La huella de un caballero italiano *
Tres décadas después del fallecimiento de Antonio Bernardi De Fina nos sorprendió muy gratamente la iniciativa de investigar y plasmar en documentos públicos, el legado como constructor en Armenia, por parte de dos estudiantes, Laura Ossa Sánchez y Guido García Ardila, y luego de la docente de Arquitectura de la Universidad de la Gran Colombia, María Eugenia Beltrán Duque.
‘Fragmentos de memoria Armenia 1930 -1940 ‘obra de Antonio Bernardi’ representa, ante todo, un reconocimiento al aporte urbanístico que hizo como ingeniero constructor al progreso y al desarrollo de muchas de las ciudades colombianas, y en este caso específico en el eje cafetero, cuando de nuestro padre y abuelo contribuyó al equipamiento básico de una Armenia que apenas despertaba al Siglo XX.
En estas letras queremos narrarles, distintas facetas de la vida personal y privada que vienen a nuestra memoria de Antonio Bernardi, sobre su personalidad arrolladora y su carisma sin igual, que marcaron e influenciaron de diversas maneras a cada uno de los integrantes de la familia Bernardi, que tiene como base la ciudad de Cali, pero que como herencia de su abuelo, ha visto emigrar hacia otras latitudes para desarrollar sus proyectos personales, a varios de los suyos.
Para nosotros, Tony fue y sigue siendo el eje central de nuestro pequeño clan colombo italiano. Lo recordamos como el hombre enamorado hasta sus últimos años de su esposa Camila, la joven manizalita que se le metió en el corazón al punto de convencer a un trotamundos de quedarse en tierras colombianas para fundar su hogar; como el padre ejemplar de cuatro hijos con los cuales desarrolló una relación sólida de gran admiración a través del tiempo; como el abuelo cariñoso y cómplice de las travesuras de sus nietos, y como el narrador de múltiples historias sobre su patria y su paso por América Latina.
Fue un caballero italiano en toda la extensión de la palabra, que supo cultivar la amistad de personas de todas las generaciones y clases sociales, testimonio de ello fue la chiva proveniente de ‘Lomitas’, corregimiento de La Cumbre, Valle del Cauca, que llegó cargada con la mitad de la población, para acompañar a don Antonio en su último adiós.
Tony, como buen italiano, ejerció con todas las de la ley el gusto por la cocina y el buen comer, caía seducido por los sabores y los olores de un plato de pasta y un trozo de queso, un mango maduro o una arepa de maíz. Como buen europeo, le gustaba tomarse un aperitivo antes del almuerzo, y que mejor que un trago de aguardiente en El Cairo, la tienda de la esquina de su casa, en el barrio El Peñón. El resultado era evidente, sus ojos se volvían de un verde más profundo y su lengua se soltaba para hablar con los vecinos.
Como descendiente de campesinos italianos norteños, sembró en nosotros el amor por la tierra. Siempre se sorprendía de la fecundidad del suelo colombiano, que arrojaba cosechas durante el año entero a diferencia de su tierra de estaciones, por eso su primera acción cuando veraneaba con su hija Regina y sus nietos en ‘Lomitas’, era sembrar y cuidar la huerta de la finca y luego, cada mañana, recoger sus frutos que iban con destino a un plato de ensalada fresca que comía con fruición. De la tierra también admiraba la belleza de las flores que cultivaba con mucha dedicación, en su balcón y en el patio de su apartamento, el cual llegó a poblar de muchas variedades de violetas.
Pero si algo lo definía y caracterizaba era su gusto por la palabra, por una buena charla, ya que era una magnífico contador de historias y anécdotas. En todas ellas, por supuesto, él era el gran protagonista, el héroe imbatible, el soldado que defendió a su patria cuando se enroló con el ejército alpino durante la Primera Guerra Mundial; o cuando regresó a su pequeña tierra enclavada en los Alpes y se encontró con la ruina y el desabastecimiento en la finca paterna de Paluc y decidió buscar un mejor destino en ‘La América’ que ofrecía grandes perspectivas de trabajo; o cuando tomó la decisión de su vida de emprender un nuevo camino, de atravesar los mares a una tierra nueva y desconocida, y convertirse en emigrante para llegar al Puerto de Buenos Aires, como cientos, como miles de europeos que hemos visto en el cine y en la televisión.
En sus cuentos también personificó al viajero, al descubridor de culturas y sociedades por los Andes Americanos, por Bolivia, Perú, Ecuador, hasta arribar a Colombia, por el puerto de Tumaco, donde su salud sufrió los rigores del clima. Fue el aventurero y visionario que se adentró en la geografía colombiana para dejar testimonio de su profesión en edificaciones que aún en están en pie, en Manizales, Armenia, Ibagué, Bogotá, Girardot, Circasia y Cali, su destino final.
Ese era nuestro padre y abuelo. Un hombre sencillo, que disfrutaba del cine de Louis de Founes y las novelas de bolsillo del ‘far west’. Un inmigrante en tierra colombiana que respetó las tradiciones de la sociedad que lo acogió y le ayudó a formar una familia nueva, pero que nunca perdió su propia identidad nacional y sus vínculos culturales con Italia, la cual siempre tuvo en su corazón y que transportó en su charla cotidiana con sus referentes afectivos sobre su gente, sus antepasados y sus costumbres.
En nombre de los descendientes de Antonio Bernardi, de sus hijos Regina, Gladys, Italia y Mainardo, y de sus nietos, Adolfo, Maritza, Liliana, Juan Carlos, Mauricio, Andrés Felipe, Jorge Alonso, Isabella, Luis Alfredo, Juan Antonio y Paola, gracias por este homenaje a Tony, pues al leer estas páginas resulta claro que su paso por estas tierras dejó no sólo su recuerdo permanente en nuestros corazones, sino una huella imborrable en la historia de muchas de las ciudades colombianas.
*Prólogo del libro ‘Fragmentos de Memoria de la Ciudad de Armenia Años 30 al 36 del siglo XX obra de Antonio de Bernardi ‘. Autoras: Arquitecta María Eugenia Beltrán Franco – Laura Ossa Sánchez. Noviembre de 2010