El entierro del bisabuelo

Cuentan en mi familia qué a mi bisabuelo, Luis María Ospina Arcila, se le corrió la teja los últimos años, y que sus once hijos sólo se dieron por enterados cuando vieron el edificio que construía en un despeñadero de un paraje en medio de la nada, donde papá Luis literalmente se había dedicado a enterrar el dinero que recogía por la venta del ganado de sus fincas en tierras caldenses.

Cuentan en mi familia qué a mi bisabuelo, Luis María Ospina Arcila (1*), se le corrió la teja los últimos años, y que sus once hijos sólo se dieron por enterados cuando vieron el edificio que construía en un despeñadero de un paraje en medio de la nada, donde papá Luis literalmente se había dedicado a enterrar el dinero que recogía por la venta del ganado de sus fincas en tierras caldenses.

El tratamiento. A inicios de 1943, mamá Anita (2*), mi bisabuela, tomaría le decisión emprender el largo y difícil camino de Manizales a Bogotá con parte de su numerosa prole, para llevar a papá Luis con un galeno recién llegado de Europa, quien se había vuelto famoso por experimentar con sus pacientes una nueva terapia a punto de electrochoques para devolverles la razón con esos terribles sacudones eléctricos en el cerebro.

En Bogotá. Los bisabuelos se hospedarían varios meses con su hija Camila Ospina (3*) y su yerno italiano, el constructor Antonio Bernardi (5*), en su residencia del barrio Bosque Calderón Tejada, donde los nietos, Regina, Gladys, Italia y Mainardo, se encariñarían con ese niño abuelo que los llevaría de caminata al cerro y que sembraría una huerta en esos terrenos baldíos, tal vez con la nostalgia por su campo. 

Y así, poco a poco, papá Luis se perdería en los recovecos de su memoria que lo llevarían de una época a otra, cuando huérfano de padre a los doce años saldría de Aranzazú a colonizar la zona de Dosquebradas; cuando adquiría la primera de sus haciendas, El Bosque; cuando se casaría antes de finalizar el siglo XIX, con una de las hijas de la familia de la finca vecina, en 1899; y cuando uno a uno fueron llegando los hijos y las hijas…

La muerte. A los seis meses de estadía en la capital de la República, ese arriero recio y trabajador, exhalaría su último suspiro a los 73 años, el 9 de julio de 1943, en el cuarto de sus nietas, Gladys e Italia Bernardi. Italo Mirkow, su pequeño nieto de 5 años, se encargaría de anunciar “se murió el abuelo” a todo el clan de los Ospina Mejía que había viajado para estar presente en sus últimos días, mientras subía y bajaba las escaleras de la gran casona.

Los gritos y sollozos de esas nueve hijas y los lamentos de esos dos hijos paisas, sacarían de la tranquilidad habitual a ese vecindario bogotano ´estirado, donde a las pocas horas de la muerte, desfilarían parientes y amigos para asistir a la velación de papá Luis en medio de rezos y oraciones y mucho caldo de gallina y tinto para pasar de largo, esa noche.

Entierro en chiva. Pero más aterrados quedarían en el barrio cuando en la fría madrugada, se parquearía una chiva en plena calle, ese colorido bus escalera que solo se veía en las plazas de los pueblos y en los empinados caminos de la geografía nacional para el transporte de campesinos y sus cosechas. Observarían como sus dos vecinos italianos, Antonio Bernardi y Mario Mirkow (6*), acompañados de sus cuñados, Antonio Luis y Lorenzo, sudaban subiendo con lazos y poleas los dos cajones del féretro de papá Luis y lo amarraban al techo.

A Manizales. El lloroso cortejo fúnebre de las hijas, Carmen Emilia, Benigna, Camila, Pastora, Teresa, Luisa, Emelia, Alicia y Graciela (4*), vestidas de negro riguroso, ocuparía las sillas con trastos y trebejos, incluidas las bacinillas y el fiambre para las paradas técnicas obligatorias de ese triste retorno.

El par de concuñados italianos dirían adiós a sus esposas y a la parentela Ospina, sería uno de los pocos momentos en los que ellos sentirían gran alivio de no poder sumarse a esa penosa misión de conducir el ataúd del suegro hasta Manizales por el confinamiento impuesto por las autoridades en la Capital de la República. Como estaban en plena época de la Segunda Guerra Mundial, a estos dos extranjeros les estaba totalmente prohibido moverse libremente por el territorio colombiano, ya que eran considerados enemigos del Estado Colombiano.

La sociedad manizalita y familiares de Pereira, Armenia, Circasia y Dosquebradas, se movilizarían hasta la morada de los Ospina Mejía en pleno centro, para despedir a ese hombre que había levantado su patrimonio a pulso, que dejaba como herencia seis fincas cafeteras y ganaderas en el Viejo Caldas y varios predios en esa ciudad a donde había arribado con su familia veinte años atrás a lomo de mula para instalar una compra venta de café.

La familia política. Las seis hermanas del difunto llegarían a exigirle a su cuñada, mi bisabuela, abrir el doble cajón sellado con cuatro clavos para despedirse de papá Luis, sin embargo, ella que no sobrepasaba el metro y medio y era una mujer muy dulce, fue la primera vez que impondría su autoridad para impedirlo, porque el formol ya empezaba a perder su efecto de conservación del cuerpo. Mamá Anita despacharía a la familia política con esta frase: “muerto el ahijado acabado el compadrazgo”.  

La Velación. Cuentan que fue tanta la gente que subió a la sala principal para la velación por el eterno descanso de mi difunto bisabuelo, qué ante el peso de los visitantes, cedió la segundo planta durante el primer día del Novenario. ¡La casa se desfondó! Una multitud despediría hasta su última morada, una tumba en el Cementerio San Esteban, al patriarca del clan de la familia Ospina Mejía.

*Gracias a la narración de mi madre, Regina y mi tía Italia Bernardi Ospina se han reconstruido las vivencias de la familia Ospina Mejía en esa época.

Familia Ospina Mejía(1*)Luis María Ospina Arcila, papá Luis´: 1870 Aranzazu – julio 9 de 1943 Bogotá (2*)  Ana Joaquina Mejía Gutiérrez, mamá Anita´: 1877 Pácora – julio 22 de 1963 Manizales. (3*) Camila Ospina Mejía, nació (6-04-1905) en Pereira, departamento de Risaralda – hija de Luis María Ospina y Ana Joaquina Mejía. Murió en Cali, Colombia (11-10-1970).  Carmen Emilia Ospina de Ocampo: diciembre 1 1900 – abril 3 de 1987 ManizalesMaría Benigna Ospina de Restrepo: junio 27 de 1903 – abril 3 de 1991 MedellínPastora Emilia ´Aporita´ Ospina de Gómez: agosto 11 de 1906 – julio 24 de 1991 ManizalesTeresa Ospina de Mirkow: octubre 7 de 1907 –  febrero 14 de 1993 Bogotá. Antonio LuisOspina: diciembre 21 de 1908 – marzo 20 de 2001 CaliMaría Luisa Ospina de Lobo, mayo 21 de 1910 – enero 18 de 1987 Bogotá. María Emelia Ospinade Botero: marzo 19 de 1912 – febrero 7 de 1999 Manizales. Alicia Ospinade Villegas: 27 de febrero de 1915 – mayo 20 de 1997 Manizales. Lorenzo de Jesús Ospina: octubre 21 de 1919 – abril 3 de 1984 PereiraGraciela Ospina de Moya: septiembre 16 de 1921- octubre 28 de 2013 Cali.

 (5*) Antonio Bernardi de Fina nació en Ponte Nelle Alpi, provincia de Belluno, Italia (6-10-1900), hijo de Teodoro Bernardi Viller (hijo de Bartolo Bernardi y Yacomina Viller) y Regina De Fina Zitran. Murió en Cali (Colombia) (25-03-1977). (6*) Mario Mirkow: 2 de diciembre de 1903 en Trieste, 1977 en Bogotá.

En este artículo está la historia de la familia Ospina Mejía.

El Puente del Humilladero de fray Serafín en Popayán

El puente del Humilladero, inaugurado el 31 de julio de 1873, fue la obra de ingeniería más significativa de la Popayán del siglo XIX, construida por el sacerdote y arquitecto Italiano, fray Serafín Barbetti.

Hoy se ha bendecido y entregado al servicio público el hermoso puente de doce arcos, construido sobre el río Molino”. Erase el 31 de julio de 1873, en Popayán y esa fue la manifestación sobre la inauguración oficial del Puente del Humilladero referenciada en el Papel periódico Ilustrado de Bogotá.

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Este hermoso puente de ladrillo y calicanto, de aproximadamente 200 metros y 5 de anchura con barandas laterales, fue la obra de ingeniería más significativa de Popayán del siglo XIX, eran las épocas del gran Cauca. Hoy, 148 años después de su apertura, es uno de los sitios más visitados del centro histórico de la ciudad blanca, en el barrio El Callejón, muy cerca de la iglesia de San Francisco.

Anécdotas sobre el puente:

  • Estaba en el camino Real del Portazgo del Norte, de Popayán hacia Cali.
  • Su construcción sobre el río Molino y una colina empezó el 16 de noviembre de 1868 con la extracción del agua del pozo y duró tres años.
  • Tenía como objeto mejorar la entrada a la ciudad al suprimir una cuesta muy empinada, y de ahí viene el  origen del nombre, ya que la que la zona se encontraba con una inclinación, lo que hacía obligatorio bajar la cabeza.
  • Este viaducto de mampostería sería la obra más importante del sacerdote y arquitecto italiano, fray Serafín  Barbetti, quien llegaría a Colombia en 1859.
  • Este puente entre el Hospital y el centro, desplazó al que se llama ´el Chiquito´, por el cual pasaban los curas que llevaban a los enfermos al hospital
  • Fue una de las entradas principales de la ciudad.
  • Por él ingresaron los ejércitos libertadores durante la gesta de la independencia.
  • En 1883, en el centenario del nacimiento del Libertador, se le daría el nombre Bolívar pero ese bautizo no prosperó.

Fray Serafín  Barbetti

Se dice de este arquitecto franciscano de nacionalidad italiana, que fue el gran constructor de puentes de bóvedas en el suroccidente de Colombia,  especialista en la construcción de puentes de arco, calicanto y hormigón. Sus principales obras fueron realizadas en Popayán.

  • Nacería en Osola, provincia de Novara, en 1800.
  • A los 24 años, ingresaría al convento de los franciscanos menores de Araceli en Roma y asumiría casi de inmediato el cargo de practicante en el hospital del convento, a la vez que se dedicaría al estudio de la arquitectura teórica y práctica con el fin de reparar parte de ese edificio.
  • Estuvo en Jerusalén y en Egipto a cargo de varias obras, entre ellas las catedrales de Alejandría y El Cairo.
  • Vendría con la siguiente misión en el Cauca: reemplazar la segunda catedral de Popayán arruinada por los terremotos del siglo XVIII que obligaron a su demolición hacia 1772.
  • Simultáneamente atendía la reparación de la bóveda de la iglesia de la Compañía de Jesús.
  • Este hermano franciscano prestaría muchas veces sur servicios sin ningún honorario. Para venir a este territorio solo solicitaría el pago de su tiquete de barco para devolverse a Italia… 
  •  Interrumpidas las labores en la catedral por asuntos financieros, Barbetti contrataría con el Estado Soberano del Cauca algunos trabajos de construcción: el del puente de Juanambú, en el camino de Popayán a Pasto; el del río Palo -de madera- y los de Palacé Alto en la vía a La Plata y Ovejas, entre Cali y Popayán; y un puente sobre el río Amaime que hacía parte del camino entre Palmira y Buga
  • La llegada de Fray Serafín coincidió con el deseo de dotar al territorio caucano con un sistema de caminos que unieran las poblaciones con los centros de comercio y de la minería.. y los puentes eran pieza fundamental de ese engranaje.
  • Dirigió la composición de las calles de Popayán, unificó el empedrado, obra iniciada en 1809, pero interrumpida por las guerras de la Independencia
  • Murió en 1887, aquí en la Ciudad a los ochenta y siete años, casi ciego y lisiado por un accidente sufrido durante la construcción del puente de Juanambú, y fue sepultado a petición suya en el Templo de San Francisco.

Editora del pódcast de La Bernardi: Isabella Prieto. Escúcha 🔈 cada viernes 𝗟𝗮 𝗕𝗲𝗿𝗻𝗮𝗿𝗱𝗶, una historia entre Colombia e Italia en el programa Café Cultural por Clásica 88.5 FM https://www.clasica885.com Pódcast disponible en www.labernardi.com y en spotify.

Mario Mirkow, un triestino en Colombia

Cuentan que el corazón de Mario Mirkow siempre estaría dividido, entre esa dulce melancolía por la Costa Adriática efecto de las ráfagas del bora y el encanto de la altiplanicie campesina cundiboyacense; entre el afecto hacia su familia colombiana y la nostalgia dolorosa por su madre, su hermano y Trieste, esa ciudad portuaria fronteriza del noreste italiano, codiciada por imperios y estados en los últimos siglos por ser puente y camino hacia los Balcanes.

Cuentan que el corazón de Mario Mirkow siempre estaría dividido, entre esa dulce melancolía por la Costa Adriática efecto de las ráfagas del bora y el encanto de la altiplanicie campesina cundiboyacense; entre el afecto hacia su familia colombiana y la nostalgia dolorosa por su madre, su hermano y Trieste, esa ciudad portuaria fronteriza del noreste italiano, codiciada por imperios y estados en los últimos siglos por ser puente y camino hacia los Balcanes.

Sus raíces. Este triestino de ascendencia rusa y croata, nacería en el hogar de Vittoria Tavagna y Stefano Mirkov (*1), el miércoles 2 de diciembre de 1903, en el gran puerto comercial e industrial del Imperio Austrohúngaro. Momentos históricos vividos durante su infancia y su juventud en esa especie de ciudad estado marcarían para siempre su visión del mundo: él rápidamente comprendería que en el juego del poder de las grandes potencias el único perdedor es el ciudadano del común.

La Trieste del Imperio. Su niñez transcurriría en el esplendor de esa Trieste foco de arte y cultura, con intelectuales que brillaban con luz propia como los triestinos Italo Svevo y Umberto Saba y el irlandés James Joyce, a quien la ciudad adoptaría como a uno de los suyos. Para Mario era habitual en mundo infantil, que sus vecinos hablaran como él en italiano y dialecto triestino, o en alemán, esloveno, serbio y croata o que fueran católicos, ortodoxos o judíos practicantes.

La Gran Guerra. Pronto la tormenta que desataría la Primera Guerra Mundial (1914-1918) en Europa, alcanzaría a ese pequeño territorio y su sociedad multicultural donde residía el jovencito Mario, quien además de los horrores de la contienda, sabría de la falta de pan en la mesa, la inflación que cuadruplicaba los precios y el bloqueo de alimentos en el puerto, mientras recorría las calles con periódicos atados a sus pies.

Mario, un súbdito italiano. Mario presenciaría el enfrentamiento encarnizado de dos vecinos, Austria e Italia, por ese rincón oriental de la península, la desintegración del Imperio y la incorporación de Trieste al Reino de Italia (1920) para completar esa unidad nacional que buscarían los ´irredentistas´ desde el siglo XIX, con territorios de mayoría italiana (*2). El mapa del mundo cambiaría y Mario, su familia y los triestinos obtendrían la nacionalidad italiana.

Fascismo de frontera. En el puerto él se haría maquinista naval, aprendería el entramado mecánico de las estructuras de aquellos gigantes que echaban amarras o zarpaban hacia otros mundos. Y sería su profesión la que le permitiría dejar atrás a esa nueva ciudad rota por dentro, a la cual no le llegaría la paz después de la guerra porque con el ascenso al poder de Benito Mussolini se extremarían las políticas de italianización forzada del fascismo de frontera contra la población de origen no italiano.

Exilio voluntario. Un buen día Mario se despediría de los suyos como muchos triestinos, y partiría hacia la América en un buque mercante de bandera italiana en un destierro voluntario y sin retorno. Tocaría tierra en el puerto de Veracruz (México) y después en la Habana (Cuba), donde obtendría la visa para viajar a Colombia.

Cambio de apellido. Entre la tramitología de la expedición de un nuevo pasaporte y su cédula de extranjería y los sellos de aduanas de ingresos y salidas de varios puertos americanos, Mario Mirkov se convertiría en Mario Mirkow por cuenta de algún escribiente que no entendería la pronunciación de su apellido.

La Bahía de la Buena Ventura. A inicios de los treinta, lo primero que Mario divisaría del territorio colombiano serían el faro y las aguas tranquilas de la Bahía de la Buena Ventura, en el corazón del Pacífico. Desembarcaría con un grupo de paisanos en el muelle de  Buenaventura (*3), una ciudad puerto con poca infraestructura, pero con gran movimiento de mercancías europeas, asiáticas y norteamericanas, el cual se fortalecía gracias a la construcción del Ferrocarril del Pacífico, la ruta de salida de los productos de exportación del país, la quinua, el tabaco y el café del Viejo Caldas (*4). 

La región cafetera. Mario Mirkow se adentraría por los caminos de esa Colombia rural, desde la nueva Estación del Ferrocarril de Buenaventura del arquitecto turinés, Vicente Nasi (*5), para llegar hasta Manizales con parte de ese colectivo de extranjeros que apoyaría a lo largo de una década, las obras de reconstrucción luego de los tres incendios desatados (6*) en los años veinte que destruyeron parte considerable de esta población levantada en bahareque.

Mario quien venía de esa Trieste cosmopolita y de recorrer la vida de los puertos, se encontraría con una élite cafetera muy ´pudiente´ y una sociedad bastante conservadora en esa una pequeña capital regional con alrededor de 60 mil habitantes. Eso sí una población en efervescente desarrollo urbanístico y arquitectónico y con una agitada actividad comercial, agrícola e industrial ante el auge del café en los mercados internacionales y la modernización de los diferentes sistemas de transporte.

Solidaridad austríaca. Sería la madre superiora del convento y del Colegio San Inés, recién abierto sobre la Avenida Cervantes (*7), quien le tendería la mano a Mario, esta religiosa franciscana austriaca le permitiría alojarse en las instalaciones y al conocer su oficio de mecánico, lo nombraría conductor del autobús para realizar el recorrido con las señoritas estudiantes del prestigioso plantel. Pronto él compraría su propio bus y adquiriría más buses para prestar el servicio de transporte entre varias poblaciones de Caldas.

Teresa Ospina. Para esa época este triestino, quien era ya un próspero y reconocido empresario del transporte en la capital caldense, conocería a Teresa (8*), una de las 9 hermanas Ospina que le quitaría el sueño. Esta joven de 27 años era la quinta hija de la gran familia que habían conformado en Dosquebradas y Santa Rosa de Cabal, Luis María Ospina y Ana Joaquina Mejía (9*) , una pareja de origen campesino, descendiente de arrieros antioqueños que hacía pocos años habían trasladado a Manizales su casa familiar y su negocio de compra y venta de café.

El Clan Ospina. Eso sí a Mario no le bastaría con demostrar su decencia y solvencia económica al momento de pedir la mano de Teresa, su suegro le solicitaría el certificado expedido por el párroco de Trieste que demostrará que era soltero. Él debería transitar el mismo camino que habían andado para casarse en 1928, Camila Ospina y el constructor Antonio Bernardi (10*), quien con el humor socarrón que lo caracterizaba, le advertía con sus otros concuñados, Aristides Ocampo y Julio Martín Restrepo, lo que significaría emparentar con este tradicional clan acostumbrado a reunirse en todos los cumpleaños, entierros, vacaciones de verano y fiestas de fin de año.

La familia Mirkow Ospina. Esta pareja italocolombiana se casaría en 1935 en Manizales y allá nacería su primer hijo, el 24 de septiembre de 1937, quien sería bautizado como Italo Mirkow Ospina. Se dice que buena parte de los triestinos llamarían por esos años Italo o Italia a sus hijos e hijas para rearfirmar su italianidad tan cuestionada a lo largo del siglo XX. Mario no sería la excepción.

El derrumbe del patrimonio. Los buenos tiempos para este matrimonio llegarían a su fin.A las 9:24 de la fría noche del 4 de febrero de 1938, cuando las familias Ospina Mejía y Mirkow Ospina se preparaban para conciliar el sueño, se sentiría uno de los tembloresmás fuertes registrados en Manizales, el Sismo del Gran Caldas, que dejaría alrededor de 40 heridos y destruiría y averiaría muchas edificaciones y negociones. El techo de los garajes donde Mario parqueaba los buses intermunicipales se derrumbaría y todos los automotores quedarían destruidos. Así perdería su patrimonio este transportador.

Serían días difíciles para los Mirkow Ospina no solo ante la precariedad de sus finanzas sino porque desde Europa llegarían noticias con un panorama muy sombrío para la familia radicada en Trieste al iniciar la Segunda Guerra Mundial y también para los dos concuñados italianos, Mario Mirkow y su buen amigo Antonio Bernardi, en un país que declaró enemigos de Estado a todos los ciudadanos de los países del Eje radicados en Colombia.

Fuentes citadas. *Gracias a la narración de mi primos Italo y Frank Mirkow, de mi madre y mi tía Regina e Italia Bernardi y de mi prima Iris Lobo se han reconstruido las vivencias Mario Mirkow y la familia Mirkow Ospina en Colombia.Archivo fotográfico de las familias Bernardi Ospina.

(*1) Padres de Mario Mirkow: Vittoria Tavagna y Stefano Mirkov (Nace en 1853, en Split, ciudad que primero le perteneció a Austria y ahora está en Croacia) (2*) Movimiento de opinión activo en Italia a finales del siglo XIX que surgió a raíz de la unificación de Italia y que propendía por la unión de los territorios poblados de mayoría italiana. (3*) Buenaventura, puerto sobre el Oceano Pacífico ubicado en el departamento del Valle del Cauca en Colombia. (4*) Viejo Caldas, departamento de Colombia que existió entre 1905 y 1966. (*5) La antigua Estación del Ferrocarril de Buenaventurafue construida por el arquitecto turinés, Vicente Nasi, hoy es la Escuela Taller de Buenaventura. (*6)  Los tres incendios de Manizales fueron el 19 de julio de 1922, el 3 de julio de 1925 y el 20 de marzo de 1926. (7*) El convento y el Colegio Santa Inés de Manizales fueron fundados por tres hermanas austriacas que llegarían en 1926, empezaría a funcionar el 7 de marzo de 1927 en su sede sobre la Avenida Cervantes, hoy Avenida Santander.

(8*) Teresa Ospina de Mirkow: octubre 7 de 1907 –  febrero 14 de 1993 Bogotá. (9*) Luis María Ospina Arcila, ´papá Luis´: 1870 Aranzazu – julio 9 de 1943 Bogotá y Ana Joaquina Mejía Gutiérrez, ´mamá Anita´: 1877 Pacora – julio 22 de 1963 Manizales. (10*) Antonio Bernardi de Fina constructor italiano nacido en Ponte Nelle Alpi, provincia de Belluno (6-10-1900). Murió en Cali (Colombia) (25-03-1977). Su esposa y hermana de Teresa, Camila Ospina Mejía, nació (6-04-1905) en Pereira, departamento de Risaralda – hija de Luis María Ospina y Ana Joaquina Mejía. Murió en Cali, Colombia (11-10-1970).

En este artículo está tambièn la historia y orígenes de la Familia de Teresa Ospina Mejía.

Conferencia ‘Colombia e Italia una relación de amores y desamores’

Por Isabella Prieto La Bernardi, periodista y contadora de historias. Las relaciones diplomáticas y los lazos de amistad entre Italia y Colombia tan cordiales hoy en día, han sido una historia de amores y desamores con múltiples tropiezos, que se remonta a los siglos XIX y XX.

Por Isabella Prieto La Bernardi, periodista y contadora de historias. Las relaciones diplomáticas y los lazos de amistad entre Italia y Colombia tan cordiales hoy en día, han sido una historia de amores y desamores con múltiples tropiezos, que se remonta a los siglos XIX y XX.

Un recuento de la huella en nuestro país de los primeros inmigrantes de origen italiano en las épocas de la Colonia e Independencia, pasando por el legado de personajes como Agustín Codazzi, gestor de la Comisión Corográfica (1850-1859) y Oreste Sindici, quien musicalizó el Himno Nacional en 1887, hasta los motivos de Colombia para no incentivar en los últimos dos siglos, la migración extranjera a , a diferencia de otras naciones latinoamericana.

Anécdotas sobre cómo Gabriel García Márquez descubriría su vocación por el cine en su pueblo, Aracataca, en el Cine Olympia instalado por el comerciante calabrés, don Antonio Daconte Fama, en el patio de su casa en Las cuatro esquinas.

Los detalles del caso Cerruti y los  26 años de crisis diplomática entre los Estados Unidos de Colombia y el Reino de Italia entre 1885 y 1911, cuando las dos jóvenes naciones vivieron una crisis diplomática de grandes proporciones que se convertiría en un lío del derecho internacional privado, en el que estuvieron involucrados el rico comerciante piamontés garibaldino, Ernesto Cerruti y las autoridades del Estado Soberano del Cauca; y como mediadoras las dos potencias de la época:  España y Estados Unidos.

Conferencia de historia dictada el 8 marzo de 2021, por invitación del Club Campestre de Cali.

Gabriel García Márquez y sus pasos en Italia. “En Roma me sentía como en casa”: GGM.

Aunque Gabriel José de la Concordia García Márquez (1927-2014), vivió la mayor parte de su vida en Colombia, Francia y México, el casi año y medio que estuvo en Italia y la fascinación por su literatura y el movimiento narrativo cinematográfico conocido como “neorrealismo”, marcaron su pluma como escritor y periodista. Crónica del italiano Omero Ciai y el colombiano Néstor Pongutá, publicada en VISLUMBRES Una constelación escogida de protagonistas de nuestra historia común de España, Italia e Iberoamérica, por invitación de la Embajada de España en Italia.

Por Omero Ciai y Néstor Pongutá*. Aunque Gabriel José de la Concordia García Márquez (1927-2014), vivió la mayor parte de su vida  en Colombia, Francia y México, el casi año y medio que estuvo en Italia y la fascinación por su literatura y el movimiento narrativo cinematográfico conocido como “neorrealismo”, marcaron su pluma como escritor y periodista.

A pesar de que fueron menos de 18 meses de permanencia en Italia, quedaron muchas marcas y son varias las señales que evidenciaron que este país ocuparía un lugar especial en su vida y su obra. Son innumerables las referencias en sus escritos que hizo sobre Italia y el Vaticano. Aunque  solo tenía 28 años cuando llegó a la capital italiana, vivió intensamente la ´Citta Eterna´. Lo embrujaba su bullicio, su historia, la pasión de su gente, su cultura, el drama constante, el cine, el vino y la gastronomía, más si se trataba de un buen plato de  la sabrosa y sonora “pasta alla puttanesca”.

Gian Giacommo Feltrinelli, propietario de la reconocida editorial que llevaba su apellido, quedó  maravillado con Cien años de soledad y en 1968, solo un año después de su publicación, lanzó la primera versión en lengua extranjera y se convirtió en la plataforma desde Europa hacia el mundo de este suceso literario, que narra  la historia de la familia Buendía a lo largo de siete generaciones en un pueblo imaginario llamado Macondo. Esta novela, que luego fue traducida a 49 idiomas y ha vendido más de 50 millones de ejemplares, es considerada la obra cumbre de éste escritor colombiano que ganó el premio Nobel de literatura en 1982 y lo consolidó como uno de los escritores más reconocidos y leídos en el planeta.

A todos estos regalos que le brindó Italia, se suma un hecho que parece un argumento más del realismo mágico de Gabo: En la sureña isla de Cerdeña existe un pequeño pueblo llamado Perdasdefogu con apenas un poco más de dos mil habitantes. Según la clasificación de Guinness récords, es el lugar en el mundo, por promedio de habitantes, donde vive el mayor número de personas mayores de cien años. Este lugar escondido en la bella Italia, que tiene una hermandad con Aracataca, pueblo natal de Gabo, rindió un homenaje a sus longevos habitantes centenarios y en el 2015, su pequeña plaza, que está ubicada al frente del cementerio, la bautizaron con el poético nombre de “Centi anni di solitudine”.

Todos los pasos de Gabo conducían a Roma

Roma

Aunque desde su adolescencia Gabo ya comenzó a plasmar su habilidad para escribir y narrar conjugando fantasía y realidad, se inició profesionalmente en el periodismo en 1946 en el diario El Universal de Cartagena. Luego en 1950 pasó a El Heraldo de Barranquilla donde escribió su columna “la jirafa” que era el sobrenombre confidencial que le tenía a su esposa en los tiempos de enamoramiento, ya que para sus ojos, Mercedes Barcha tenía una belleza “Modiglianesca”.

Un día de 1954, estando en Bogotá con su gran amigo y colega Álvaro Mutis, recibió la llamada del director del diario El Espectador, Guillermo Cano, quien muy sutilmente lo invitó a escribir un pequeño párrafo para la página editorial. Desde ese día estuvo 18 meses más escribiendo en las páginas de ese diario capitalino sobre cine y crónica, hasta que estando en Europa, el diario fue cerrado por la dictadura militar de Rojas Pinilla. Aunque le enviaron para comprar el tiquete de regreso, Gabo decidió que con ese dinero, se quedaría más tiempo aventurando  en el viejo Continente.

Sus crónicas y reportajes se habían convertido en una cita infaltable para  los lectores y quizá el más recordado de ese género de periodismo literario, fue el Relato de un náufrago, una serie de catorce crónicas basadas en las entrevistas que Gabo le hizo al joven marinero Luis Alejandro Velasco quien  sobrevivió al hundimiento del buque de la armada ARC Caldas y que luego estuvo 10 días a la deriva en una pequeña balsa. La publicación de estos reportajes dio lugar a una controversia pública y debido a esto,  Guillermo Cano decidió hacer un gran esfuerzo y enviar a Gabo como corresponsal a Europa con sede en París.

El miércoles 13 de julio de 1955, en la portada de El Espectador, se anunciaba en una pequeña nota, acompañada de una foto de Gabriel García Márquez, que el diario enviaba un redactor a Ginebra (Suiza). Para Gabo, conocer Europa era una meta anhelada y así  lo registró días después el diario El Heraldo, su antigua casa: “Sabe Gabito con qué regocijo registramos esta noticia de su viaje al Viejo Continente, viaje que él había soñado y comentado tanto entre nosotros”

El inquieto García Márquez, luego de una travesía por Barranquilla, Bogotá y París, llegó  a Ginebra donde cubrió la reunión de los 4 grandes (El primer ministro británico Anthony Eden, el jefe de gobierno francés Edgar Faure, el primer ministro de la Unión Soviética Nikolai Bulganin y el presidente de los Estados Unidos Dwight D. Eisenhower).  En sus reportes y ejerciendo como un gran reportero provocador, escribió que  a pesar de la trascendencia de esta reunión, los suizos parecían estar más atentos a lo que sucedía en el  tour de Francia que a  las decisiones que estaban determinando la política nuclear en plena posguerra. Para dar contexto a sus lectores, comparó esta ciudad Suiza con  Manizales, describió su topografía como una imitación a la de Bogotá y en uno de los apartes subrayó que los perros de Ginebra, aunque más mansos, le recordaban a los de Magangué, un pequeño  pueblo de Bolívar ubicado en las orillas del río Magdalena.

A pesar de iniciar su viaje a Europa por Francia y Suiza, sus ojos estaban puestos en  Italia. Se apoyó en una noticia que, a pesar de su gravedad, podría ser el argumento de una novela propia de su imaginación. Llamó a Cano y con gran convicción le afirmó que tenía informaciones que indicaban que el Papa Pio XII, Eugenio Pacelli, estaba muriendo a causa de un fuerte ataque de hipo y que era urgente ir a Roma a cubrir esa noticia mundial.

El director de El Espectador entendió el mensaje de García Márquez y en el verano de 1955 lo envió  a la Ciudad Eterna a seguir los últimos momentos de vida del Papa Pacelli. Un día patrullando en cercanías del Vaticano, como buen sabueso del periodismo, descubrió que, de los muros leoninos,  emergía una berlina Mercedes Benz que llevaba dentro el cuerpo del Pontífice. Aunque éste iba sentado y vestido, como si se dirigiera a una ceremonia que podría ser su último adiós, le llamó la atención los pomposos ornamentos que tenía endosados a 35 grados de la hirviente Roma. Decide seguir la caravana papal en una vieja  vespa y mientras avanzaba el cortejo motorizado, descubre que el recorrido va  más allá de las fronteras de la Ciudad Eterna.

El vicario de Cristo estaba siendo llevado, en una estricta caravana, hasta una pequeña localidad  en la montaña  a 28 kms de Roma,  exactamente a Castel Gandolfo. El reportero García, al ver la reacción de sus pobladores, la parafernalia y pormenores de la situación, corroboró que no se trataba del traslado a la última morada del Pontífice sino que estaba siendo testigo que “Su Santidad va de vacaciones”.

Fue precisamente así como tituló una serie de crónicas, que le permitieron  desplegar su gran talento para describir y narrar esos sucesos entre ellos,  una  de las audiencias publicas del Papa: En el patio de piedra con capacidad para 2.000 personas enlatadas, los funcionarios del castillo acomodan a los visitantes como sardinas. Allí llegan, atropellándose, los más diversos y extraños géneros de frutas que dan las Viñas del Señor. Llegan los alemanes con sus morrales y sus pantalones de cuero. Llegan los norteamericanos con su complejo baratillo de instrumentos fotográficos y su libro para conocer a Roma en siete días. Llegan los duros curitas rurales de todo el mundo, los más remotos francotiradores de la religión, que nunca alcanzarán a ver al pontífice a menos de veinte metros de distancia. Todos entran atropelladamente como los corderos de Dios a un estrecho corral de piedra cerrado por los cuatro costados. La audiencia se anuncia para las seis. A las seis menos cuarto el patio está repleto y dos gigantescos guardias suizos, con fulgurantes uniformes que parecen un caramelo de fantasía, cierran el enorme portón de madera.  El reloj empieza entonces a marchar con desesperante lentitud. 4.000 ojos se concentran sobre la pequeña ventana, que sólo se diferencia de las otras en que tiene una cortina de seda blanca. Como es verano y el patiecillo está cerrado por los cuatro costados, en cinco minutos hay un calor asfixiante. Cuando Pío XII aparece, a las seis menos cinco, debe sentir ese espeso y agrio vapor humano que sube desde el patio, revuelto con las ovaciones y los aplausos. En ese momento, el Papa sabe a qué huele la humanidad.

Acudiendo de nuevo a sus contextos de lugar, hizo una estupenda comparación entre Castel Gandolfo  y la población de Espinal en Colombia, donde cada 29 de junio se celebra la fiesta de San Pedro.

Este es solo un ejemplo de cómo Italia generaba una fascinación especial en Gabo, quien consideraba el periodismo como “el mejor oficio del mundo”. Su biógrafo, el inglés Gerald Martin escribió en la biografía de Gabo: “el periodismo es un aspecto integral de su personalidad literaria, y por eso osciló siempre entre las dos actividades: ficción y periodismo.”

Aprovechando su estadía en Roma, se matriculó al Centro Experimental Cineccittà, lo que él llamaba “la fábrica de los sueños”, el lugar donde podría llegar a conocer a los padres del neorrealismo italiano, Vittorio de Sica y Cesare Zavattini. Su gran aspiración era especializarse en guión cinematográfico pero está era solo una materia y por lo tanto en pocos días se aburrió y abandonó sus estudios en «La casa de los sueños”.

Había pasado un poco más de una década del fin de la Segunda Guerra Mundial, e Italia era un país en transición. Gabo se instaló en un hotel en Via Nazionale y desde allí comenzó a buscar cómo adentrase más en la magia de lo eterno de Roma. Sus recursos no le permitían seguir en el hotel y decidió buscar un pequeño cuarto en una pensión en el barrio Parioli. Uno de sus vecinos era el tenor lírico colombiano Rafael Ribero Silva,  quien pasó a ser su traductor, amigo y guía, pero además, lo convirtió en  uno de los protagonistas de su cuento La Santa que le sirvió de pretexto, entre la realidad y la ficción, para plasmar su paso por la capital italiana.

Esa historia, publicada en 12 cuentos peregrinos en 1981 y luego llevada al cine en 1988, con el título Milagro en Roma, es un evidente homenaje a Miracolo a Milano de Vittorio De Sica, precisamente  la película que años atrás enamoró a Gabo del neorrealismo y lo inspiró a construir lo que se conoce como “realismo mágico”.

El argumento de La Santa es un  carrusel constante de hechos y sucesos  que para muchos hubiera sido un argumento fascinante  para cineastas como Woody Allen o Alfred Hitchcok. La narrativa gira en torno a Margarito Duarte, un colombiano sencillo que gracias a su esfuerzo y formación autodidacta logra conseguir un modesto empleo en la alcaldía de su pueblo. Enamoró a una de las mujeres más bellas del lugar, contrajo matrimonio con ella pero años después, en el momento del parto, su hermosa cónyuge falleció. Siete años después, la pequeña hija muere también a causa de una fiebre alta.

La vida de Margarito siguió sin contratiempo, pero años después y debido a que construirían una represa en el lugar donde estaba el cementerio, tenían que trastear los restos de sus dos amores. Cuando abrieron la tumba donde se encontraba su mujer, vieron que todo era polvo, pero en cambio  en la tumba de su hija de 7 años, descubrieron que el cuerpo seguía intacto e incluso las rosas que le habían tirado adentro del cajón el día que la enterraron, se conservaban frescas y mantenían su aroma. El obispo del pueblo se postró a este hecho inédito,  sintió la presencia de Dios y le dijo  que éste era un evidente  signo de santidad.

Margarito Duarte emocionado, hizo colectas y se fue a Roma; metió el cuerpo intacto de su hija en un estuche de violonchelo en madera de pino y por uno de los tantos caminos que conducen a Roma, se fue empeñado en buscar la canonización de su hija. Cargando la maleta con el cuerpo liviano, hizo de todo para tratar de hablar con el Papa, pero fue imposible, ya que el Sumo Pontífice, padecía un fuerte ataque de hipo y se había ido a recuperarse a su casa de verano. Así pasaron 22 años y a pesar de los múltiples intentos y el pontificado de varios Papas, nunca pudo elevar a los altares a su pequeña. Al final concluye íntimamente que el verdadero santo era Margarito, quien demostró solo  perseverancia y amor de un padre  por lograr el reconocimiento celestial del cuerpo incorrupto de su hija.

Gabo lo describe así: Yo estaba en Roma por primera vez, estudiando en el Centro Experimental de Cine, y viví su calvario (De Margarito) con una intensidad inolvidable. La pensión donde dormíamos era en realidad un apartamento moderno a pocos pasos de la Villa Borghese, cuya dueña ocupaba dos alcobas y alquilaba cuartos a estudiantes extranjeros. La llamábamos María Bella, y era guapa y temperamental en la plenitud de su otoño, y siempre fiel a la norma sagrada de que cada quien es rey absoluto dentro de su cuarto (…)”

Después en otro aparte y fiel su estilo intenso y detallado describe un hecho fantástico: Nada menos adecuado para el modo de ser de Margarito que aquella casa sin ley. Cada hora nos reservaba una novedad, hasta en la madrugada, cuando nos despertaba el rugido pavoroso del león en el zoológico de la Villa Borghese. El tenor Ribero Silva se había ganado el privilegio de que los romanos no se resintieran con sus ensayos tempraneros. Se levantaba a las seis, se daba su baño medicinal de agua helada y se arreglaba la barba y las cejas de Mefistófeles, y sólo cuando ya estaba listo con la bata de cuadros escoceses, la bufanda de seda china y su agua de colonia personal, se entregaba en cuerpo y alma a sus ejercicios de canto. Abría de par en par la ventana del cuarto, aún con las estrellas del invierno, y empezaba por calentar la voz con fraseos progresivos de grandes arias de amor, hasta que se soltaba a cantar a plena voz. La expectativa diaria era que cuando daba el do de pecho le contestaba el león de la villa Borghese con un rugido de temblor de tierra.(…)”

Una de las pistas más claras que se trataba del pleno verano del 55 en Roma lo describe en otro aparte de La Santa: “Después del almuerzo Roma sucumbía en el sopor de agosto. El sol de medio día se quedaba inmóvil en el centro del cielo, y en el silencio de las dos de la tarde sólo se oía el rumor del agua, que es la voz natural de Roma. Pero hacia las siete de la noche las ventanas se abrían de golpe para convocar el aire fresco que empezaba a moverse, y una muchedumbre jubilosa se echaba a las calles sin ningún propósito distinto que el de vivir, en medio de los petardos de las motocicletas, los gritos de los vendedores de sandía y las canciones de amor entre las flores de las terrazas. El tenor y yo no hacíamos la siesta. Íbamos en su vespa, él conduciendo y yo en la parrilla, y les llevábamos helados y chocolates a las putitas de verano que mariposeaban bajo los laureles centenarios de la Villa Borghese, en busca de turistas desvelados a pleno sol. Eran bellas, pobres, cariñosas, como la mayoría de las italianas de aquel tiempo, vestidas de organza azul, de popelina rosada, de lino verde, y se protegían del sol con las sombrillas apolilladas por las lluvias de la guerra reciente. Era un placer humano estar con ellas, porque saltaban por encima de las leyes del oficio y se daban el lujo de perder un buen cliente para irse con nosotros a tomar un café bien conservado en el bar de la esquina, o a pasear en las carrozas de alquiler por los senderos del parque, o a dolernos de los reyes destronados y sus amantes trágicas que cabalgaban al atardecer en el galoppatorio. Más de una vez les servíamos de intérpretes con algún gringo descarriado.

En medio de su encanto que le despertaba la cotidianidad romana, seguía latente su interés y deseo de trabajar en el mundo del cine neorrealista italiano. Para García Márquez un buen método para  entender ese movimiento cinematográfico, consistía en observar un almuerzo de pobres en Venecia en la orillas del Lido. Ver como extienden  un mantel de cuadros con remiendos, mientras la madre gorda y dictatorial,  le  sirve a sus nueve   hijos un  plato de macarrones fríos con un pedazo de pan mientras que a su esposo le suma un gran vaso de vino rojo.  Ella es la última en comer, con el  perro, y casi por ósmosis,  le propina a cada niño, un sonoro pescozón (palmada en el cuello), que según García Márquez, “sólo se pueden ver en las buenas películas italianas.”

Gracias a su amistad con el director italo-argentino Fernando Birry, quien lo había sumergido en Cinecittà, logró subir uno de los escalones que podría llevarlo hasta la cumbre de su carrera cinematográfica: Fue contratado como tercer asistente de dirección en el rodaje de la película Lástima que sea canalla de Alessandro Blasseti, que tenía una  nómina de lujo: Marcello Mastroianni, Vittorio de Sica y la diva de divas, Sophia Loren, a quien finalmente iba poder  conocer personalmente. Sin embargo, nunca logró ni siquiera estar cerca de ella ya que lo único que hizo García Márquez mientras duró el rodaje, fue sostener con gran dedicación una larga cuerda para evitar que los curiosos e intrusos  arruinaran las grabaciones.

Para Gabriel García Márquez fue una experiencia decepcionante, pero este hecho lo llevó a escribir una maravillosa crónica sobre “la batalla de las medidas” donde las protagonistas eran la hermosa y refinada Gina Lollobrigida y la volcánica y esquiva Sophia Loren. Pero no solo era la talla de los sostenes la que definía esta disputa sino que se trataba de definir quién era realmente el ícono de la mujer italiana. Gina era correcta y adorable mientras Sophia era como un tsunami indomable e irreverente que incluso se atrevió a saludar a la Reina Isabel II  con la cabeza cubierta de diamantes que es un error de protocolo imperdonable (los que saben de  estas rigurosidades, saben que a la reina hay que saludarla sin nada en la cabeza).  Más que  un tema trivial, Gabo supo  plasmar  la admiración, perplejidad y  devoción que sienten los italianos por sus personajes y aunque algunos pensaron que García Márquez aprovecharía su crónica para desquitarse de Sophia Loren por no habérsele acercado mientras sostenía el lazo de seguridad, al final dejo en evidencia que para su concepto la indestronable y eterna musa del neorrealismo italiano sería por siempre Sophia Loren quien alguna vez al ser preguntada cual era su secreto para conservar su belleza, respondió: “Todo esto que ven se lo debo a los espaguetis”.

Autores

Esta crónica fue publicada en VISLUMBRES Una constelación escogida de protagonistas de nuestra historia común de España, Italia e Iberoamérica, por invitación de la Embajada de España en Italia hecha a:

Omero Ciai: Periodista italiano experto en informaciones de España y América latina. De 1986 a 1997 fue el editor internacional del Diario L`Unità de Italia y luego pasó al diario Repubblica donde fue Sub editor internacional. Desde el 2000 ha seguido las principales noticias de España y Latinoamérica como enviado especial y ha cubierto diferentes hechos históricos. Conoció personalmente a Gabriel García Márquez y fue en 2007 uno de los pasajeros privilegiados  del “Tren de Macondo” que llevó a Gabo a su natal Aracataca con motivo de sus 80 años. En un diálogo que tuvo con el premio Nobel colombiano, García Márquez  le dijo que su principal tesoro es “sentirse amado”. Ha sido cercano a la Fundación Nuevo Periodismo de García Márquez y en el archivo de la Repubblica reposan muchos reportajes que documentan la historia del escritor colombiano.

Néstor Pongutá Puerto. Periodista y diplomático colombiano que vive en Italia desde el año 2000. Conoció  personalmente a Gabriel García Márquez en Ciudad de México y ha trabajado en medios como RCN radio y televisión, diario El Tiempo, EL Espectador y con W Radio perteneciente al Grupo Prisa de España. Durante su permanencia en Italia se ha especializado en el Vaticano y ha acompañado en diferentes viajes papales a Juan Pablo II; Benedicto XVI y Francisco. Ha escrito para Editorial Planeta los libros Un tinto con el Papa Francisco y Las huellas del Papa Francisco en Colombia. En 2005 ganó el premio de periodismo Simón Bolívar  por el cubrimiento de la muerte de Juan Pablo II y la elección de Benedicto XVI. Ha sido diplomático en la Embajada Colombia en la Unión Europea y actualmente es el consejero cultural de la Embajada de Colombia en Italia.

Bibliografía:

Las manos que construyeron Cristo Rey en Cali

Crónica 📻 sobre 𝕮𝖗𝖎𝖘𝖙𝖔 𝕽𝖊𝖞, la estatua gigantesca levantada gracias al empeño del jesuita 𝗝𝗼𝘀é 𝗠𝗮𝗿í𝗮 𝗔𝗿𝘁𝗲𝗮𝗴𝗮 y los hermanos italianos 𝗔𝗱𝗲𝗹𝗶𝗻𝗱𝗼 𝘆 𝗔𝗹𝗶𝗱𝗲𝗼 𝗧𝗮𝘇𝘇𝗶𝗼𝗹𝗶🇨🇴 🇨🇴🇮🇹 🇮🇹 que desde 1953 vigila a Santiago de Cali con los brazos abiertos y es muy visitada por los fieles caleños durante la Semana Mayor.

Es tradición que durante la Semana Mayor los fieles caleños visiten masivamente lugares de peregrinación como la estatua gigantesca de Cristo Rey, uno de los monumentos más emblemáticos que desde 1953 vigila a Santiago de Cali con los brazos abiertos, levantado gracias al empeño del jesuita 𝗝𝗼𝘀é 𝗠𝗮𝗿í𝗮 𝗔𝗿𝘁𝗲𝗮𝗴𝗮 y los hermanos italianos 𝗔𝗱𝗲𝗹𝗶𝗻𝗱𝗼 𝘆 𝗔𝗹𝗶𝗱𝗲𝗼 𝗧𝗮𝘇𝘇𝗶𝗼𝗹𝗶🇨🇴 🇨🇴🇮🇹 🇮🇹 .

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La proeza de Ferruccio Guicciardi Romani hace 100 años…

Un apuesto italiano de Modena, Ferruccio Guicciardi Romani, fue el precursor de la aviación en Santiago de Cali. La historia del portentoso vuelo en el ¨Telégrafo 1¨ quedó inscrita en el calendario el 21 de abril de 1921, a las 9:35 a.m. cuando aterrizaría en la improvisada pista del Aeródromo de Long Champs.

“Del Cielo viniste y al cielo volviste”

Por Hugo Suárez Fiat*. Un apuesto italiano, Ferruccio Guicciardi Romani, nacido en Modena, el 2 de julio de 1895,  fue el precursor de la aviación en Santiago de Cali. La historia del portentoso vuelo quedó inscrita en el calendario el 21 de abril de 1921, a las 9:35 a.m. 

Edición del jueves 10 de febrero de 1921, del Periódico El Telégrafo de Guayaquil, Ecuador, cuando se anuncia el Raid aéreo Quito Ibarra que emprende Ferruccio Guiciardi Romani.

La hazaña no fue propiamente  realizar el vuelo directo desde Pasto hasta Cali sino aventurarse en un aparato el “Telégrafo 1”, en el que con intrépida arrogancia Guicciardi decidió rebasar los elevados cerros que  interceptan la capital nariñense con la nuestra. Los caleños estaban poseídos de una inquietante expectativa. Aquí no se había visto el majestuoso tránsito de un artefacto de tales características por nuestro cielo ni escuchado el rugido de su hélice. Sólo los que habían viajado al exterior habían tenido la posibilidad de percibir el vuelo raudo de  tan modernas aeronaves las cuales cubrían distancias enormes con fantástica rapidez.

Antes de efectuarse el vuelo desde Pasto hasta Cali llegó a esta ciudad un joven italiano llamado Pedro Traversari, aviador según él. El viaje de Traversari tenía por objeto  preparar una pista para el aterrizaje del “Telégrafo 1”, cuyo vuelo, después de ocurrir  varios aplazamientos… “porque habían nubes” -decían los entendidos- tuvo éxito el 21 de abril de 1921. El campo de aterrizaje era marcado, previamente,  con sábanas blancas.

A eso de las nueve y pico de la mañana apareció sobre Cali el “Telégrafo 1”, volando a gran altura. La gente se informaba sobre el evento en las carteleras del periódico Relator en las cuales fue clavado un telegrama proveniente de Popayán que decía escuetamente: “El avión pasó por aquí a 5.000 metros de altura”.

Conocido el suceso, él público emprendió frenética carrera hacia el campo de Versalles donde se había habilitado la improvisada pista del Aeródromo de Long Champs en la que habría de aterrizar el “Telégrafo 1”. Como en la misma no era  permitida la entrada las cercas fueron derribadas y el “aeropuerto” fue invadido por el público.

Por la época de la llegada de Guicciardi tenía planeado viaje a Cali otro aparato  similar al  “Telégrafo 1”. Una aeronave marca Caudron “G-III”, bautizada con el nombre “Antioquia” por monseñor Marulanda el 12 de febrero de 1921, la cual había sido importada directamente por el aviador Francisco González, sin asistencia oficial de ninguna índole. González quien había realizado varios vuelos en Medellín, con la supervisión del experto aeronáutico francés Ferdinand Marchaux, evento que evidentemente causó enorme revuelo entre la población del Valle de Aburrá.

Aunque  su  desplazamiento a Cali se anunció para el 1 de abril el mismo no tuvo lugar por cuanto el “G-III” padeció un grave daño mecánico y estructural en Cartago, consecuencia de un accidente al despegar, que le impidió iniciar su excursión definitiva. González siempre tuvo dificultades para culminar sus vuelos razón por la cual lo bautizaron con el  remoquete de “Pacho vola pero no aterra”. Por último mientras intentaba  regresar con su nave a tierra firme, en un vuelo experimental, se accidentó y perdió una pierna dando así por terminadas, en forma definitiva, sus actividades aeronáuticas.

Había una apuesta para quien llegara primero a Cali. La Gobernación del Valle ofreció la enorme suma de quinientos pesos ($500=) al primer piloto que aterrizara y La Junta de Ornato de la ciudad premiaría al pionero con la suma de doscientos pesos ($200=). 

Diario El Tiempo, abril 23 de 1921... (…) A las 8:30 a.m. avisaron de Popayán que el avión había pasado a gran altura. A las 9 de la mañana pasó por Guachinte, que queda a 35 kilómetros de esta ciudad. A las nueve y cuarto empezó a sentirse el ruido peculiar del motor, en el aire, y pocos momentos después apareció el avión en el cielo (…) la emoción de la multitud a la llegada del avión fue indescriptible… (…) el aviador cuenta que hubo un momento en que se creyó perdido, pues se desvió a 60 kilómetros; también se le apagó el motor, a grande altura, de modo que pudo planear, mientras el motor volvió a encenderse. Cuando Guicciardi divisó a Cali, no le quedaba gasolina sino para unos pocos minutos… Guicciardi hoy hizo varios vuelos sobre la ciudad (…). Fotografía del blog www. matacafe.co de Mauricio Umaña.

No soy capaz de reproducir cien años después, la locura y la expectativa que se apoderó de los ciudadanos cuando el ruido de la hélice anunció: “avión a la vista”. Todos corrían con desesperación hacia el improvisado campo de aterrizaje de Versalles, rebautizado con el pomposo nombre de Aeródromo de Long Champs. El predio corresponde al lugar donde posteriormente se construyó el Hipódromo de Santa Mónica, cerca al sitio donde más tarde se levantó el edificio del Instituto de Seguros Sociales, colindante con la actual Avenida Vásquez Cobo, inmueble que en la época era de propiedad del médico Vicente Borrero Borrero, quien se había graduado con honores en una universidad alemana, finalizando el siglo XIX.

Hace 100 años aterrizó Guicciardi en el bimotor “Telégrafo 1 en Cali, el 21 de abril de 1921, a las 9:35 a.m. en el Aeródromo de Long Champs.

Guicciardi era el portador de frescos y fragantes ramilletes de flores, de los jardines pastusos, que familias amigas nariñenses enviaban a otras de aquí. También traía un mensaje especial del gobernador de la época, en el departamento del sur, el viejo jefe conservador Julián Buchelli, dirigido a su colega valluno don Ignacio Rengifo. Con él llegaron las ediciones periodísticas pastusas del día anterior a cuando tuvo lugar su epopéyico viaje.  

Fue tal el delirio que despertó Guicciardi entre la gente que varias damas ilustres de la sociedad besaron con enorme emoción al joven piloto italiano de 25 años, cuando descendió de la nave. Era un hombre esbelto, de ojos y cabellos negros, llevaba una cicatriz en la parte izquierda de su frente, producto de sus acciones militares en la Primera Guerra Mundial de la cual era veterano y en la que había actuado en las escuadrillas al mando del mayor Baracca, del comandante Scaroni y del coronel Picio. Medía exactamente 1.88 metros. Su tez era blanca y sonrosada. Tenía carácter sencillo. Respondía con cierta timidez a las preguntas tontas y necias, algunas de ellas, que  le  formulaban los incrédulos testigos al final de su gran expedición. Guicciardi anotó, lo cual excitó a sus interlocutores, que durante la confrontación bélica mayor o sea distante la 1a. Guerra Mundial había derribado dos aviones enemigos de origen austríaco.

En medio de una muchedumbre ebria de gozo, cual candidato presidencial en sus jornadas de triunfo, Guicciardi hizo la travesía desde el Aeródromo de Long Champs en un “phaeton” de los veintes, hasta el Hotel Majestic, hoy Hotel María Victoria, ubicado en la Carrera Tercera con Calle Diez, donde finalmente se alojó. La colonia de la comunidad italiana estaba seducida por el júbilo reinante.

El avioncito, un biplano monoplaza “Hanriot Dupont” HD-1, con tecnología francesa pero de fabricación italiana, poseía un motor radial “Le Rhone”, estructura y hélice de madera, fuselaje en tela y era heredero de la primera gran guerra. Cuándo aterrizó, después de dos horas y veintiocho minutos de vuelo desde Pasto, se detuvo frente a una concurrencia en éxtasis, especialmente las damas quienes al ver a Guicciardi erguirse, en su aeroplano,  que era algo así como un juguete, perdieron no solo las estriberas sino las cabezas… ¡que frases soltaban muchos labios femeninos refiriéndose al italiano quien, enfundado en una elegante chompa de lana, se presentaba, caído del cielo, ante la animosa  multitud !!!

En el Hotel Majestic, donde se hospedaba y en su tránsito por las calles de la comunidad la plebe asediaba a Guicciardi. Estaba atribulado por la curiosidad de los caleños. Su imagen quedó grabada en la mente del pueblo. La proeza fue guiar un biplano destartalado, sin ningún medio de comunicación, que no ofrecía seguridad alguna para quien lo abordara, convirtiéndose así en el pionero del vuelo con máquinas aéreas en el Valle del Cauca. 

El biplano el “Telégrafo 1” se marchó de Cali como telegrama urgente. Permaneció pocos días en la ciudad. Entre nosotros fueron, naturalmente, días de fiesta, jarana y jolgorio. Todo el mundo no hablaba de otra cosa. Era gigantesca la muchedumbre que permanecía cerca al Aeródromo de Long Champs con el propósito de ver y tocar el aparato. Para la gente era como cosa llegada del otro mundo.

Pasado algún tiempo, relativamente corto, Guicciardi volvió a Cali. Pero no en  plan de aviador sino como uno de los tantos viajeros que se movilizaban por tierra. Casi todas las noches se le veía sentado en una banca del Parque de Caycedo frente a la estatua del prócer. Siempre solitario. Al verlo generaba la impresión de ser un hombre triste que añoraba su querida Italia. Se supo que Guicciardi había adquirido una parcela por los lados del barrio Meléndez, entregándose al cultivo de la misma pero que finalmente  se aburrió de sus iniciativas agrícolas y se incorporó al personal de aviadores de “Scadta”, transformada después en Avianca. Después de numerosísimos vuelos épicos “Scadta” le entregó un reloj de oro con el cual se conmemoraron 250.000 kilómetros de sus recorridos aéreos. 

El “Telégrafo 1”, llamado así por ser de propiedad del periódico El Telégrafo” de Guayaquil, permaneció aquí poco tiempo, pues arribó a Cali un aviador italiano, el señor Elia Liut, héroe de la aviación en la República del Ecuador,  enviado por la empresa, para llevar la nave de regreso al país hermano. Liut era un hombre joven, de muy buena apariencia, rubio, que  si hubiera volado, habría sido un peligroso rival para Guicciardi. Mas no voló, examino el biplano y dijo que no se explicaba como Ferruccio podía volar en semejante “cosa”, la cual desarmó, empacó y se llevó por vía marítima desde Buenaventura hasta Guayaquil. Esto ocurrió después que Guicciardi efectuara vuelos a Palmira, Cartago y Manizales donde el avión sufrió un accidente del cual sin embargo Guicciardi salió ileso.

Guicciardi  tomó parte como piloto militar, por nombramiento que le hizo el Ministerio de Guerra de la República de Colombia, en el conflicto de Leticia, cuando ocurrió la confrontación con el Perú. Su designación la efectuó el ministro Alfonso Araújo quien además lo incluyó, como delegado técnico, en la comisión que habría de adquirir, en el exterior, los aviones bélicos para Colombia. Una lindísima hija del célebre aviador, la señorita Clara Guicciardi nació en Cali y contrajo matrimonio con Ernesto Múnera. De la unión quedaron varios descendientes. 

Ferruccio Guicciardi Romani nació en Modena (Italia), el 2 de julio de 1895 y murió el 4 de enero de 1947 en Cali. En su tumba dentro de la iglesia de San Fernando Rey está escrito el siguiente epitafio: “Desde el cielo viniste y al cielo volviste”.

El título  de este articulo proviene precisamente de la inscripción que en 1947 se esculpió en la cripta del pionero, cuando ocurrió su fallecimiento, en la Iglesia de San Fernando Rey, de esta capital: “del cielo viniste y al cielo volviste”. El avión el “Telégrafo 1” sobrevive intacto en el Museo Militar Eloy Alfaro de la ciudad de Quito, Republica del Ecuador y en CALIWOOD, el Museo de la Cinematografía de Cali (Colombia) se conserva, como un verdadero tesoro, el Altímetro marca Peltret que el piloto Guicciardi Romani utilizó en el Telégrafo I cuando llegó a Santiago de Cali en 1921. El aparato fue donado por la familia Múnera Guicciardi.

*Texto revisado el 11 de marzo de 2021 por el autor, Hugo Suárez Fiat, fundador de CALIWOOD, el Museo de la Cinematografía de Cali. Varios textos incorporados al artículo fueron contextualizados, otros actualizados y algunos reproducidos parcialmente pero dado el tiempo que ha transcurrido desde cuando se preparó el texto en el año 2002 o 2003 no puedo recordar exactamente cuales, motivo por el cual no están referenciados entre comillas. En la época en que elaboré el texto invité a mi residencia a todos los descendientes de Ferruccio Guicciardi Romani, quienes residían en Cali y en Medellín, con los cuales sostuve prolongadas conversaciones – duraron dos días – ocasión en la cual recabé importantísima información histórica relacionada con el suceso que tuvo lugar el 21 de abril de 1921 y fue entregado el Altímetro marca Peltre que usó Guicciardi en su avión.

Créditos: Alberto Silva Borrero; Vicente Emilio Vernaza Ochoa y José Rafael Ortiz Coral (ambos q.e.p.d.); archivo del periódico El Telégrafo de Guayaquil; archivo del Museo Militar Eloy Alfaro de Quito, Ecuador; Archivo del Museo Nacional de Transporte Colombia; Revista Épocas; Revista Occidental; Revista Despertar Vallecaucano; Archivo del periódico Correo del Cauca; Archivo del Periódico Relator (Ejemplares desde el 1 de marzo de 1921 hasta el 30 de abril de 1921); Archivo del diario El País de Cali; familia Múnera Guicciardi; ingeniero Iván Darío Múnera Guicciardi.

1951 – 1953: la boda y la dictadura

1951. En un ´agua´elulo´ bailable de esa Cali de poco menos de 300 mil habitantes se ennoviarían Regina Bernardi y Álvaro Prieto, en un Valle del Cauca que emergía como potencia deportiva y de reinas de belleza, con Leonor Navia Orejuela como primera señorita Colombia y en un país revolcado ante la renuncia del presidente Gómez y el primer campeón de la vuelta a Colombia en bicicleta, Efraín Forero.

1951. En un ´agua´elulo´ (*9) bailable de esa Cali de poco menos de 300 mil habitantes se ennoviarían Regina Bernardi y Álvaro Prieto, en un Valle del Cauca que emergía como potencia deportiva y de reinas de belleza, con Leonor Navia Orejuela como primera señorita Colombia y en un país revolcado ante la renuncia del presidente Gómez y el primer campeón de la vuelta a Colombia en bicicleta, Efraín Forero.

Los Bernardi Ospina. La mayor de los hermanos, Regina (*1), llamada así en honor a su abuela paterna italiana (*3), estaba recién desempacada con su familia en esta ciudad (mayo de 1950) que se expandía por los 4 puntos cardinales pero que giraba alrededor del centro, su Plaza de Caicedo, el río Cali y el puente Ortíz, el Hotel Alférez Real, el Teatro Municipal, el Batallón Pichincha y la Ermita. La jovencita de 21 años era dependienta del Centro Singer de Costura (*10) que abría el mercado de las nuevas máquinas de coser para las amas de casa caleñas a través del sistema de cuotas.

Empanadas bailables. Todo empezó cuando Nelly Sanclemente invitara a Regina, su compañera de trabajo, a unas empanadas bailables porque en Cali toda reunión de barrio o fiesta en club social era y sigue siendo con baile. Y en esas vespertinas caseras los muchachos ingerían ron con coca cola y las chicas lulada (*9) y las parejas bailaban en el salón con las radiola y los vinilos (long play), bajo la mirada vigilante de la madre anfitriona quien se acercaba al oído a  las señoritas para advertirles de ¨distancia y categoría¨, ante el acercamiento inapropiado del parejo.

Con porros y cumbias de Lucho Bermúdez y Pacho Galán, boleros y sones de la Sonora Matancera y el ritmo que se tomaba las pistas latinas, el cha cha cha, Regina a sus 21 años conocería a Álvaro Prieto Díaz (*2), un joven de 26 años recién aterrizado de EE.UU. de estudiar Negocios y Economía en la Universidad de Luisiana (LSU), vinculado a Fabre, compañía distribuidora de máquinas de escribir, sumadoras  y calculadoras de última tecnología.

1952. Álvaro demostraría a lo largo de un año sus intenciones respetables como pretendiente de la hija mayor de los Bernardi Ospina, para que doña Camila (*4) le permitiera ingresar a la casa como novio de Regina e invitara a las fincas familiares, ´La Rústica´ en Circasia (Quindío) y El Bosque en Dosquebradas, (Risaralda *6). La suegra, como buena paisa tradicional, también averiguaría entre su red de amigas y parientes en la ciudad la procedencia de la familia Prieto Díaz de Miranda (Cauca) y los negocios del padre, Manuel José Prieto (*7), como hacendado de caña y productor de panela. 

Don Antonio Bernardi (*5), el padre italiano y constructor de profesión y quien se recuperaba del primer infarto a sus 50 años, era mucho más permisivo con las amistades masculinas de las 3 hijas por su personalidad alegre y festiva. Él estaba a cargo de la construcción de la fábrica Celanese y se abría camino con proyectos independientes, como el edificio Magasun (Av. Colombia con Calle 7) del español Mariano Gutiérrez y algunas casas en los barrios del momento, Granada, Versalles y Santa Mónica.

1953. Sin embargo como a doña Camila le preocupaba garantizar a largo plazo la estabilidad económica de la familia, los Bernardi venderían la finca ´La Rústica´ y comprarían un lote en el barrio el Peñón, a tres cuadras de la Avenida Colombia, para que Antonio hiciera un pequeño edificio como vivienda familiar y se rentaran los otros apartamentos.

Golpe de Estado. Colombia vivía en medio de la borrasca política y la persecución a la prensa, el mapa del país estaba ensangrentado por la lucha feroz entre liberales y conservadores y la crisis de gobernabilidad era mayúscula. Mariano Ospina, el primer presidente elegido por sufragio directo, cerraría el Congreso en 1949  y Laureano Gómez asumiría en 1950 pero al año siguiente dejaría su cargo por problemas cardíacos.

El sábado 13 de junio de 1953, el país tendría tres presidentes durante 8 horas: Urdaneta, Gómez y el teniente coronel Gustavo Rojas Pinilla, quien asumiría el poder y sería recibido con las puertas abiertas en el Palacio de la Carrera y gran alborozo por la mayoría de los colombianos cuando a la media noche anunciara por la Radio Difusora Nacional la pacificación del país ya como comandante de las Fuerzas Militares.

Pedida de mano. El 19 de julio de 1953, Álvaro pediría la mano de Regina en una ceremonia simbólica en la cual el cura bendeciría las argollas en este primer encuentro entre los Bernardi y los Prieto. Doña Camila comenzaría los preparativos para la boda con un presupuesto muy medido, entre ella y su hija Gladys, diseñarían y coserían los vestidos y las faldas amplias con enaguas almidonadas del ajuar para que la novia cumpliera con las múltiples invitaciones y despedidas de soltera.

Las tías Ospina Mejía en Manizales aportarían al ajuar de lino para la tercera de las sobrinas que se casaba y confeccionarían manteles bordados en punto de cruz y carpetas tejidas con guardas de crochet, mientras la abuela materna, mamá Anita, calaría delicadamente en su tambora gigante, las sábanas blancas de género marcadas con las iniciales de los novios.

El compromiso y entrega de tarjetas de invitación desencadenaría una apretada agenda a lo largo de cinco meses para los novios y sus hermanos, ya que Gladys e Italia Bernardi harían de chaperonas en compañía de Elías y Ricardo Prieto, para ir a cine, a los ríos Pance y Aguaclara, a comer pandobono en las fuentes de soda, a la finca de los Prieto en Miranda y a bailar a los grilles.

La boda. A las 7.30 a.m. de ese sábado 19 de diciembre, mientras las notas nupciales despertaban a los vecinos de la colina y la pequeña capilla barroca de San Antonio, la más emblemática de la capital vallecaucana, Regina entraría del brazo de don Antonio en su sastre blanco a media pierna y su ramo de orquídeas del Valle. Y saldría de la mano de Álvaro como una mujer casada por esa puerta desde la cual divisaría Cali, hacia la pequeña recepción preparada en la residencia familiar Bernardi, para atender a los invitados con un desayuno elaborado por las mujeres de la familia Bernardi y las tías Ospina.

Finales de 1953. La guerra de Corea había llegado a su fin, la mayoría de los 12 millones de colombianos disfrutaban aún de la  luna de miel en los primeros siete meses de la dictadura de Rojas Pinilla y los recién casados partían a la Costa Atlántica en su viaje de bodas. Álvaro y Regina  fijarían su residencia a orillas del río Cali en esa ciudad vigilada desde hacía dos meses por el monumento a Cristo Rey (*11)  y que se preparaba para ser la sede de los VII Juegos Atléticos Nacionales (1954) para consolidarse como la capital deportiva de Colombia.

Ilustración y animación de portada. Paula Henao. 

Fuentes citadas. * Agradecimiento a Regina e Italia Bernardi, mi madre y tía, por compartir sus recuerdos. Archivo fotográfica de los Bernardi y los Prieto Bernardi.   Fotografías antiguas de diarios de la Biblioteca Departamental Jorge Garcés Borrero y el Fondo Archivo del Patrimonio Fotográfico y Fílmico del Valle del Cauca.

(*1) Regina Bernardi de Prieto nació en Manizales el 24 de julio de 1929 y el 19 de diciembre de 1953 se casaría con Álvaro Prieto Díaz, padres de Adolfo, Maritza Fernanda, Liliana, Mauricio e Isabella. Vive en Cali actualmente. (*2) Álvaro Prieto Díaz, nació el 13 de septiembre de 1925 en Miranda (Cauca) y falleció el 6 septiembre de 1993, en Cali (Valle del Cauca). (*3) Regina De Fina de Bernardi, nació en 1865 y murió en Ponte Nelle Alpi (Belluno) en 1955.  (*4) Camila Ospina Mejía, nació (6-04-1905) en Pereira, departamento de Risaralda, hija de Luis María Ospina y Ana Joaquina Mejía. Murió en Cali, Colombia (11-10-1970). (5*) Antonio Bernardi de Fina nació en Ponte Nelle Alpi, provincia de Belluno, Italia (6-10-1900), hijo de Teodoro Bernardi Viller (hijo de Bartolo Bernardi y Yacomina Viller) y Regina De Fina Zitran. Murió en Cali (Colombia) (25-03-1977). (*6) La finca ´La Rústica´ de la familia Bernardi Ospina en Circasia, Quindío, entre 1935 y 1953 y la hacienda El Bosque en Dosquebradas, Risaralda, cuna de los Ospina Mejía, pertenece a los bisnietos de Luis María Ospina, la familia Ocampo Estrada. (*7) Manuel José Prieto, nació el 12 de junio en 1880 y murió en marzo de 1958 en Cali. Su padre era Afanador Sánchez y su madre Avelina Prieto se casó con Teresa Díaz y fueron los padres de Álvaro Prieto. Era el propietario de las fincas de caña el Pitayo, la Cañada y La Primavera.

 (*9) ´Agua´elulo´: en Cali a las fiestas vespertina de barrio se les llamaba así, inspirada en la lulada, la bebida que se prepara con la fruta del lulo. (*10) Centro Singer de Costura (Carrera 9 con Calle 10) (*11) Monumento a Cristo Rey realizada por los maestros italianos Adelindo y Alideo Tazzioli e  inaugurada el domingo 25 de octubre de 1953.

Ver artículos anteriores.

Italia, un país hecho a punta de óperas

Cuando Giuseppe Verdi se dio a conocer como compositor de óperas en 1839, Italia era un puñado de minúsculos estados. Su música estableció un lenguaje común en la lucha por unificar el país. Los del norte estaban gobernados por Austria y en el sur dominaban los Borbones españoles, pero los unía el anhelo de formar una nación independiente.
Solo en Italia podría surgir una extravagancia artística como es la ópera. Un complejo entretenimiento que también cuenta la historia de los recientes cuatro siglos.

Por Álvaro Gärtner. Cuando Giuseppe Verdi se dio a conocer como compositor de óperas en 1839, Italia era un puñado de minúsculos estados. Los del norte estaban gobernados con mano dura por Austria y en el sur dominaban los Borbones españoles. Los unía el anhelo de formar una  nación independiente.

Los sentimientos patrióticos también afloraron en Los lombardos en la primera cruzada (1843), Los dos Foscari (1844) y Juana de Arco (1845) e hicieron de Verdi el compositor de la causa nacional. Los coros Un pacto, un juramento (Ernani, 1844) y Patria oprimida (Macbeth, 1847) eran verdaderos gritos de libertad.

El fracaso de la revolución de 1848 fue un duro golpe para la causa. Desengañado, Verdi abandonó las óperas patrióticas y empezó a profundizar en la sicología de los personajes. Pero no podía desentenderse: a principios de 1850 le encargaron una para el teatro La Fenice, de Venecia. Acababa de leer el drama El rey se divierte de Víctor Hugo y quedó encantando, pero la censura en Francia lo había prohibido veinte años atrás. Presentó el libreto al Consejo de Censores de Austria y siguió componiendo. Tardó 40 días en terminar la ópera que en secreto llamaba La maldición.

Tres meses antes del estreno, “el gobernador militar de Venecia deplora que el poeta Piave y el célebre músico Verdi no hayan sabido escoger otro campo para hacer brotar sus talentos, que el de la repugnante inmoralidad y obscena trivialidad del argumento del libreto titulado La maledizione. Su Excelencia ha dispuesto vetar absolutamente la representación”. Se usó el título clandestino, averiguado por espías, para mostrar los alcances del poder gubernamental.

El secretario de La Fenice medió ante el gobierno austriaco y se impuso que la acción no transcurriera en la corte real francesa y cambiar el título. Verdi aceptó, pues quedaban intactas las principales escenas. El rey de Francia se transformó en el duque de Mantua, porque la familia Gonzaga y el ducado ya no existían, y así no ofendería a nadie. 

Se salvó el protagonista, por quien Verdi sentía predilección: un bufón deforme, amargo y mordaz, también padre amoroso, y el duque conservó su carácter cínico y libertino. Rigoletto hizo ver el sufrimiento de los oprimidos, condenó sutilmente los abusos del poder y la hipocresía de los cortesanos. Dardos contra el régimen austríaco. En 1855 los disparó contra el de los Borbones desde Las vísperas sicilianas.

Verdi volvió a sentir la censura, cuando del Teatro San Carlos de Nápoles le encargaron una ópera para el carnaval de 1858 y propuso la historia del rey Gustavo III de Suecia, asesinado en 1792. Los austriacos exigieron situar la acción en un país distinto y transformar el rey en señor feudal. Para la censura, representar un magnicidio podría sugerir ideas a los inconformes. De hecho, el día que el compositor llegó a Nápoles, atentaron contra Napoleón III en París y poco antes el rey de las Dos Sicilias había sido atacado por un soldado.

Se le ordenó reescribir toda la ópera. Verdi se negó y la dirección del teatro le propuso el libreto titulado Adelia degli Adimari, que llamaba burlonamente “degli animali” (de los animales), y lo rechazó. Fue demandado por incumplimiento de contrato y él contrademandó por daños y perjuicios. Los jueces le dieron la razón.

En 1861 surgió Italia. Fue coronado el rey Víctor Manuel II de Saboya y Verdi elegido senador en las primeras elecciones. Pero no puso fin a su carrera de compositor, ni sus óperas se libraron de vicisitudes: en 1867 estrenó Don Carlo en París, basada en la rebelión del príncipe contra el rey Felipe II de España. En ella se advierte que su percepción del poder era menos idealista, más desencantada. El público acogió con entusiasmo las primeras escenas. Pero la emperatriz española Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III, ofendida por el libreto ‘antiespañol’, los clamores de libertad y la crítica al fanatismo religioso, volvió la espalda al espectáculo y todo vino abajo.

Cuando Verdi reescribió en 1881 Simón Boccanegra, le dio un carácter nacionalista que el original no tenía. El compositor era ya senador vitalicio y eso cambió su visión del argumento. En la nueva versión insertó una referencia a dos cartas de Petrarca, dirigidas a Boccanegra, primer dux de Génova, y al de Venecia, en las cuales les recordó que las dos ciudades son hijas de una misma madre, Italia. Con ello bastó para reforzar la autoridad del protagonista de la ópera. (El histórico murió en 1362, envenenado).

Se dice que Simón Boccanegra encarna lo que Verdi pudo ser y no fue en política, y plasmó en el personaje lo que quiso proyectar en la nueva Italia.

El significado político de Va’ pensiero revivió en 2012, cuando Italia conmemoró 150 años de unificación y se representó Nabucco, dirigida por Ricardo Muti. Antes, el alcalde de Roma denunció los recortes al presupuesto de cultura que hacía el gobierno de Silvio Berlusconi, quien asistió a la función.

Según Muti, “la ópera se desarrolló normalmente y cuando llegamos al famoso coro, sentí que el público se ponía en tensión, ante el lamento de los esclavos que cantan «oh patria mía, tan bella y tan perdida». Cuando llegó a su fin, el público empezó a pedir un bis [repetición], mientras gritaba «Viva Italia» y «Viva Verdi»”.

Prosiguió: “Yo no quería solo hacer un bis. Tenía que haber una intención especial”. Entonces, alguien gritó desde el palco: “¡Larga vida a Italia!”. El director se dio vuelta y mirando al público y a Berlusconi, respondió: “Estoy de acuerdo. Larga vida a Italia, pero hoy siento vergüenza de lo que sucede en mi país. Accedo a vuestra petición, no solo por la dicha patriótica que siento, sino porque esta noche, cuando el coro cantó, pensé que si seguimos así vamos a matar la cultura sobre la cual se construyó la historia de Italia. En tal caso, nuestra patria, estaría de verdad bella y perdida”. Estallaron los aplausos, incluidos los artistas en escena.

Muti agregó: “Yo he callado durante muchos años. Ahora deberíamos darle sentido a este canto. Les propongo que cantemos todos. Comenzó el canto con la gente de pies y toda la Ópera de Roma también se levantó. Algunos integrantes del coro lloraban”.

Un imperio sostenido a punta de valses. La opereta surgió hacia 1860, en medio de una crisis económica que impedía montar óperas, ideada por Jacques Offenbach, compositor germano-francés. Alterna diálogos y música. Por tener una temática ligera, casi frívola, era menos costosa.

Offenbach desafió a Johann Strauss a componerlas, cuando éste ya era autor de valses famosos, aún vigentes. Entre 1871 y 1897 escribió 16, entre las cuales El murciélago (1874), goza de enorme popularidad. Alternan valses y polcas vieneses, y alguna danza folclórica húngara, para dar la falsa idea de unidad, en un ente político forzado como fue el Imperio Austrohúngaro.

El compositor fue el símbolo del optimismo para una sociedad austríaca que estaba en decadencia, después de la guerra francoprusiana de 1870 y el surgimiento de Alemania. Ni el emperador Francisco José, ni la emperatriz Sissy, ni la clase política se percataban de ello, deslumbrados como estaban con los valses de Strauss.

Con Franz Lehár comenzó la Edad de Plata de la opereta, con el mismo esquema musical de Strauss: valses, polcas y un tema húngaro. El imperio se hundió con la I Guerra Mundial, pero Léhar mantendría el compás hasta comienzos de la II.

La música en tiempos soviéticos. Durante los primeros años del régimen comunista en Rusia en 1917, se habló de crear una nueva música, incluida la ópera, cuya popularidad serviría para divulgar el credo bolchevique. Óperas como Wozzeck de Alban Berg y Der ferne Klang (El sonido distante) de Franz Schreker, a pesar de ser burgueses (capitalistas), tenían lo que buscaba el gobierno. Pero el público prefería las obras ‘vampukistas’, que mezclaban sentimentalismo, espíritu de aventura y tramas fabulosas, contenidos en Vampuka (1909) de Vladimir Erenberg. El título se convirtió en sinónimo de absurdo.

Inspirado en Wozzeck, Dimitri Shostakóvich se propuso componer una ópera basada en el cuento La nariz, de Nikolai Gogol, en 1928. Cuando la estrenó en 1930, eran otras las políticas culturales soviéticas. El compositor fue acusado de estar sujeto al “formalismo burgués”, cuando lo correcto era el “realismo socialista”, con un lenguaje accesible al gran público. Un crítico dijo que la ópera era “una bomba arrojada por un anarquista”.

Shostakóvich ignoró las insinuaciones y en 1936 publicó Lady Macbeth de Minsk. Un artículo anónimo publicado en el diario Pravda, atribuido al dictador Josef Stalin, la tildó de “chabacana, primitiva y vulgar”. El músico fue acusado de ser “enemigo del pueblo” y estuvo a punto de ser fusilado. Con la condena de su segunda ópera, la primera quedó censurada implícitamente. Shostakóvich jamás se recuperó de ese golpe.

La ópera de la libertad. Ludwig van Beethoven expresó sus opiniones políticas en sus sinfonías n° 3 Heroica, El triunfo de Wellington y aun la n° 9 Coral, y la obertura Egmont. En cambio, el argumento de su única ópera, Fidelio (1805), exalta la lealtad y la fidelidad conyugal, porque la protagonista se disfraza de hombre para entrar a la prisión donde está su esposo como preso político de un tirano. Al conseguir su liberación, la obra se convierte en canto a la libertad. Ésta fue la razón por la cual varios teatros de ópera en Europa fueron reinaugurados con la representación de Fidelio luego de finalizada la II Guerra Mundial, que terminó con el sanguinario régimen nazi.

Epílogo. Solo en Italia podría surgir una extravagancia artística como es la ópera. Un complejo entretenimiento que también cuenta la historia de los recientes cuatro siglos.

Italia caminante: la migración a Colombia y sus héroes I. El matemático Carlo Federici

Uno de los nuestros: Seis historias de vida y de valor alrededor de la contribución moral y material de los migrantes italianos a nuestro proyecto de Nación colombiana, en el marco de la celebración de la XX Semana de la Lengua, la Cultura y la Memoria Italiana en el Mundo. El primer documental es en homenaje al matemático Carlo Federici Casa: una vida para la enseñanza.

«Uno dei Nostri» – Uno de los nuestros: Seis historias de vida y de valor alrededor de la contribución moral y material de los migrantes italianos a nuestro proyecto de Nación, desde el lunes 19 al sábado 24 de octubre. Este es un proyecto de la Embajada de Italia en Colombia en el marco de Celebración de la XX Semana de la Lengua, la Cultura y la Memoria Italiana en el Mundo, a cargo del historiador y gestor cultural, Nelson Osorio Lozano, Commendatore di Prima Classe della Stella d’Italia.

El matemático Carlo Federici Casa: una vida para la enseñanza (Ventimiglia, Imperia, 1906 – Bogotá -2005). El primer documental de esta serie es un homenaje dedicado al profesor Federici, quien llegaría el 8 de abril de 1948,a Colombia, contratado como docente por la Universidad Nacional de Bogotá para su departamento de Matemáticas y donde sería un agente de cambio por su aporte metodológico de una pedagogía activa aplicada a la ciencias, específicamente en los campos de la física y las matemáticas. Sus alumnos a lo largo de cinco décadas reconocen el gran aporte de este catedrático italiano.

En la etapa final de su vida este matemático ilustre asumiría la rectoría del Colegio Italiano Leonardo da Vinci de Bogotá y en 2005 recibiría de parte del Gobierno, la nacionalidad colombiana.