Desde hace siglos las comunidades del Pacífico colombiano escuchan las historias narradas, recitadas o cantadas, entremezcladas con los vientos y ritmos propios del litoral.
Haciendo honor a esa tradición y herencia ancestral, el escritor y poeta Medardo Arias Satizábal, en su obra literaria narra los sucesos locales de su Buenaventura de infancia, porque como bien lo dice en su poema Taninos: ¨Buenaventura estás en mí como un ronco atabal. Permaneces, cada vez que desgajo mi voz en un poema. Nunca te fuiste¨.
El Verdi y el Donizetti en la literatura latinoamericana. Él viaja en los recuerdos como guardián de la memoria de su llamada bahía del ensueño, para revivir las vivencias de los bonaverenses y caleños, ante la llegada de los barcos de pasajeros de la Italian Line en los años 60 y 70. Los mismos que se encuentran en una travesía por la literatura latinoamericana: ¨hay referencias del Verdi y el Donizetti en Mario Vargas Llosa y Pablo Neruda, entre otros, cuando hacían tránsito desde o hacia Europa¨.
El aporte cultural al puerto. ¨Esos
barcos hicieron un aporte cultural muy importante, era la llegada de la cultura
del viejo mundo a un puerto del Pacífico, venía gente de calidad humana, el puerto era diferente
porque no solo entraba y salía carga, sino que llegaban barcos de pasajeros,
los mismos que iban con su cámara Leica por las calles, transfiriendo en sus
gestos algo de la cultura del mundo… Por el puerto llegaron los filmes de Fellini y del Pier Paolo
Pasolini¨.
¨Muchos
viajeros del interior del país, llegaban en tren a Buenaventura con sus baúles,
cruzaban la calle y se alojaban en el Hotel Estación y luego abordaban los
vapores que partían hacia Europa, principalmente los de la compañía Italian Line. Un
amigo que viajó en el Verdi, me
mostró postales, diciendo en este barco voy rumbo a Europa¨.
El vino chianti y el pan de ajo. ¨Llegaba
un barco italiano y era una gran alegría, la gente tenía acceso al muelle,
muchas personas de Cali iban a comprar cosas, las señoras los linos y los
señores el chianti, el vino tinto de mesa que venía en la botella pipona con
canastilla; los marinos regalaban pan de ajo de las cocinas a los niños…¨.
Banda europea en el trópico colombiano.
¨… Recuerdo ir de la mano de mi padre al Parque Bolívar a escuchar la
retreta, una banda bajaba del Verdi o
del Donizetti y esos italianos rojos
de sol con ese calor tan tenaz, con esas tubas y esos trombones, engalanados
con chaquetas azules y sombrero, tocando arias clásicas como el Così fan tutte,
la Cavallería rusticana de Pietro
Mascagni; El barbero de Sevilla de Rossini¨.
El Donizetti, uno de los barcos bautizados con nombres de grandes músicos, de la segunda generación de la flota Italian Line, con el Verdi y el Rossini, que surcaban los mares desde los años 60 como embajadores marítimos de Italia
Corría el año de 1971 cuando mi padre, Álvaro Prieto, anunció a la familia la visita ese fin de semana a Buenaventura, para conocer el mar y darle la bienvenida a nuestra prima María Teresa Hurtado, quien llegaba en barco proveniente de Italia, donde terminó estudios de ceramista.
En nuestro jeep Land Rover 62 todo terreno, emprendimos ese largo e incómodo viaje por la Carretera al Mar de entonces, que de a poco entre túneles y curvas, nos fue revelando el misterio de la exuberancia del paisaje del Pacífico colombiano.
El arribo a Buenaventura. Al llegar a nuestro destino sentimos el primer golpe de calor húmedo y el bullicio propio de la Isla Cascajal donde se ubican el centro mismo de la Capital del Pacífico colombiano y el principal puerto marítimo del país. Ahí mismo, frente a la bahía de la Buena Ventura como fue bautizada por el licenciado Pascual de Andagoya por “lo tranquilo de sus aguas y lo abrigado del recodo”, se levanta imponente una blanca edificación desde la década del veinte del siglo pasado, el Hotel Estación, construido por la Compañía del Ferrocarril del Pacífico, y donde tuvimos el privilegio de alojarnos.
El Hotel Estación de Buenaventura, inaugurado en 1925.
El Estación, el hotel más bello de Colombia. No más salió el sol, nos preparamos para la primera excursión del día, explorar de arriba abajo, ese que fue llamado el más bello de Colombia por su estilo neoclásico, en ese entonces un poco derruido, pero guardián de época pasadas, de aquellas galas consulares a lo ´gran gatsby´ y fiestas con las mejores orquestas internacionales en sus salones. Pero también, de la memoria de aquellos aventureros que alojó en su última noche antes de abordar, con ilusión o gran tristeza, un barco rumbo a Europa tras un amor o los sueños de una carrera, y de aquellos inmigrantes y refugiados que albergó su primera noche en suelo americano, luego de cruzar el Atlántico para buscar una nueva patria y hacerse un nuevo destino.
María Teresa Hurtado a bordo del Donizetti
Pasajeros del barco Donizetti, 1971
La visita al muelle. Nuestra segunda excursión de ese emocionante día, con padres, hermanos y tíos, fue la llegada al muelle, entre un camino atestado del bullicio bonaverense y de familiares de otros pasajeros, que esperaban con ansia el desembarco de los suyos y la posibilidad de subir a bordo del Donizetti, uno de los barcos bautizados con nombres de grandes músicos, de la segunda generación de la flota Italian Line, con el Verdi y el Rossini, que surcaban los mares desde los años 60 como embajadores marítimos de Italia, transportando a módicos precios y en condiciones bastantes confortables a pasajeros –muchos de ellos españoles exiliados rumbo a Venezuela y ya cada vez menos inmigrantes italianos para Sur América-, y promoviendo la cultura del viejo continente, en su ruta Génova, Nápoles, Cannes Barcelona, Tenerife, La Guaira, Cartagena, Cristóbal, Buenaventura, Manta, Guayaquil, Callao, Arica, Antofagasta y Valparaíso, con la bandera italiana pintada en rojo sobre la chimenea, la proa en blanco y la línea verde sobre las aguas.
El Donizetti. Poco a poco, por la escalerilla,
desembarcaron en fila los baúles y las maletas, junto con aquellos viajeros que
se quedaban en este puerto, entre ellos divisamos a María Te, la prima que
partió de Nápoles y navegó en una travesía durante 19 días a bordo del Donizetti,
junto con otros 600 pasajeros, en un servicio que ahora conocemos como los
cruceros turísticos o las máquinas de la diversión. La vimos descender cual modelo
en la pasarela de Milán, con gafas y pava para fundirse en el abrazo de su
familia colombiana.
Siguió para todos nosotros la
visita al barco sin mayores controles de seguridad y con el derecho a recorrer
la cubierta, y acceder al ´in bond´ a comprar unos cuantos artículos ´made in
Italy´ a la tripulación. Para todos fue una experiencia inolvidable, casi
comparable a sumergirnos por primera vez en las aguas del Océano Pacífico.
El fin de la era dorada. Para ese momento no sabíamos que éramos testigos del final de una era, faltaban alrededor de tres años para que ante la ofensiva de los vuelos comerciales y el alto costo de los combustibles, se suspendieran los viajes transatlánticos de pasajeros de la Italian Line partiendo de puertos italianos hacia el continente americano. Aquella misma flota que entre cada una de las dos guerras mundiales del siglo XX y hasta mediados de los setenta, operó para satisfacer la demanda de pasajes de las grandes oleadas de inmigrantes italianos y de otras tantas partes de Europa, rumbo a ´La América´. Muchos de ellos se quedaron en el Valle del Cauca.
Página del diario El País de Cali, diciembre 1957
La nostalgia. Al final del día solo quedan los avisos de prensa de esa época dorada como aquel de diciembre de 1957 en el diario El País de Cali, cuando la firma italiana de Carlos Pagnamenta con oficinas en Cali y Buenaventura, promociona las rutas Buenaventura – Chile – Europa para febrero de 1958, en el Antoniotto Usodimare, el Marco Polo y el Amerigo Vespucci; las postales antiguas como último rastro frágil de aquellos colosos de vapor que surcaron los mares para tender un puente entre el viejo y el nuevo continente, como el Donizetti y el Verdi, que se venden a E 3.5 euros en mercado Libre y las fotos del álbum de los Prieto Bernardi en su viejo Land Rover que los transportó hasta el Océano Pacífico.
La travesía de María Teresa Hurtado:
¨Leyendo con tu escrito y relatos de los viajes y travesías de estos grandes transatlánticos de la compañía Italian Line. Mi tiquete lo compré en la empresa Navemar en Roma, que tenía sucursales en toda Latinoamérica. Fue un noviembre de 1971 y puedo dar fe de mis anécdotas, sobre todo siendo una de las protagonistas con los 19 días que duró mi viaje. Gracias por mostrarme como casi una estrella, se pudieran escribir páginas y páginas. Incluyendo alegrías, tristezas y las buenas amistades que hice en este largo viaje.
Eramos casi todos muy jóvenes quienes regresábamos a nuestros países de origen, fuimos testigos de la gran masa de migrantes que venían al sueño dorado de Latinoamérica, especialmente a Venezuela. Nuestra nave Donizetti era como el arca de Noe, en Barcelona embarcaron cualquier cantidad de perritos y gaticos, casi todos se bajaron en el puerto de la Guayra con sus respectivos amos. Luego del puerto de Nápoles pasamos por los puertos de Génova, Cannes y Gibraltar, para luego entrar al mar abierto, solo veíamos lo azul que era con un horizonte muy lejano. Finalmente divisamos tierra firme y era la isla bonita de Curazao, bellísima costa de gente amable y alegre, con grandes comercios, detonantes joyerías y su cautivante arquitectura de estilo holandés, para luego seguir de noche en los puertos de rutina, la Guayra, Cartagena, Colón, Buenaventura y de ahí, su recorrido hacia otros puertos del sur del continente.
De las lindas personas que venían conmigo, el caleño danés Rasmussen Lloreda y su esposa española Mercedes Sebastián que venían en su luna de miel; jóvenes fotógrafos profesionales que ya en Cali los vería varias veces cubriendo algunos eventos; luego una linda matrona de Bilbao, madre del dueño de la tradicional panadería Granada con quien nos encontrábamos en la proa para echarnos una conversa. Otra anécdota que me extrañó fue que mi compañera chilena de cabina que venía de Inglaterra lloraba constantemente, nunca supo lo que fue el aire de mar, escribiendo un diario para su novio de Persia que dejó en Londres sin saber cuándo se volverían a ver.
Otra de tantas anécdotas, con los jóvenes de Chile que llegaron a sus respectivas ciudades nos intercambiamos muchas cartas para luego saber que el régimen del momento los escondió para nunca más saber de ellos. Otro caleño amigo de infancia del barrio el Peñón, Guillermo Hernandez Castaño, venía de Barcelona, para luego perderse en Cali, y luego yo, que fui muy feliz al ver mi familia, mamá, hermano, sobrinos, tíos, primos y amigos que vinieron hasta el puerto a darme la bienvenida, fue muy emocionante, subieron a conocer un barco de esa magnitud y comprar en el Duty free. Una linda historia que no se volvió a repetir «María Teresa con 4 baúles y 8 maletas» .
Descubrimos que el limoncello, ícono de la gastronomía de la Costa Amalfatina italiana y conocido como el elixir de la vida, se elabora en la zona del Cañón del Dagua, con limones mandarinos orgánicos del Pacífico colombiano.
Denominación de origen. En sus 25 años de estancia en
Italia, Valeria Borrero recibió un regalo, el secreto de la tradición familiar de
una abuela sabia del sur para preparar este licor dulce que surgió a finales
del siglo XIX. A su retorno a Colombia, ella trasladó el centro de elaboración
de su propio limoncello, a la finca agroecológica Cabrita, situada a 1.750 mts
s.n.m., en la vereda Zaragoza del municipio de La Cumbre.
La receta secreta y sus beneficios. Como buena una alquimista, esta caleña logra esta bebida artesanal de aroma delicado, a partir de la maceración de la corteza del limón mandarino fresco en alcohol, en los tiempos de cosecha y con las medidas que son, sin preservantes ni conservantes, para que el resultado sea un licor de exquisito sabor, con un gran contenido de vitamina C y con efectos digestivos comprobados, al tomarse bien frío en una copa pequeña previamente congelada.
Dónde se consigue este
Limoncello. Cada
sábado en la mañana, Valeria vende las botellas de limoncello y una gran oferta
de productos orgánicos y con poderes nutricionales, en su puesto del Mercado de
Asoproorgánicos, en el Centro Comercial Palmetto de Cali.
¿Quién es su productora?
Valeria Borrero, madre
de dos chicos italianos, Saija y Liam, quien se reconoce como activista ambiental, legado
de su familia de ecologistas pioneros en Colombia. Tallerista de cocina
italiana, slow food y alimentación orgánica y biotransformación. Gaia Ways
Nutrición, es su apuesta actual, un proyecto de entrenamiento que propende por
el bienestar y la nutrición; el fomento del cultivo propio y su preparación y
transformación culinaria, reconocido como un Negocio Verde por el Ministerio
del Ambiente.
Estudió
en Italia, Artes Culinarios en la Academia Europea de Firenze y en España, micro
nutrición y dieto terapia en el Instituto de Nutrición Celular Activa. Es
terapista y miembro activo de la Alianza para la Salud del Dr. Rath en Holanda
y coordinadora de la Alianza de Consumidores y Productores Ecológicos.
Estudiantes y profesores de las Facultades de Arquitectura y Diseño e Ingeniería de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, el Politécnico de Torino y Oxford Brookes University, diseñaron y construyeron para esta competencia, un prototipo de vivienda sostenible denominada Máquina Verde, para una de las zonas más vulnerables de Cartagena, el barrio El Pozón.
La Bernardi conversó con dos de los líderes de este equipo, con el arquitecto colombiano, Carlos Hernández Correa, Director del PEI, Centro de Estudios Internacionales de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Javeriana de Bogotá y ladecatleta italiana María Caterina Dadati , arquitecta del Politécnico de Torino y estudiante de una Maestría, quienes cuentan de dónde se remonta esta relación entre las dos universidades y el trabajo conjunto que están desarrollando en Colombia y con el cual participan en la segunda versión de la Decathlón Solar, ocupando el segundo lugar. Esta casa se puede apreciar hasta el 30 de diciembre, en el campus de Univalle.
En pleno centro se levanta la joya de la corona de Cartago, la imponente Catedral Nuestra Señora del Carmen, de estilo neoclásico, simétrica, de líneas rectas, sin adornos ni recargos. De blanco impoluto contrasta con la bulla, el frenesí y los más de 30 grados de temperatura de este municipio, al norte del Valle del Cauca.
El gestor. La iniciativa de construir este templo católico nació de la obsesión del presbítero Hernando Botero O’byrne por allá, en 1944, quien gestionó y consiguió los recursos para levantarla a dos cuadras de la Plaza de Bolívar, en la esquina de la Carrera Quinta con Calle Catorce, en el mismo sitio donde había una capilla con el mismo nombre en siglos pasados, para honrar a la Virgen.
Y la leyenda popular dice … que su estilo neoclásico italiano se le debe a la reconocida firma de los reconocidos arquitectos colombianos, los hermanos Álvaro y Herman Calero Tejada, en sociedad con su cuñado mejicano, el arquitecto Félix Mier y Terán, quienes trajeron los planos desde Italia, inspirados en la Basílica de Nuestra Señora del Rosario de Pompeya
Aunque también existe la teoría, mucho más osada, que la Catedral de los cartagüeños es réplica de la mismísima Basílica de San Pedro en el Vaticano, con su cúpula, la planta en cruz griega, las tres naves y su altar mayor.
Una gran torre. De más de 50 metros y separada veinte metros del resto de la edificación, la torre se divisa a lo lejos y desde lejos, cada media hora se escucha el repicar de las campanas.
Un poco de historia. La primera misa en la catedral se ofició en 1952 y diez años después, el Papa Juan XXIII creó la Diócesis de Cartago y nombró a Monseñor José Gabriel Calderón Contreras Obispo de ella.
Tres décadas después del fallecimiento de Antonio Bernardi De Fina nos sorprendió muy gratamente la iniciativa de investigar y plasmar en documentos públicos, el legado como constructor en Armenia, por parte de dos estudiantes, Laura Ossa Sánchez y Guido García Ardila, y luego de la docente de Arquitectura de la Universidad de la Gran Colombia, María Eugenia Beltrán Duque.
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‘Fragmentos de memoria Armenia 1930 -1940 ‘obra de Antonio Bernardi’ representa, ante todo, un reconocimiento al aporte urbanístico que hizo como ingeniero constructor al progreso y al desarrollo de muchas de las ciudades colombianas, y en este caso específico en el eje cafetero, cuando de nuestro padre y abuelo contribuyó al equipamiento básico de una Armenia que apenas despertaba al Siglo XX.
En estas letras queremos narrarles, distintas facetas de la vida personal y privada que vienen a nuestra memoria de Antonio Bernardi, sobre su personalidad arrolladora y su carisma sin igual, que marcaron e influenciaron de diversas maneras a cada uno de los integrantes de la familia Bernardi, que tiene como base la ciudad de Cali, pero que como herencia de su abuelo, ha visto emigrar hacia otras latitudes para desarrollar sus proyectos personales, a varios de los suyos.
Para nosotros, Tony fue y sigue siendo el eje central de nuestro pequeño clan colombo italiano. Lo recordamos como el hombre enamorado hasta sus últimos años de su esposa Camila, la joven manizalita que se le metió en el corazón al punto de convencer a un trotamundos de quedarse en tierras colombianas para fundar su hogar; como el padre ejemplar de cuatro hijos con los cuales desarrolló una relación sólida de gran admiración a través del tiempo; como el abuelo cariñoso y cómplice de las travesuras de sus nietos, y como el narrador de múltiples historias sobre su patria y su paso por América Latina.
Antonio Bernardi y sus tres hijas, Gladis, Italia y Regina
Fue un caballero italiano en toda la extensión de la palabra, que supo cultivar la amistad de personas de todas las generaciones y clases sociales, testimonio de ello fue la chiva proveniente de ‘Lomitas’, corregimiento de La Cumbre, Valle del Cauca, que llegó cargada con la mitad de la población, para acompañar a don Antonio en su último adiós.
Tony, como buen italiano, ejerció con todas las de la ley el gusto por la cocina y el buen comer, caía seducido por los sabores y los olores de un plato de pasta y un trozo de queso, un mango maduro o una arepa de maíz. Como buen europeo, le gustaba tomarse un aperitivo antes del almuerzo, y que mejor que un trago de aguardiente en El Cairo, la tienda de la esquina de su casa, en el barrio El Peñón. El resultado era evidente, sus ojos se volvían de un verde más profundo y su lengua se soltaba para hablar con los vecinos.
Como descendiente de campesinos italianos norteños, sembró en nosotros el amor por la tierra. Siempre se sorprendía de la fecundidad del suelo colombiano, que arrojaba cosechas durante el año entero a diferencia de su tierra de estaciones, por eso su primera acción cuando veraneaba con su hija Regina y sus nietos en ‘Lomitas’, era sembrar y cuidar la huerta de la finca y luego, cada mañana, recoger sus frutos que iban con destino a un plato de ensalada fresca que comía con fruición. De la tierra también admiraba la belleza de las flores que cultivaba con mucha dedicación, en su balcón y en el patio de su apartamento, el cual llegó a poblar de muchas variedades de violetas.
Pero si algo lo definía y caracterizaba era su gusto por la palabra, por una buena charla, ya que era una magnífico contador de historias y anécdotas. En todas ellas, por supuesto, él era el gran protagonista, el héroe imbatible, el soldado que defendió a su patria cuando se enroló con el ejército alpino durante la Primera Guerra Mundial; o cuando regresó a su pequeña tierra enclavada en los Alpes y se encontró con la ruina y el desabastecimiento en la finca paterna de Paluc y decidió buscar un mejor destino en ‘La América’ que ofrecía grandes perspectivas de trabajo; o cuando tomó la decisión de su vida de emprender un nuevo camino, de atravesar los mares a una tierra nueva y desconocida, y convertirse en emigrante para llegar al Puerto de Buenos Aires, como cientos, como miles de europeos que hemos visto en el cine y en la televisión.
El carné de alpino Antonio Bernardi del ejército italiano. Él participó en la I Guerra Mundial
En sus cuentos también personificó al viajero, al descubridor de culturas y sociedades por los Andes Americanos, por Bolivia, Perú, Ecuador, hasta arribar a Colombia, por el puerto de Tumaco, donde su salud sufrió los rigores del clima. Fue el aventurero y visionario que se adentró en la geografía colombiana para dejar testimonio de su profesión en edificaciones que aún en están en pie, en Manizales, Armenia, Ibagué, Bogotá, Girardot, Circasia y Cali, su destino final.
Ese era nuestro padre y abuelo. Un hombre sencillo, que disfrutaba del cine de Louis de Founes y las novelas de bolsillo del ‘far west’. Un inmigrante en tierra colombiana que respetó las tradiciones de la sociedad que lo acogió y le ayudó a formar una familia nueva, pero que nunca perdió su propia identidad nacional y sus vínculos culturales con Italia, la cual siempre tuvo en su corazón y que transportó en su charla cotidiana con sus referentes afectivos sobre su gente, sus antepasados y sus costumbres.
En nombre de los descendientes de Antonio Bernardi, de sus hijos Regina, Gladys, Italia y Mainardo, y de sus nietos, Adolfo, Maritza, Liliana, Juan Carlos, Mauricio, Andrés Felipe, Jorge Alonso, Isabella, Luis Alfredo, Juan Antonio y Paola, gracias por este homenaje a Tony, pues al leer estas páginas resulta claro que su paso por estas tierras dejó no sólo su recuerdo permanente en nuestros corazones, sino una huella imborrable en la historia de muchas de las ciudades colombianas.
Reunión de los descendientes de Antonio Bernardi a los 40 años de su partida (2017)
*Prólogo del libro ‘Fragmentos de Memoria de la Ciudad de Armenia Años 30 al 36 del siglo XX obra de Antonio de Bernardi ‘. Autoras: Arquitecta María Eugenia Beltrán Franco – Laura Ossa Sánchez. Noviembre de 2010
Empecemos las aventuras de La Bernardi por el Valle del río Cauca como destino migratorio de los italianos. Demos un repasón rápido en este primer capítulo a varios hechos y anécdotas de finales del siglo XIX y del XX en los que haya un italiano de por medio y en las cuales ya nos detendremos más adelante.
Está el caso del comerciante piamontés que fue cónsul en Buenaventura, Ernesto Cerruti y las autoridades del Estado Soberano del Cauca, que desencadenó en uno de los líos diplomáticos más escandalosos de la historia, cuando Colombia e Italia rompieron relaciones en 1885.
Documento que reposa en la Biblioteca de la Universidad Eafit / Sala de Patrimonio Documental
Saltemos a Buenaventura, la ciudad puerto más importante de Colombia sobre el Pacífico, que tomó su nombre del santo patrono italiano, y que por el movimiento comercial que ya se avizoraba, contó con un consulado italiano y con la sede de la firma comercial importadora y exportadora, la Casa Menotti.
Catedral de San Buenaventura, Buenaventura (Valle del Cauca)
En la Isla Cascajal, el arquitecto de Turín, Vicente Nasi, levantó la antigua Estación del Ferrocarril (1930), uno de los proyectos más modernos de la época. Y al muelle llegaron hasta los años setenta, los buques italianos de pasajeros, Verdi, Donizetti y Rossini, que establecieron entre sus tripulaciones y los bonaverenses un significativo intercambio cultural, gastronómico y deportivo. Aún se recuerda cuando la banda del barco se presentaba en las retretas dominicales con un repertorio de arias clásicas.
Antigua Estación del Ferrocarril, hoy la Escuela Taller de Buenaventura
Postal del barco italiano Donizetti que atracaba en el puerto de Buenaventura . (archivo de María Teresa Hurtado 1971)
Y en Cali nos saluda Cristo Rey, la escultura gigantesca de 21 metros, que vigila la ciudad desde 1953 en el Cerro Los Cristales, gracias a la iniciativa del padre José Arteaga y del escultor de Pietra Santa, Alidéo Tazzioli. Se dice que es uno de los monumentos a Cristo más hermoso y mejor diseñado en el mundo.
Y en esta misma ciudad ya un italiano había pasado a la historia, el pionero de la aviación, Ferruccio Guicciardi; él fue el primer aviador que tocó tierra caleña con El Telégrafo 1, el 21 de marzo en 1921. Por cuenta de esa hazaña se ganó un premio de $ 500 pesos.
Estos son solo algunos de los personajes y de las tantas historias que descubriremos juntos con La Bernardi; sígueme la pista en mi canal y en redes.
Todo comenzó con mi abuelo, Antonio Bernardi De Fina (1*), un italiano de la provincia de Belluno, que cuando el mundo apenas se despertaba de la locura de la primera Guerra Mundial, bajó de sus montañas desde una pequeña población, Ponte Nelle Alpi, para embarcarse y cruzar el océano Atlántico para hacer ‘La América’ en 1922.
1.
1.Paluc, finca familiar, Ponte Nelle Alpi, provincia de Belluno.Pasaportes y documentos de extranjería expedidos en varios países de América Latina.
Entre 1922 y 1926, fue caminando por Argentina, Bolivia, Perú y Ecuador, trabajó en diversas obras y se fue formando como ingeniero constructor, y en esos lugares de nuestra geografía americana donde dejó su huella y estos a su vez, ejercieron influencia en él.
2
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El ingeniero constructor Antonio Bernardi De Fina, hacia 1924, en Lima (Perú), en la 2. con un grupo de amigos y en la 3. con su primo italiano Jorge De Fina, con quien viajó.
Y en este continente de promesas, específicamente en Colombia, Antonio inició un nuevo proyecto de vida, una familia con la normalista Camila Ospina Mejía (2*), con quien se casó el 2 de mayo de 1928 en la ciudad de Manizales y tuvieron cuatro hijos: Regina (1929), Gladys (1931 – 2002), Italia (1935) y Mainardo (1938-2011).
5 Camila y Antonio, Manizales 1928. 6. Camila, Antonio, Mainardo y Regina Bernardi, Manizales 1928. 7. Gladys, Italia y Regina. Bogotá en los años 40. 8. La familia en Bogotá 1946.
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Y en tierras colombianas se hizo a un nombre como ingeniero constructor y a un reconocimiento que aún perdura, por el movimiento de modernidad tanto en el campo del urbanismo como en el de la ingeniería, que generó con sus construcciones en varias ciudades colombianas, como Manizales, Armenia, Ibagué, Girardot, Bogotá y Cali, a partir de la década del veinte hasta pasados los años cincuenta en el siglo XX. (4, 5, 6*)
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Fotografías. Portada y foto 9., Antonio Bernardi, con la maqueta y construcción de edificio de la Plaza de Mercado de Armenia, 1935, obra monumento nacional según decreto de 1995. 10. Alcantarillado Ibagué 1940. 11. Teatro Tolima en Ibagué inaugurado en 1940. Obra monumento nacional según decreto de 1995. 12. Hotel Tocarema en Girardot 13. Edificio Colón Bogotá 1940.
Fuentes citadas. *Gracias a la narración de mi madre, Regina y mi tía Italia Bernardi, se ha reconstruido esta historia. Con el apoyo de Jorge Alonso Rengifo en la digitalización del archivo fotográfico de la familia.
(1*)Antonio Bernardi de Fina nació en Ponte Nelle Alpi en la provincia de Belluno, Italia (6-10-1900), hijo de Teodoro Bernardi y Regina De Fina. Murió en Cali (Colombia) (25-03-1977). (*2) Camila Ospina Mejía, nació (5-04-1905) en Pereira, departamento de Risaralda – hija de Luis María Ospina y Ana Joaquina Mejía. Murió en Cali, Colombia (11-10-1970).