Con guitarra y bicicleta Hermes viajó al continente de la gente feliz, aún en cuarentena

En Europa la gente está centrada solo en trabajar y trabajar. Acá la vida es como más lenta, más suave, y quería trabajar y estar tranquilo, lejos de la rutina…sin escuchar la presión del dinero y del tiempo¨.

Hermes María Tarallo, un joven fisioterapeuta italiano, con su guitarra, su mochila y su bicicleta, vino a dar a Cali (Colombia) en medio de la cuarentena, luego de rodar entre la Amazonía brasilera y colombiana y el municipio de Timbío (Cauca), viajando y trabajando en el estilo de vida que escogió desde el momento mismo en el que se graduó de la universidad, para ¨vivir tranquilo, lejos de la rutina, sin la presión del dinero y del tiempo¨.

Viajen,
Que viajar enseña
A dar los buenos días a todos,
sin importar
De qué sol venimos,
Que viajar enseña
A darle las buenas noches a todos,
sin importar
De las tinieblas que nos llevamos dentro..

Entre la India – Australia y Sur América. ¨En la India trabajé con acupuntura en un hospital, luego me fui para Australia. Yo viajo y trabajo como fisioterapeuta o sino como voluntario para enseñar lenguas o a tocar instrumentos musicales. Hago trabajo social con las comunidades, con los niños y los jóvenes, trabajo con la tierra y la agricultura¨.

Allá en su tierra, en Bari (Puglia), está su familia de médicos, sus padres y su hermana, quienes trabajan en el hospital de la ciudad y con quienes mantiene contacto permanente porque están en contacto permanente con enfermos del Covid 19. Entre tanto él, a inicios de año y ante las recomendaciones y consejos que la gente le daba sobre cómo se vive y se siente este continente voló hasta la Amazonía brasileña.

Un continente donde la gente es feliz. ¨De Suramérica todo el mundo me hablaba muy bien de la comida, de que es económica para vivir, que la gente es gentil, que hacen música y que siempre están felices. En Europa la gente está centrada solo en trabajar y trabajar. Acá la vida es como más lenta, más suave, y quería trabajar y estar tranquilo, lejos de la rutina…sin escuchar la presión del dinero y del tiempo¨.

La Amazonía brasilera. ¨Antes de llegar a Colombia, estuve en la Amazonía brasileña, porque quería tener la experiencia de vivir unos días en el Amazonas. Me fui a un pueblo llamado Santo Antônio do Içá, fue una experiencia muy gratificante, allí me hospedé en una iglesia y trabajé con la comunidad durante dos semanas ayudando a pintar la iglesia, hablando con las personas y siempre trabajando con la agricultura¨.

Sur de Colombia. Con su guitarra, su mochila y su bicicleta, desde Leticia (Amazonas colombiano) Hermes fue a dar a un municipio, Timbío, a solo 16 kilómetros de Popayán, la capital del Cauca. Ahí este joven se fundió con la comunidad, hizo lo que le gusta. ¨En Timbío la experiencia fue diferente, vivía en una habitación normal, trabajé con la agricultura y ayudando a construir una pista para bicicletas y un pozo para tomar el agua. Todos los muchachos querían tocar instrumentos y hablar conmigo, yo practicaba italiano e inglés con ellos y para mi practicaba el español. Fue algo muy colaborativo¨.

Cali y el confinamiento. ¨Cuando se empezó a cerrar a la población por el Coronavirus, yo era el único extranjero en Timbío, por lo que el dueño del lugar donde estaba, me recomendó que lo mejor era que me fuera para Cali. Estoy en un hostal en San Antonio ya hace casi tres meses, con otros seis europeos, la gente es muy amable.

Las colombianas son como las ´mammas´ italianas. ¨Son un pueblo muy abierto con los extranjeros, nunca he tenido una situación mala, siempre que he necesitado algo he encontrado ayuda en los colombianos. Las colombianas son como las ´mammas´ italianas, son señoras que saben mucho de la vida, saben cocinar, cuidar de la familia, es muy lindo el tema que los hijos están con los padres, toman vacaciones todos juntos, hasta 20 personas¨.

Acá me quedaré. ¨Me gusta mucho como los colombianos están combatiendo el Covid 19. Ahora que hay más gente en la calle, todas las personas andan con la máscara, todo el mundo respetando las reglas y no hay mucha gente en un lugar… Yo no voy a regresar a Italia, no hay razón para volver porque estoy bien acá…¨.

De los confinados IV. Poema de Ana Milena Puerta

Cuando era niña imaginaba
cómo sería mi vida
si quedaba atrapada en una cueva…

Cuando era niña imaginaba 
cómo sería mi vida
si quedaba atrapada en una cueva
con una de mis muñecas solamente
sin poder salir o gritar,
observando desde un pequeño agujero
la salida del sol y la llegada de la noche.
Sentía algo de miedo por la oscuridad
y de pronto imaginaba el frío que tendríamos
en ese lugar.
Sin nostalgia de mi vida
o tristeza por los que quedaron fuera,
con la seguridad de ser encontrada
a tiempo para la cena.
Y ahora,
cuando la muñeca huyó como la infancia
y nos hemos recluido para no morir,
quisiera pensar que es un juego
y que muy pronto
escucharé que llaman a la mesa de mantel amarillo
y limonada fría.
Espero.
Ana Milena Puerta: caleña, comunicadora, conversadora y escritora de poemas, cuentos y recetas de cocina. Amante de la literatura, la cultura ciudadana y el mar. Coleccionista de atardeceres, aves en vuelo y charlas interminables.

Voces. Cuento de Juan Fernando Merino

Las voces de los grandes tenores no mueren. Nos quedamos por ahí, errantes, a la espera.

Las voces de los grandes tenores no mueren. Nos quedamos por ahí, errantes, a la espera.

            En cada siglo y cada continente son muy contados los hombres dotados de las cuerdas vocales, la caja torácica y el espíritu incandescente requeridos para darnos el albergue temporal que precisamos y el alto vuelo que ansiamos.

            Y cuando al fin se produce el hallazgo y se aproxima el momento de la confluencia, casi siempre nos eluden. Nos desmerecen. Nos repudian. Se nos escapan cuando los teníamos casi atrapados. O ellos a nosotras.

            Después de tener la ventura de convergir por un breve espacio en el cuerpo magro y el espíritu incandescente del mío caro Enrico Caruso, he vuelto aquí, a este espacio insondable, en los confines entre el extravío y la esperanza, donde las voces de los grandes tenores aguardamos el tiempo que sea preciso para regresar.

  Atentas.

Vigilantes.

Al acecho.

Juan Fernando Merino. Ha obtenido varios premios literarios colombianos y una beca nacional de novela. En España ha ganado siete concursos de cuento. Sus textos han aparecido en antologías o colecciones de cuento en Colombia, México, Estados Unidos, España y Francia. Es autor de varios libros de relato.

La vida en Roma durante el confinamiento

Ahora que a mitad de mayo en Roma se ha roto un poco el confinamiento y se está con juicio, volviendo a la normalidad, una ´nueva normalidad´ digamos, esta reflexión no me parece haya producido efectos todavía, el tráfico ha aumentado, la gente desea volver a las actividades de trabajo y de descanso como antes.

Por Tiziana Carpentieri*. Este año parece ser un año complicado y difícil. Mi papá estaba muy enfermo un mes antes del inicio de este 2020 y pasó mucho tiempo en diversos hospitales de Roma. Cuando lo iba a visitar me pareció extraño que, a menudo, como compañero de cama, había otro enfermo afectado por neumonía.

Desafortunadamente mi papá nos dejó a mitad de enero. El tiempo del dolor, la cercanía de la familia, confortar a mi mamá que se encontró sola a la edad de 85 años, realizar los trámites  administrativos que siguen a todos estos terribles eventos: los días pasaron muy rápido, con la cabeza envuelta en recuerdos y, al mismo tiempo, la necesidad de quedarse en el presente.

En aquel periodo los medios hablaban de un virus desconocido y muy contagioso que en una región de la China estaba afectando a muchas personas, provocando neumonía, a menudo mortal. Me acuerdo de las noticias que salían de los noticiarios a la tv., cada vez más apremiantes. Parecía algo lejano, se hablaba de un origen del virus relacionada a las costumbres alimentares de los chinos de comer animales salvajes. Por eso, nada que nos pudiera concernir, que pudiera pensarse nos ocurriera en nuestro mundo, tan diferente de China por cultura y costumbres.

En febrero se presentaron los primeros casos en Italia, los datos registraron un alza de contagiados, sobre todo en el norte. Yo escuchaba siempre muy cuidadosamente los noticiarios; no era la única, porque me acuerdo que ese era el tema de conversación recurrente con los amigos y compañeros de mi trabajo: que va pasar con este virus, que ahora es una realidad concreta y tangible en Italia.

Seguía yendo a mi trabajo utilizando los transportes públicos y, como la empresa donde laboro es una multinacional, en la oficina encontraba mucha gente de otras regiones de Italia y de otros países de Europa y Latinoamérica.

El miedo de contraer la enfermedad se infiltraba en la mente de todos a medida que llegaban las noticias del aumento del contagio en Italia y de la situación cada vez más difícil de los hospitales y la sanidad pública italiana para hacer frente a esta enfermedad.

Fueron días complicados por la confusión, las diferentes noticias que se seguían y las diferentes explicaciones e hipótesis que los científicos y expertos proporcionaban. ¿Qué hacer?, era la pregunta que las instituciones, la colectividad y el ciudadano común se hacían. Las miradas de la gente eran incrédulas, me acuerdo que subía la tensión, la decisión de mi empresa de reducir la presencia en oficina extendiendo el teletrabajo a la mitad de los empleados como medida contra la difusión del contagio.

Hacía parte de la mitad que tenía que ir a la oficina y estaba incómoda de hacerlo porque tenía miedo de contraer la enfermedad sin tener el síntoma y llegar a contagiar a mis queridos y los demás sin darme cuenta. Hasta al momento en que fue declarada la pandemia mundial, el virus ya se estaba difundiendo en otros países europeos y en otra parte del mundo. Desde el 8 de marzo estoy trabajando en mi casa.

Afortunadamente mi novio estaba conmigo y los días se sucedieron sin grandes cosas para hacer si no tele trabajar, hacer ejercicio físico en casa, dedicarse a cocinar algo especial (y la cocina italiana propone un montón de platos gustosos), estar en contacto (por teléfono o a través de las redes sociales) con mi mama, mi familia y los amigos, feliz cada vez de saber que todos estaban bien.

En este tiempo de confinamiento en casa, junto a las noticias del avance de los contagios, la cuenta diaria de los muertos y las condiciones de estrés de los médicos, enfermeros y otros operadores de los hospitales, también llegaban otras noticias, las de los científicos quienes notaban una disminución de los indicadores de polución cada día. De hecho, estaba prohibido salir de casa con consecuente reducción drástica del tráfico y parada la producción industrial en todo el país porque se habían cerrado muchas empresas de productos no considerados esenciales.

Se coló el silencio y el trinar de los pájaros se empezó a escuchar siempre más fuerte a medida que la primavera se iba acercando, en el barrio donde habito, construido hacia 1970, con bloques de 8 pisos, calles estrechas y con pocos amaneceres. Para mí fue un descubrimiento increíble, que en poco tiempo se produjese un cambio así de evidente en los datos sobre la polución en toda Italia y no solo acá, en toda Europa, a medida que aumentaba el contagio del virus se aplicó el confinamiento.

En los medios dijeron que todo esto que estaba pasando podía servir para que nos diéramos cuenta de las consecuencias de las acciones de los seres humanos sobre la naturaleza y que podía ser la ocasión para que algo cambiará orientado al desarrollo de las actividades humanas. Una reflexión sobre lo que realmente es necesario producir para vivir y cómo hacerlo de manera que se preserven los recursos naturales lo más posible. Este debate duró unos días.

Ahora que a mitad de mayo se ha roto un poco el confinamiento y se está con juicio, volviendo a la normalidad, una ´nueva normalidad´ digamos, esta reflexión no me parece haya producido efectos todavía, el tráfico ha aumentado, la gente desea volver a las actividades de trabajo y de descanso como antes. Sin duda todo esto es legítimo. El principal problema en este momento es promover la recuperación después de la crisis económica consecuencia del periodo de confinamiento total adoptado para parar la difusión del contagio.

Me parece bien lo de seguir cristalizando la idea de una manera diferente de consumir y de vivir más con respecto de la naturaleza, hasta donde sea posible. Quizá esta experiencia podrá ayudarnos a nivel colectivo e individual a encontrar, en un futuro muy próximo, una solución adecuada que tenga que ver con la sobrevivencia de todas las especies vivientes.

Tiziana Carpentieri*. Italiana residente en Roma, trabaja en el área de seguros en la principal empresa italiana de electricidad.

Cuento de Ana Milena Puerta: Algo cambió. O no lo sé.

Dieciocho meses después de la orden emitida por las autoridades del mundo, del país y de la ciudad, que paralizaron todas las actividades, ahora todas ellas ordenaban que –otra vez- fuésemos los de antes y con la vida de antes.

Lo más impresionante fue el silencio.  Sin autos, camiones, buses, pitos, gritos, arranques, campanillas, sirenas, timbres, trenes, metros, tranvías, carretillas que dejaron de pasar y de sonar en las calles, al punto que fue posible escuchar otra vez el viento de la tarde, los pájaros en las mañanas, maullidos en los tejados y perros ladrando cada tanto.

Dieciocho meses después de la orden emitida por las autoridades del mundo, del país y de la ciudad, que paralizaron todas las actividades, ahora todas ellas ordenaban que –otra vez- fuésemos los de antes y con la vida de antes. Dicen que, luego de una semana de emitida la orden de salida, más del 70 por ciento de los humanos decidieron continuar con sus vidas seguras dentro de sus hogares, que no vieron ningún atractivo en volver a las calles.

Además, ya no éramos esos. Y, en las salas de las casas o en los pasillos de los edificios de apartamentos, se contaban con nostalgia “las historias del otro tiempo” como si fueran años los del confinamiento, o el miedo a salir. Se hacían chistes sobre quién saldría primero hoy o el sábado, si a alguno le gustaría volver a bailar o a cenar fuera, en fin, eran solamente chascarrillos sobre algo que de hecho se daba como improbable: salir.

Durante año y medio, la humanidad se acostumbró a otro ritmo: trabajo desde casa y en pijama, víveres, medicamentos y licores pedidos por una app celular y entregados por un dron, reuniones de trabajo o de amigos por teleconferencia, atención a clientes vía whatssap, pagos por internet; servicios como agua, luz, gas o teléfono atendidos en plantas de obreros que tenían dormitorio en hoteles cercanos; hospitales y clínicas con médicos, enfermeras y personal que vivían en sus alrededores, en fin, todo un reacomodo de funciones, labores y servicios con la menor utilización de la presencia real del ser humano. Salvo, por supuesto, lo inevitable como cortar el césped o recoger las basuras de las solitarias calles.

Hace una semana, cuentan los que salen o lo vieron en noticieros, que varios bares, discotecas y restaurantes decidieron abrir sus locales y ofrecer generosas promociones para incentivar el consumo en ellos o por lo menos la intención de salir en sus perdidos clientes. Y allí van, iluminando y haciendo ruido cada noche, a la espera de algunos, sin mucho éxito.

En cambio, las plataformas de rumba mundial, donde desde un computador o un celular es posible conectarse y vivir la experiencia más festiva y loca jamás imaginada, es todo un boom en estos momentos. Por curiosidad o diversión, cada día son más los humanos que ingresan para quedarse un buen rato o uno y hasta dos días en una delirante celebración con millones de seres conectados en todo el planeta al mismo tiempo. Y dicen que es maravilloso, no lo sé.

Cuando puedo o me encuentro por casualidad con alguien a la entrada o salida del edificio donde vivo, casi siempre que hablamos añoramos los barcitos de antes y nuestros amigos que hablaban y hablaban sin parar sobre literatura o de cambiar el mundo, bailando y bebiendo hasta caer todos borrachos y felices. Y experimento un dolor similar al de perder un diente antes de tiempo, al de una juventud truncada que ya no puedo seguir viviendo.

Pero la curiosidad, dicen, mató al gato.

No conocía muchos lugares, es cierto, pues con los del trabajo siempre fuimos a uno donde nos conocían, nos daban crédito y nos pedían un taxi si nos excedíamos en consumos. Todo bien. Ahora, cuando ya estoy bañado, vestido, con chaqueta en mano y a punto de cerrar la puerta del edificio, no sé a dónde ir.

Camino y observo. Muy pocas personas en las calles, cruzo por la avenida y es igual de sola, con algunos autos y la infaltable ambulancia de luz roja y pito herido; media hora después me doy cuenta que sigo caminando justamente hacia el bar de mis recuerdos, el de la oficina, donde gasté mi primer pago.

Ahora mi trabajo es virtual, gracias al acuerdo tecnológico que hizo la empresa y mediante el cual cada funcionario dispone de una plataforma-escritorio en su casa desde el cual se conecta de 8am a 5 pm sin falta. Y todo se resuelve allí, inclusive cuenta con “salas de reunión” y “pasillos para café” donde es posible hablar privadamente con alguno si fuera necesario. Todo desde mi pequeño apartamento y muchas veces sin bañarme.

Estoy al frente del bar y está abierto. Cruzo la calle, entro, saludo al que atiende, tomo una mesa y pido la cerveza de siempre. Me siento extraño. Huele diferente, seguramente más limpio que antes. La música suena menos, pero como no hay nadie más es suficiente para mí.

Y mientras tomo un sorbo, pienso: ¿Y esto era todo? ¿Por qué me producía tanta alegría saber que era viernes y que vendríamos a este lugar? No lo sé, no encuentro la magia o ya no estoy incluido en ella.

Sin terminar la botella, pago y salgo. Casi corriendo. Y temeroso. Camino rápido, miro, escucho, atento.

No puedo conectar la felicidad con ese lugar y lo que acaba de suceder. ¿Qué pasó? Me reviso y estoy completo, incluida la billetera, pero siento como si hubiera perdido un microchip cerebral.

Al abrir la puerta de mi apartamento, el alma regresa y respiro profundamente, largamente, como si me fuera a tragar todo el aire seguro de mi propio nido. Estoy a salvo. No se de qué, pero lo estoy. Tal vez de mí mismo. Aahhh…

Ana Milena Puerta: caleña, comunicadora, conversadora y escritora de poemas, cuentos y recetas de cocina. Amante de la literatura, la cultura ciudadana y el mar. Coleccionista de atardeceres, aves en vuelo y charlas interminables.

Noruega en la pandemia

Un país donde todos sus habitantes tienen un compromiso de responsabilidad, de colaboración, pero sobre todo de unión incondicional como lo hicieran en épocas anteriores, no solo soportando otros virus o pandemias, sino también soportando situaciones económicas drásticas

Por Enrique Salinas desde Oslo. Situado al norte de Europa, este país escandinavo, con una población de 5´367.580 habitantes (censo 2019), empezó a recibir la crisis del Covid-19, a partir del 25 de febrero pasado.

Cuando se conoció que este virus fue clasificado en pandemia en otros países de Europa, como Italia y España que tomaron decisiones tardías y donde los enfermos fallecían a diario; en Oslo, la Primera Ministra, Erna Solberg, manejaba la situación con mesura consultando con el Instituto de Salud Pública = Folkehelseinstituttet (FHI), que recomendó cerrar de inmediato los terminales aéreos, terrestres y puertos fluviales, a la vez que en coordinación con la Organización Mundial de la Salud (OMS),  crearon los protocolos de bioseguridad para frenar el contagio indiscriminado que se tenía en países vecinos.

Comenzaría por ordenar el aislamiento de todos los habitantes de Noruega: jardines para infantes, escuelas, universidades y demás instituciones cambiaron su manera de laborar;  llegaría un nuevo sistema nunca antes experimentado, el de trabajar desde la casa por un periodo indefinido, en unión con la familia y con todos los cuidados exigidos, lo cual se tornaría estresante con el pasar de los días. 

Noruega, un país turístico por tradición, empezó a ver las calles desoladas, los almacenes y centros comerciales cerrados, donde solo funcionan los supermercados con algunas estanterías vacías para evitar el contagio de persona a persona; todos obligados a usar guantes, a mantener la distancia de una a otra, afortunadamente, en algunos centros comerciales donde funciona el  auto-servicio la persona escoge su compra, paga automáticamente, empaca por mismo sus artículos y así, no corre ningún riesgo, pero esto crea un estrés más en su rutina diaria.

Con casi dos meses de cuarentena, la situación económica del país ha tenido su caída más drástica en la Bolsa de Valores de Oslo, en especial el petróleo que descendió un 4% registrando números en rojo. Personalmente puedo decir, que desde hace unos 26 años, cuando llegué acá procedente del Reino Unido, no se veía que el litro de gasolina costará 11,oo NOK = $4.217,oo COP, mientras algunos productos de la canasta familiar han subido y otros pocos bajan de precios, pero la ciudadanía  no protesta porque mientras se reciba el sueldo completo no existe ningún tipo de preocupación. Noruega es rico, envidia de muchos países, porque sabe cuidar sus finanzas, con lo cual garantiza para las próximas cuatro generaciones su pensión.

Noruega que se ha caracterizado por su alto nivel humanitario, el mes pasado declaró la Primera Ministra Solberg el aporte de USD 200 millones a la OMS para la investigación de una vacuna contra el COVID-19, igualmente realizó  una donación de USD 1 billón para la Alianza de Vacunas (GAVI), así mismo, ayuda económicamente a organizaciones para la infancia y Fondos de alimentación internacional.

La cultura noruega puede ser considerada un tanto diferente a la de otros países industrializados, puesto que tuvo un proceso de urbanización algo más tarde que los demás, ya que hasta principios del siglo XX era todavía un territorio formado mayoritariamente por agricultores,  pero que en la actualidad es estimada como una las economías más ricas  y avanzadas a nivel mundial.

Este vertiginoso desarrollo ha dejado su impronta en el pueblo noruego al considerarse el país más feliz del mundo por parte de la Naciones Unidas,  felicidad que va cambiando paulatinamente cuando se empiezan a conocer los primeros infectados y las primeras muertes; a finales de abril, los fallecidos por coronavirus sobre pasaban las 200 personas que oscilan en edades de 80 a 95 años, algunos de ellos sobrevivientes del Holocausto de la minoría judía residente, quienes muy seguramente se han estresado recordando los sufrimientos vividos en los aislamientos durante la invasión alemana, para sentir ahora el aislamiento obligatorio por la pandemia.  

El COVID-19 ha traído cambios radicales en la forma de vida de los noruegos, en sus costumbres y en su cultura, que se acrecienta con los cambios climáticos sufridos últimamente, cuando el invierno sin nieve parece más un otoño o la primavera que por su calor se asemeja al verano; llega entonces, la preocupación con el pasar de los días, unos mirando hacia el techo o leyendo periódico y viendo televisión para informarse de lo que sucede en el exterior, pero sin trabajo, otros laborando desde la casa por video conferencia y con los niños en casa que acuden a sus clases de igual manera, para acatar la cuarentena que cada día es más estricta. Todo un mundo nuevo y extraño al que se fue acomodando espontáneamente.

Ahora empezando de nuevo, gradualmente los jardines y las escuelas van a retomar las clases, algunas oficinas privadas y gubernamentales harán lo mismo en un 50% de su personal a partir del 7 de mayo donde con un máximo de 50 personas entrarán a laborar,  si todo va normal, esta cantidad se ampliará a 200 personas después del 15 de junio,  así lo ha manifestado el Ministro de Salud, Bent Høie.

Este es Noruega, un país donde todos sus habitantes tienen un compromiso de responsabilidad, de colaboración, pero sobre todo de unión incondicional como lo hicieran en épocas anteriores, no solo soportando otros virus o pandemias, sino también soportando situaciones económicas drásticas, o la más recordada, la  ocupación alemana, donde el país se levantó como un todo a rodear a su gobierno, por eso Noruega siempre se levanta como ejemplo  para otras naciones en el mundo.

105 años del Genocidio Armenio

Cada 24 de abril, en Jerevan, capital de la República de Armenia, se conmemora esta tragedia que a principios del siglo XX costó la vida al menos a un millón y medio de personas.

Por Irene Garcés Medrano*. Una madre sostiene  su pequeño sobre la espalda y se apoya contra la espalda de otra mujer que aferrándola fuerte, muy fuerte en un abrazo letal, le ayuda a cumplir la difícil  tarea, apenas  ordenada por el soldado del ejército turco. Es una escena de la película  ´La masseria delle allodole´ (traducido al español ´El destino de Nunik´), que  sintetiza en modo desgarrador y profundamente dramático, la tragedia del genocidio cometido  por los turcos contra la población armenia residente en el 1915 en la península de Anatolia.

Cada 24 de abril, en Jerevan, capital de la República  de Armenia, se conmemora esta tragedia que a principios del siglo XX costó la vida al menos a un millón y medio de personas. 

Marcha Virtual. A raíz del distanciamiento social por la pandemia del Codiv19, la multitud de armenios que cada 24 de abril, se reúne en la explanada que conduce al Memorial del Genocidio,  este año se une al evento a través de un enorme faro de luz proyectado hacia el cielo,  cuyo reflejo podrá ser apreciado en toda la ciudad de Jerevan.  De otra parte, gracias a la aplicación HyelD,  personas de origen armenio presentes en diferentes latitudes, protagonizan una marcha virtual para conmemorar los 105 años del genocidio.

La tragedia narrada por el cine. Los italianos Paolo y Vittorio Taviani, directores de la Masería de las alondras (´El destino de Nunik´),  largometraje  inspirado al libro de Antonia Aslan, escritora italiana de origen armenio, que narra las trágicas vicisitudes de los armenios, obligados a vagar por el desierto, en un éxodo de mujeres y menores travestidos por sus madres como niñas, con la vana esperanza de salvarles a la furia homicida, que ordenó el asesinato de todos los representantes del sexo masculino con el afán de interrumpir la descendencia.

Diáspora del pueblo armenio. A pesar de intentos y promesas de parte de representantes de algunos  países occidentales  como Italia y Estados Unidos, el Genocidio Armenio, hasta hoy no ha tenido un reconocimiento oficial.  El año pasado en Italia, la Cámara de Diputados, aprobó una moción que exhortaba el gobierno a reconocer la tragedia del pueblo armenio con mayor resonancia internacional pero la propuesta no superó dicha sede.

Reconocimiento del Festival de cine de Berlín. La película de los Taviani, que en el 2007 se adjudicó el reconocimiento de la Muestra del Cine de Berlín, es un aporte a la historia para no repetir el descabellado proyecto de limpieza étnica denominado “Gran Turquía”.

*Caleña radicada en en norte de Italia desde hace casi tres décadas, comunicadora, hortelana, cocinera y viajera por convicción.

 

La gratitud, secuela del coronavirus (II Parte)

Soy una sobreviviente más de la guerra contra un enemigo invisible, y por ello estaré agradecida con el Universo por el resto de mi vida.

Por Liliana Velásquez Urrego desde Italia. Mientras mi esposo y yo estuvimos contagiados con el Covid 19,  un amigo de la familia vino a casa todos los días a traernos el periódico Libertà de Piacenza, provincia donde vivimos. El amigo se llama Fabio y aunque está en edad de disfrutar la pensión, es uno de los pocos que en esta época sigue en actividad, porque trabaja en una empresa de transporte. 

Cada día llegaba muy puntual a las 8:45 a.m., protegido con mascarilla blanca y guantes azules, en compañía de su vivaz y consentido perro Ryan. Dejaba sobre la mesa del antejardín el diario, después daba a su mascota una vuelta por el jardín externo, y se iba para su oficina. Nosotros lo saludábamos desde la ventana. Era nuestro casi único contacto con el mundo exterior.

La gratitud, secuela del coronavirus. Siento enorme gratitud por Fabio, pues con traernos el periódico nos demostró afecto. Se comportó como un papá que cuida a sus hijos en momentos difíciles. Fue su modo de decirnos: “Los aprecio y estoy con ustedes”. 

Boletín de guerra. Después de que nuestro vecino dejaba el periódico, lo leía con ansiedad. Durante los primeros días de la pandemia, parecía un boletín de guerra que solo informaba de contagiados, de urgencias, de muertos. El miedo por lo que sucedía, para lo cual no había explicación, aumentó al saber del fallecimiento de dos amigos el mismo día.

A pesar de lo cual, cada día buscaba un artículo, una foto, algo que mantuviera viva la esperanza de que las cosas iban a mejorar. Y fue así como me enteré de que otros dos allegados, residentes en ciudades diferentes, habían salido de cuidados intensivos y veían cada vez más cerca el momento de abrazar a sus seres queridos.

Noticias más amables. Poco a poco, empecé a encontrar noticias más amables: la situación va mejorando; hay menos contagios; algunas empresas inician actividades, el gobierno se organiza para enfrentar la crisis. Las familias idean la manera de ayudar a quienes pasan por dificultades y carecen de alimentos.

Por fortuna, mi cuarentena terminó. Después de 50 días de encierro, recibí una carta de la Oficina Sanitaria de Piacenza, en la cual me autorizan a salir por “actividades de absoluta urgencia”, como ir al supermercado o al médico. 

Ya el Covid 19 se fue de mi vida y espero no volverlo a ver. Fue un gran maestro que, a través del dolor, me enseñó a tener fortaleza y estar en paz. Después de esta experiencia, siento infinita gratitud con el Universo, por estar viva, por tener a mi hijo Alexandro y a mi esposo Alberto saludables. A pesar del miedo inicial, he logrado conservar la calma, gracias a la meditación y las actividades en casa. 

Tener la idea de la muerte tan cercana, hace pasar por diferentes estados emocionales y es uno el llamado a seguir avanzando o quedarse en la negación, las críticas, la ira o el miedo. De uno depende aprender la lección y fortalecerse.

Hace dos semanas, fui examinada para ver si quedaban rastros del coronavirus. El médico me encontró bien y me remitió al hospital de Fiorenzuola d’Arda para la prueba clínica final. Mientras esperaba los resultados, me sentí como una adolescente que no ve la hora de tener las calificaciones de un examen del colegio. 

Aunque ya sabía de mi recuperación, la carta de la Oficina Sanitaria que la declaró oficialmente, me llenó de felicidad. Además de ir al supermercado, son muchas las cosas que puedo hacer de nuevo: donar sangre y, sobre todo, el plasma que ahora se necesita para salvar vidas. Mis anticuerpos los necesitan quienes están hospitalizados y aún no los han desarrollado.

 Los afectos. Durante este tiempo he recibido mucho afecto: desde la hija de mi esposo, quien trajo a casa las compras los días que estuve en cama, hasta el médico que dos veces al día llamaba para saber cómo seguía. 

 Es el momento de agradecer. Ahora puedo trabajar como voluntaria, llevando las compras a las casas de quienes no pueden salir. Puedo dar algo de lo que recibí y, como Fabio, llevar el periódico a alguien que también está encerrado y busca una buena noticia, como yo la busqué durante muchos días. 

Soy una sobreviviente más de la guerra contra un enemigo invisible, y por ello estaré agradecida con el Universo por el resto de mi vida.

Primera parte de esta historia.

* Comunicadora caleña radicada en el norte de Italia. Amante del arte, la cocina y los viajes.

Martes, 2 de junio. Orales que somos

Orales que somos. Desde que el hombre es hombre y la humanidad ha podido llamarse de tal forma, gracias a la invención o bien al descubrimiento del lenguaje, las palabras han ido surgiendo, como surgieron los idiomas, como después surgiría la gramática, los signos de puntuación.

Volvemos, hechos ya casi medio año de este 2020 único, ahora con Jhoan Camargo como invitado. Escritor y profesor universitario, él nos lleva por los caminos de la palabra, aquello que, digo, sobrevivirá a todos los tiempos y a todos los cambios. A excepción de que el silencio se imponga, lo que muchos han intentado una y otra vez, casi siempre en abuso del poder y, felizmente, en vano.  Gracias, Jhoan. Cuídense, por favor.

El escritor y profesor universitario
Jhoan Camargo

Orales que somos. Desde que el hombre es hombre y la humanidad ha podido llamarse de tal forma, gracias a la invención o bien al descubrimiento del lenguaje, las palabras han ido surgiendo, como surgieron los idiomas, como después surgiría la gramática, los signos de puntuación. Más allá de los entresijos de la lengua, de los fonemas guturales, de las entonaciones nasales, los hablantes han encontrado la belleza en el habla y, con ella, la musicalidad. No en balde dentro de las bellas artes clasificó la poesía, la música e incluso la elocuencia, manifestaciones del espíritu que, a la postre, tienen relación directa con el acto de hablar y escuchar.

Una vez desarrollada la lengua y las lenguas, una vez comenzó la inacabable tarea de construir un idioma con sus mixturas, las palabras que se van (arcaísmos), las específicas (tecnicismos), las núbiles (neologismos), los hombres no hablaron con las palabras que habían creado, sino que jugaron con estas.

Descubrieron cacofonías como decir: los hablantes han encontrado belleza en el habla, y luego advirtieron los galimatías en medio del acto anárquico que es conferirle a un signo cualquiera un sentido cualquiera. Después, algunos denominadores fueron poniendo nombres a las cosas que se nombran y salieron palabras como morfemas, xilemas, semántica, tónica, diacrítica, pero ya los hombres se habían separado de los nominadores y se dedicaron al simple y sencillo goce de pronunciar la palabra, de transformarla, de unir unas a otras como se unió el vello de las ovejas para cubrirse los cuerpos, pero eso ya son otras historias y otros tiempos.

Muchos siglos después, cambios en la bóveda celeste de constelaciones, de eras en la tierra, caminaban a la par aedos y rapsodas pregonando historias ajenas o propias por una Grecia extensiva en un mundo más enjuto que el actual. Es bien sabido por la historia moderna que por aquel tiempo la escritura recién había sido inventada, posteriormente sería un oficio de esclavos, además de ser poco loable, así como la lectura; más, la escucha era un hábito de sabios, reyes y gobernantes, por tal motivo, el conocimiento llegaba por el oído más que por los ojos, pero, ¿cómo almacenar tantos datos de los hechos conocidos?, ¿cómo trasladar tantos nombres de lugares y de egregios personajes de las innumerables epopeyas y tragedias de la Antigüedad? 

La musicalidad que daban las palabras precisas unidas unas a otras facilitaban tal empresa, de allí que las poquísimas historias que han sobrevivido hasta nuestros días sean poemas o bien cantos. No es gratuito que aquellos oradores trashumantes anduvieran acompañados de cítara o phorminx, la primera, para acompañar con las cuerdas los cantos de sus propias creaciones (aeidoo/aedo significa cantar); y el bastón (rapso/rapsoda en griego antiguo) los segundos, para marcar con golpes el ritmo, ya no de cantos, sino de poemas que habían tenido a bien aprender y memorizar, quizá con ayuda de los dioses que mencionaban entre tantas de las historias que relataban por una paga.

Después de los aedos y los rapsodas, caídas de imperios posteriores, seguiría la humanidad pariendo historias y quien pudiera contarlas, los pueblos bárbaros del norte, específicamente los celtas, los llamarían bardos, palabra cuya acepción es tan variada como intrincados los vocablos de su lengua. Vale la pena detenerse un poco en esta figura para mencionar la importancia de su labor. Aquellos bardos, caminantes como sus antecesores griegos, iban de lugar en lugar con la gloria sobre sus hombros, pues tenían la noble labor de mantener con vida las historias de su pueblo y además desplazarlas a donde quiera que sus pies los llevaran. Siempre eran bien recibidos e incluso estaban exentos de pagar tributo; de hecho, su indumentaria los diferenciaba, ya que vestían de azur (azul), como diría cualquier versado en colores del Medioevo. Cada bardo era un receptáculo viviente, cientos de canciones albergaban sus cabezas vagabundas de las cuales disponían cada que una cara sonriente buscara deleitarse o esquivar el hambre, cosa harto común en la época.

Luego vendrían los escaldos, más instruidos que los anteriores y con pleno manejo de tropos o figuras literarias, incluso propias (es el caso del Kenning, consistente en sustituir el nombre de algo por un hecho o característica de este). Aquellos escaldos escandinavos a diferencia de sus antecesores bardos no eran solo divulgadores de historias y de la Historia, lo cual es interesante de pensar, sino que, además, eran testigos de esta; es decir, no solo relataban grandes y elocuentes historias a sus reyes, sino que rememoraban hechos de los cuales ellos mismos habían sido testigos, precisamente una de sus funciones era esa: observar y relatar. 

Si bien dice Picasso que el arte es una mentira que aproxima a la verdad, nunca mejor oportunidad para confirmarlo que el caso de los escaldos, quienes por medio de la oratoria; a la sazón, el arte de hablar, relataron hechos políticos y bélicos que de otro modo hubieran desaparecido bajo la bruma del silencio. Después de estos vendrían los juglares, que ropas más, ropas menos, cumplirían la sempiterna labor de divulgar y a la vez entretener con las palabras, con los sonidos y con el tiempo.

Precisamente en el arte de relatar, el ritmo ha sido un elemento fundamental por varias razones. Para entender esta afirmación basta con preguntarse si es más fácil memorizar una canción que una lección de las leyes del movimiento de Newton, veríamos que, en tamaño, una canción relativamente grande sería siempre más fácil de albergar en la memoria que, incluso, una sola de las tres leyes del afamado físico inglés, y más allá de las facilidades que el ritmo y la musicalidad aportan, por muy importante que sea conocer la ley gravedad o la relación acción-reacción de la masa, siempre será más agradable escuchar: Margarita está linda la mar,/ y el viento,/ lleva esencia sutil de azahar[…] que lo siguiente: Todo cuerpo persevera en su estado de reposo o movimiento uniforme y rectilíneo a no ser que sea obligado a cambiar su estado por fuerzas impresas sobre él, sin importar la inconmensurable verdad e investigación que lleva cada una de las palabras que conforman la primera ley en contraposición a las líneas que Rubén Darío dedica a la pequeña Margarita Debayle.

Todo este recorrido exiguo sobre la palabra difundida ha sido con el propósito de mostrar cómo a través de la Historia la versificación y la composición de obras artísticas alrededor del habla han sido una constante y casi que un imperativo. Somos seres sociales que nos entrelazamos por medio del acto comunicativo, a partir de este es posible transmitir lo que heredamos como sociedad o como cultura. Y así unos ojos dilatados, una piel estremecida o las palpitaciones impertinentes de los amantes primerizos digan mucho, quieran decirlo todo, se hacen necesarias las palabras para redondear la idea, amalgamar el sentimiento u obtener aquello que tanto se desea; las razones necesitan escapar de la garganta y tomar forma entre los labios… humanos que somos, sociales que somos, orales que somos.

Las italianas votaron hace 74 años

El 2 de junio de 1946 es el año del cambio para las mujeres en Italia. Es una fecha histórica porque además de celebrar el Referéndum que dio lugar a la República, ese día al fin, las italianas pudieron ejercer el derecho a intervenir en política, a través del voto y de ser votadas ellas mismas.

El 2 de junio de 1946 es el año del cambio para las mujeres en Italia. Es una fecha histórica porque además de celebrar el Referéndum que dio  lugar a la República, ese día al fin, las italianas pudieron ejercer el derecho a intervenir en política, a través del voto y de ser votadas ellas mismas.

El sufragio femenino en Italia fue aprobado en 1945 tras más de veinte años de fascismo y en un proceso de reconstrucción democrática del país al final de la Segunda Guerra Mundial. Pero fue ese 2 de junio de 1946 cuando las italianas pudieron votar por primera vez y lo hicieron por la República.

El sufragio universal fue un camino largo de lucha política y social de muchas mujeres italianas en favor de sus derechos civiles y políticos. A ellas les llegó mucho más tarde que a otras mujeres del viejo continente: en Finlandia (1906), Noruega (1913), Estonia (1917), Gran Bretaña e Irlanda (1918, Checoslovaquia (1920), España (1931).

Pero también ejercieron el derecho al voto mucho más temprano que en otros países europeos, Grecia (1950), Mónaco (1962), Andorra (1970) y Suiza (1971), entre otros. Un derecho que las colombianas ejerceríamos solo hasta 1957.