de los 5 y 6, el área es mucho mayor. Mantener una cuarentena en espacios reducidos genera traumatismos, con afectaciones de tipo sicológico y una convivencia es más compleja. Eso es lo que estamos viviendo. Eso explica muchas muchas cosas.
Existen muchas variables más. Por ejemplo, me decía un amigo que esto es lo más parecido a una guerra. Estoy de de acuerdo. Aunque si uno hace ese tipo de analogía entre el conflicto armado del país y la pandemia algunos pueden caer en en el error de percibirla como una exageración y rechazar las medidas restrictivas tomadas para combatir la pandemia, esas que, finalmente y así debemos reconocerlo, han ayudado a salvar cientos de miles de vidas.
Guardo la esperanza de que este momento difícil que vivimos nos deje enseñanzas para el presente y futuro de la humanidad. Aunque, lo confieso, soy pesimista. La historia dice que hemos pasado por pandemias, desastres, guerras mundiales, etc., y no cambiamos. Todos los días comprobamos cómo es más fuerte la ambición y el egoísmo del ser humano antes que pensar un poco en los demás.
Camilo Tafurth Moreno nos trae su propia historia sobre la pandemia. Andaba en China: ¨en Shenzhen me impresiona encontrar siempre algo nuevo a pesar de haberla visitado 3 meses antes y este sentimiento va acompañado con algo de nostalgia por la Shenzhen “vieja” que conocí hace 10 años y de la cuál tengo muy buenos recuerdos.
Camilo Tafurth Moreno tiene dos rasgos inconfundibles. Uno, es viajero empedernido (más allá de que así lo deba ser, en razón a su desempeño profesional). Y dos, es americano, del América de Cali (también empedernido). Hoy nos trae su propia historia sobre la pandemia. Andaba en China y… (mejor, léanlo). Gracias, Camilo. Cuídense por favor, porque el bicho sigue vivo y nada mejor que mantenerlo a distancia durante el largo tiempo que nos espera de cuarentena por propia cuenta.
Arrancaba este nuevo año y estaba en Bélgica en la mitad de un invierno bastante cálido. Había viajado a Europa a visitar a mi novia y a tomar algunos días de vacaciones para recargar energías para el nuevo año.
Después de una conversación con mi jefe, parecía un buen momento para viajar a China y terminar de definir algunos proyectos para este 2020. Después de todo, faltaban sólo unos días para el Año Nuevo Chino y ya muchas fábricas ya estaban cerrando, el volumen de trabajo había disminuido y tendríamos mucho más tiempo para trabajar en estos nuevos proyectos.
Los primeros días transcurrieron de forma normal en Shenzhen, megaciudad al sur de China donde están ubicadas nuestras oficinas. Al trabajar en esta compañía por 10 años, estoy bastante familiarizado con China y, a pesar de viajar regularmente, siempre tengo un buen sentimiento cuando viajo a este país. En Shenzhen, específicamente, me impresiona encontrar siempre algo nuevo a pesar de haberla visitado 3 meses antes y este sentimiento va acompañado con algo de nostalgia por la Shenzhen “vieja” que conocí hace 10 años y de la cuál tengo muy buenos recuerdos.
Por otro lado, aprovecho para encontrarme con viejos amigos que a pesar de no trabajar juntos seguimos en contacto. Y, por supuesto, está la gastronomía, Shenzhen al ser una ciudad relativamente nueva y percibida como una ciudad de oportunidades, atrae a trabajadores de todo China por lo que no es fácil escoger entre las múltiples opciones, por supuesto las que tienen menú disponible con fotos ….ja ja. Siempre mi favorita es la de Sichuan.
Dos o tres días antes de regresar a Bélgica, empezaron a llegar las noticias del llamado COVID-19 y de cómo Wuhan, en la provincia en Hubei, entraba en cuarentena total para tratar de contener los contagios. Todo esto en el medio del frenesí de la población china por viajar a sus pueblos / provincias en lo que se conoce como la migración humana más grande del planeta.
Shenzhen está a más de 1000 kms de Wuhan, así que no estaba muy preocupado de contagiarme, pero esos últimos días pude ver como empezaría a ser la nueva realizad. Todas las personas usando tapabocas y una ciudad casi desierta debido a la pandemia y al éxodo de trabajadores para la celebración.
Finalmente, no cambié las fechas de mi regreso ya que un par de días no hacían mucha diferencia. Al salir de China ya estaban realizando pruebas de temperatura y más o menos el 80% de las personas en mi vuelo venían con tapabocas. Al ingresar a Europa no tuve mayores problemas, sólo un poco de preocupación de mi suegra quien me hacía lavar las manos varias veces cuando llegaba a su casa.
Una semana después volaba de vuelta a Colombia vía Estados Unidos y un día antes del vuelo, leí un artículo que decía que Estados Unidos no aceptaría el ingreso de visitantes que hubieran estado en China en los últimos 14 días. Ahí también me di cuenta de que este virus no era un problema de China solamente, era un problema global y que viajar iba a ser muy complicado en los próximos meses.
Finalmente me enviaron por otra ruta donde no hacía escala en Estados Unidos y llegué a Colombia donde el COVID-19 todavía parecía muy lejano. En las próximas semanas estuve en Estados Unidos y Canadá por trabajo, ya empezaba el brote en Europa y afortunadamente pude regresar antes de que Colombia cerrara sus fronteras.
Mi rutina como tal no ha sido tan afectada por la pandemia. Ya trabajaba desde casa cuando estaba en Colombia por lo que he aprendido a disfrutar el tiempo en mi apartamento.
Obviamente he pasado por todas las etapas normales de esta cuarentena: he visto todas las series en Netflix, estoy haciendo ejercicio en casa, hemos celebrados cumpleaños vía Zoom, aprendí a cocinar platos nuevos, renové los electrodomésticos y, finalmente, he aceptado que este virus se va a quedar con nosotros por un tiempo por lo que toca ajustarse a la nueva realidad, buscar siempre lo positivo de todas las situaciones y ser agradecido por las cosas que algunas damos por sentado.
Una simple actividad como tomar una foto puede proporcionarnos momentos de esplendor y admiración. Esos pequeños detalles hacen que nos demos cuenta que el oxígeno es muy importante y aún los gobiernos no lo cobran
Como cada uno de nosotros, Weimar mira la actual cuarentena desde su propia perspectiva. Y si nos guiamos por las fotos que comparte, ese ángulo es envidiable. Al fin y al cabo, tener contacto permanente con la naturaleza se ha convertido en lujo. Gracias Weimar por compartir sus reflexiones y cuídese mucho, al lado de los suyos.
Hace poco más de dos meses nuestros días transcurrían incólumes, invadidos por una cotidianidad enquistada bajo la promesa efímera de una renovación que nunca llegaba. Así, venía a casa después de una larga jornada de trabajo, reuniones, audiencias y un cúmulo de ocupaciones diarias que nos distrajeron de esos pequeños detalles que le dan sentido a la vida.
El arribo no era más que una acción mecanizada y frívola al no advertir los innumerables y maravillosos recursos alrededor de esa llegada que pueden recargarnos de energía y buena vibra al momento de ser recibidos en casa. Quedamos inmersos en lo rutinario, aplazando iniciar ese tan anhelado curso de manualidades, desarrollar el hobby en torno a la lectura, tañer un instrumento y un sin número de cosas que durante toda la vida hemos querido hacer y siempre postergamos. Eso, sin mencionar la gran cantidad de tiempo que nos quita la tecnología al adentrarnos en la visualización de redes sociales y otros, mermando de sobremanera los momentos en familia, los abrazos filiales, los juegos de mesa, hasta llegar al punto que la comunicación tendría que ser por whatsapp.
El aislamiento ante la inmensa inactividad obligatoriamente me llevó a detenerme y hacer una reflexión de por qué siempre aplazaba mi renovación. Fue ahí cuando me detuve en la inmensidad que nos proporciona el universo en el diario vivir, tan solo, llegar a casa y dedicar el tiempo mínimo para advertir los detalles de la naturaleza, la misma que apreciamos en publicaciones ajenas sin darnos cuenta de que la tenemos al alcance de nuestro tacto y mirada.
Me di cuenta que sólo teníamos dos alternativas – regocijarnos o lamentarnos – fue así, como escogí lo primero y he dedicado tiempo a hacer las fotografías que les comparto, dándome cuenta lo bendecidos que estamos para afrontar esta calamidad, mientras que la mayoría pasa sus días en apartamentos y hogares que no van más allá de las cuatro paredes, con vista a una jungla de cemento. Nosotros en cambio gozamos de un ambiente natural y desde donde adquiere significado la frase aquella que dice “Felicidad se encuentra en los detalles más pequeños”, haciendo referencia que una simple actividad como tomar una foto puede proporcionarnos momentos de esplendor y admiración. Esos pequeños detalles hacen que nos demos cuenta que el oxígeno es muy importante y aún los gobiernos no lo cobran, y que cada día en el mundo mueren miles de personas por falta del mismo, y otras tantas están conectadas ahora mismo a respiradores artificiales luchando por su vida.
De todo ello concluyo que la cuarentena ha tocado nuestras fibras más sensibles, como también hemos mejorado la comunicación en nuestro entorno. Hay solidaridad, respeto y trabajo mancomunado para mejorar nuestro Conjunto. Por eso, no bajemos la guardia para que el hecho de superar este suceso no converja en devolvernos a las costumbres anteriores, explotemos las once virtudes que según Aristóteles debemos practicar para llegar a la felicidad. Aprovechemos pues este entorno, teniendo en cuenta que la obra maestra de la naturaleza es la familia, dediquemos el tiempo para fortalecer los lazos y demos gracias a Dios por todas las cosas que pone en nuestro camino, siendo más las buenas. Al final verán que saldremos adelante y con paso firme de esta pandemia.
Orales que somos. Desde que el hombre es hombre y la humanidad ha podido llamarse de tal forma, gracias a la invención o bien al descubrimiento del lenguaje, las palabras han ido surgiendo, como surgieron los idiomas, como después surgiría la gramática, los signos de puntuación.
Volvemos, hechos ya casi medio año de este 2020 único, ahora con Jhoan Camargo como invitado. Escritor y profesor universitario, él nos lleva por los caminos de la palabra, aquello que, digo, sobrevivirá a todos los tiempos y a todos los cambios. A excepción de que el silencio se imponga, lo que muchos han intentado una y otra vez, casi siempre en abuso del poder y, felizmente, en vano. Gracias, Jhoan. Cuídense, por favor.
El escritor y profesor universitario Jhoan Camargo
Orales que somos. Desde que el hombre es hombre y la humanidad ha podido llamarse de tal forma, gracias a la invención o bien al descubrimiento del lenguaje, las palabras han ido surgiendo, como surgieron los idiomas, como después surgiría la gramática, los signos de puntuación. Más allá de los entresijos de la lengua, de los fonemas guturales, de las entonaciones nasales, los hablantes han encontrado la belleza en el habla y, con ella, la musicalidad. No en balde dentro de las bellas artes clasificó la poesía, la música e incluso la elocuencia, manifestaciones del espíritu que, a la postre, tienen relación directa con el acto de hablar y escuchar.
Una vez desarrollada la lengua y las lenguas, una vez comenzó la inacabable tarea de construir un idioma con sus mixturas, las palabras que se van (arcaísmos), las específicas (tecnicismos), las núbiles (neologismos), los hombres no hablaron con las palabras que habían creado, sino que jugaron con estas.
Descubrieron cacofonías como decir: los hablantes han encontrado belleza en el habla, y luego advirtieron los galimatías en medio del acto anárquico que es conferirle a un signo cualquiera un sentido cualquiera. Después, algunos denominadores fueron poniendo nombres a las cosas que se nombran y salieron palabras como morfemas, xilemas, semántica, tónica, diacrítica, pero ya los hombres se habían separado de los nominadores y se dedicaron al simple y sencillo goce de pronunciar la palabra, de transformarla, de unir unas a otras como se unió el vello de las ovejas para cubrirse los cuerpos, pero eso ya son otras historias y otros tiempos.
Muchos siglos después, cambios en la bóveda celeste de constelaciones, de eras en la tierra, caminaban a la par aedos y rapsodas pregonando historias ajenas o propias por una Grecia extensiva en un mundo más enjuto que el actual. Es bien sabido por la historia moderna que por aquel tiempo la escritura recién había sido inventada, posteriormente sería un oficio de esclavos, además de ser poco loable, así como la lectura; más, la escucha era un hábito de sabios, reyes y gobernantes, por tal motivo, el conocimiento llegaba por el oído más que por los ojos, pero, ¿cómo almacenar tantos datos de los hechos conocidos?, ¿cómo trasladar tantos nombres de lugares y de egregios personajes de las innumerables epopeyas y tragedias de la Antigüedad?
La musicalidad que daban las palabras precisas unidas unas a otras facilitaban tal empresa, de allí que las poquísimas historias que han sobrevivido hasta nuestros días sean poemas o bien cantos. No es gratuito que aquellos oradores trashumantes anduvieran acompañados de cítara o phorminx, la primera, para acompañar con las cuerdas los cantos de sus propias creaciones (aeidoo/aedo significa cantar); y el bastón (rapso/rapsoda en griego antiguo) los segundos, para marcar con golpes el ritmo, ya no de cantos, sino de poemas que habían tenido a bien aprender y memorizar, quizá con ayuda de los dioses que mencionaban entre tantas de las historias que relataban por una paga.
Después de los aedos y los rapsodas, caídas de imperios posteriores, seguiría la humanidad pariendo historias y quien pudiera contarlas, los pueblos bárbaros del norte, específicamente los celtas, los llamarían bardos, palabra cuya acepción es tan variada como intrincados los vocablos de su lengua. Vale la pena detenerse un poco en esta figura para mencionar la importancia de su labor. Aquellos bardos, caminantes como sus antecesores griegos, iban de lugar en lugar con la gloria sobre sus hombros, pues tenían la noble labor de mantener con vida las historias de su pueblo y además desplazarlas a donde quiera que sus pies los llevaran. Siempre eran bien recibidos e incluso estaban exentos de pagar tributo; de hecho, su indumentaria los diferenciaba, ya que vestían de azur (azul), como diría cualquier versado en colores del Medioevo. Cada bardo era un receptáculo viviente, cientos de canciones albergaban sus cabezas vagabundas de las cuales disponían cada que una cara sonriente buscara deleitarse o esquivar el hambre, cosa harto común en la época.
Luego vendrían los escaldos, más instruidos que los anteriores y con pleno manejo de tropos o figuras literarias, incluso propias (es el caso del Kenning, consistente en sustituir el nombre de algo por un hecho o característica de este). Aquellos escaldos escandinavos a diferencia de sus antecesores bardos no eran solo divulgadores de historias y de la Historia, lo cual es interesante de pensar, sino que, además, eran testigos de esta; es decir, no solo relataban grandes y elocuentes historias a sus reyes, sino que rememoraban hechos de los cuales ellos mismos habían sido testigos, precisamente una de sus funciones era esa: observar y relatar.
Si bien dice Picasso que el arte es una mentira que aproxima a la verdad, nunca mejor oportunidad para confirmarlo que el caso de los escaldos, quienes por medio de la oratoria; a la sazón, el arte de hablar, relataron hechos políticos y bélicos que de otro modo hubieran desaparecido bajo la bruma del silencio. Después de estos vendrían los juglares, que ropas más, ropas menos, cumplirían la sempiterna labor de divulgar y a la vez entretener con las palabras, con los sonidos y con el tiempo.
Precisamente en el arte de relatar, el ritmo ha sido un elemento fundamental por varias razones. Para entender esta afirmación basta con preguntarse si es más fácil memorizar una canción que una lección de las leyes del movimiento de Newton, veríamos que, en tamaño, una canción relativamente grande sería siempre más fácil de albergar en la memoria que, incluso, una sola de las tres leyes del afamado físico inglés, y más allá de las facilidades que el ritmo y la musicalidad aportan, por muy importante que sea conocer la ley gravedad o la relación acción-reacción de la masa, siempre será más agradable escuchar: Margarita está linda la mar,/ y el viento,/ lleva esencia sutil de azahar[…] que lo siguiente: Todo cuerpo persevera en su estado de reposo o movimiento uniforme y rectilíneo a no ser que sea obligado a cambiar su estado por fuerzas impresas sobre él, sin importar la inconmensurable verdad e investigación que lleva cada una de las palabras que conforman la primera ley en contraposición a las líneas que Rubén Darío dedica a la pequeña Margarita Debayle.
Todo este recorrido exiguo sobre la palabra difundida ha sido con el propósito de mostrar cómo a través de la Historia la versificación y la composición de obras artísticas alrededor del habla han sido una constante y casi que un imperativo. Somos seres sociales que nos entrelazamos por medio del acto comunicativo, a partir de este es posible transmitir lo que heredamos como sociedad o como cultura. Y así unos ojos dilatados, una piel estremecida o las palpitaciones impertinentes de los amantes primerizos digan mucho, quieran decirlo todo, se hacen necesarias las palabras para redondear la idea, amalgamar el sentimiento u obtener aquello que tanto se desea; las razones necesitan escapar de la garganta y tomar forma entre los labios… humanos que somos, sociales que somos, orales que somos.
¿Cuánto nos cambiará la vida y por qué no volveremos a ser los mismos? Desde abril el periodista y escritor Víctor Diusabá nos ha ido llevando a través de testimonios diversos, a este viaje sin regreso a la nueva cotidianidad.
Desde hoy el blog La Bernardi cuenta con un columnista y escritor invitado, Víctor Diusabá, quien con su pluma nos vas llevando cada día en estos Viajes sin regreso a la nueva cotidianidad, a preguntarnos ¿Cuánto nos cambiará la vida y por qué no volveremos a ser los mismos?
JUEVES 2 DE ABRIL. “Nos enfermamos mi marido y yo al mismo tiempo más o menos. Empezó con dolor en el cuerpo, dolor de cabeza, como si fuera un dengue.Sin embargo empezó la fiebre y, para resumir, tuvimos 15 días de fiebre…” . Es Conchita Penilla desde el lugar de Francia donde habita con su marido. Espero que vayas mejor y que todo no haya sido más que un susto para ustedes, aunque la otra huella – la mortal que cada vez es más grande en ese país, como lo es en casi toda Europa y en los Estados Unidos -, esa huella, no se borrará jamás…
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MIÉRCOLES 1 DE ABRIL.Como diría mi mamá, terminé rendido. Y eso que no toca planchar. O sí, pero ahora no es necesario. ¿Es acaso el planeta una inmensa fábrica de producir polvo? Y los baños, ¿por qué nunca apreciamos un baño limpio y le damos el valor que merece? ¿Dónde están los secretos guardados del uso de la escoba, que ni siquiera tienen un buen tutorial en la red? Y los espejos, ¿se limpian de arriba hacia abajo o de izquierda a derecha, o todas las anteriores?…
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MARTES 31 DE MARZO. Han pasado 48 horas desde cuando me expuse al ir de compras a un mercado del pueblo donde habito. He cometido varios errores que quizás no me pasen factura porque, hasta donde se sabe y a esta hora, 6 y 29 de la tarde, no hay reporte de contagio en el lugar. Pero valió la pena. No soy el único que tiene miedo, lo cual me lleva a vivir como tonto en el mal de muchos.
Solo que, a la vez, he conocido a Sandra y ella me ha enseñado su rostro del valor, de la valentía. Es una mujer locuaz, tal cual ya me lo había advertido días antes Ómar, desde España, donde vive hoy al lado de parte de su familia la tragedia más grande de ese país desde la Guerra Civil (1936 – 1939) y la posguerra…
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LUNES30 DE MARZO. Dejé a punto muchas cosas ayer, esas que, igual, no voy a terminar hoy. La primera, el largo trecho, sobre el que no escribí, entre el primer confinamiento – decretado en todo el país a instancias de la determinación de la alcaldesa de Bogotá, Claudia López, secundada a regañadientes por el presidente Iván Duque, como parece será de aquí a ¿abril?, ¿mayo’, ¿junio? ¿más allá? de 2022…
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DOMINGO 29 DE MARZO DE 2020. Son las 12 y 16 minutos del mediodía. Más que ser domingo, veo, por el calendario que hay en un mueble de la casa, que es domingo 29 de marzo de 2020. Ayer también parecía ser domingo, aunque era sábado.
En cambio, el viernes no tenía cara de viernes, ni tampoco de sábado; menos, de domingo. El viernes 27 fue anodino, nadie se dio cuenta que era viernes, el mejor día de la semana. Ya veremos cómo amaneceremos mañana, lunes. Porque el lunes de la semana pasada fue festivo y aunque, igual estábamos encerrados a la fuerza, el cerebro mandó órdenes de ‘puente’ al cerebro y nos lo tragamos entero, estuvimos dizque en descanso. ..