Nelson Osorio: el embajador de la italianidad en Colombia e Italia

El gran embajador de la italianidad en Colombia y en Italia -una causa a la cual dedicó su vida entera-, escogería a Roma para despedirse de este plano terrenal. Desde la orilla eterna del padre río Tíber partiría este gran amigo que me traería la pandemia justo en ese momento de su vida cuando había retornado a esta capital como Consejero de Cultura de la Embajada de Colombia hacía apenas cinco meses.

Nelson Osorio Lozano, el gran embajador de la italianidad en Colombia y en Italia -una causa a la cual dedicó su vida entera-, escogería a Roma para despedirse de este plano terrenal. Desde la orilla eterna del padre río Tíber partiría este gran amigo que me traería la pandemia justo en ese momento de su vida cuando había retornado a esta capital como Consejero de Cultura de la Embajada de Colombia hacía apenas cinco meses.

El 26 de agosto de 2020, cuando iniciaba el proyecto de La Bernardi en el mundo virtual, empezaría también nuestra entrañable relación de los nuevos tiempos a través de una inacabable conversación telefónica, gracias a un lazo tendido por nuestra amiga mutua, Sonia Serna. Nunca nos vimos personalmente, pero desde ese entonces tendríamos con Nelson una comunicación nutrida que no paró nunca, mediada por una extensa cadena de mensajes de WhatsApp que atesoro como testimonio de la amistad que establecí con ese ser humano generoso en extremo con su conocimiento como historiador, diplomático, gestor cultural y curador de arte y música.

Este biógrafo y genealogista me daría clases riquísimas y me compartiría innumerables anécdotas sobre el legado de la migración italiana en Colombia porque dedicaría buena parte de su tiempo a ese tipo de rescates y memorias. Me instruiría sobre genealogía y me diría: es una rama auxiliar de la historia, muy valiosa y útil pero a menudo vilipendiada y menospreciada. Son estudios humanos y sociales que nos dan muchas claves sobre todo”.  

De él aprendí a valorar la labor a la cual le estaba dedicando buena parte de los días y las noches de encierro durante la cuarentena para recuperar, documentar y escribir sobre la historia de mi familia colombo italiana y de tantos otros migrantes por estas tierras en el blog www.labernardi.com. Me diría que mi trabajo consistía en: “ser custodia y divulgadora de tan hermoso legado”.¡Qué gran responsabilidad con la que me dejaste!

Me ilustraría “de varios troncos genealógicos muy interesantes en ese occidente nuestro: Ascione, Sardi, Scarpetta, Sangiovanni, Bellini, Giovanelli. Los Ramelli del Ticino suizo, descendiente de Luigi uno de los decoradores del Teatro Colón que se quedó”. Sobre estos italianos que habitan en ese cantón aseguraba: “son italianos. Punto e basta. Al final del medioevo se mamaron de tanta guerra. Huyeron de Como… Bergamo y suplicaron ser suizos. Lo lograron”.

Tenía en su cabeza el mapa de la italianidad colombiana. Con picardía me decía que se dateaba de sus fuentecillas caleñas: “Francesco Giovanelli Eder se casó con Carolina Murgueitio. Y Sandra Giovanelli Eder con Antonio de Roux. Él le seguiría la pista a ramas de descendientes del general José María Obando: “gente payanesa de la mayor prosapia. Mariano Lugari se casó con Cecilia Castrillón Muñoz, hija de Eduardo Castrillón Mosquera y Soledad Muñoz Obando. Pietro Lugari se casó con Alicia Castrillón Muñoz, hermana de la anterior”.

Siempre honraría las distinciones y los honores que había recibido de parte de sus dos patrias y del Vaticano, este profesor miembro de diversas academias y patronatos con una extensa hoja de servicio por su labor: primero como Commendatore di Prima Classe della Stella d’Italia y luego promovido a la categoría de Grand´Ufficiale.

En su canal de YouTube, en el de la Ambasciata d’Italia Bogotà y en el de sus amigos, dejaría constancia de sus trabajos de divulgación como Italia en la Historia del que se sentía orgulloso porque la Embajada de Italia había celebrado su buena factura. A finales de ese 2020 me anunciaría con emoción que estaba preparando la serie Italia caminante para exaltar seis historias de vida y de valor, alrededor de la contribución moral y material de los migrantes italianos a nuestro proyecto de Nación en varias regiones de Colombia, en el marco de la Semana de la Lengua, la Cultura y la Memoria Italiana en el mundo.

En esa ocasión me daría uno de los más valiosos regalos que recibí de él en forma desinteresada, al incluir en esa galería de “colosos” como él los denominó, a mi abuelo el constructor italiano Antonio Bernardi por su aporte vital e intelectual a Colombia.

En ese proyecto que el mismo describió como: “hacer luz y memoria sobre estas vidas esforzadas y creadoras y exaltarlas ante las nuevas generaciones, resulta un apremiante deber”, reconstruiría la biografía del matemático y profesor de la Universidad Nacional, Carlo Federici (Ventimiglia, Impera 1906- Bogotá 2005); la de Edelweiss Pacciotti de Gonzalez, la gran profe y literata de la U. Nacional fallecida en los ochenta, latinista, dantista, suegra de Jorge Orlando Melo y Estanislao Zuleta y la vida del padre Saverio de Nicolo. Haría también una reminiscencia de italianos pujantes asentados en Cúcuta: Alberto Donadio Copello y de  Roberto Violi por su liderazgo y amor por Barranquilla.

Y es que Nelson siempre fue un abanderado de la causa italo colombiana. Tenía una colección de pinochitos tallados en la propia aldea de Collodi, cercana a Florencia. Con el embajador de Italia de ese momento, Gherardo Amaduzzi, el Istituto Italiano de Cultura en Bogotá y diversas entidades culturales colombianas, harían la restauración integral del sepulcro del compositor de Ceccano, Oreste Sindici (1828-1904), autor de la música del Himno Nacional: “la tumba toda en mármoles de Carrara auténticos, traídos de Italia y trabajados a mano por nuestros marmoleros del Cementerio Central de Bogotá”.

Nelson no paraba, luego vendrían iniciativas alrededor de Dante 700, como un homenaje al sumo poeta en sus efemérides. Luego emprendería un viaje al pasado con otra de sus grandes pasiones, la curaduría de la sala de Colecciones en la nueva Torre Bancolombia, donde exaltaría la música, la poesía y la armonía. Y después vendría una inmersión histórica: “El peregrino de la Libertad. Bolívar por Italia 1805” dedicada a la estancia breve, pero que marcó de manera indeleble el camino de la vida del Libertador.

Cuando mi proyecto irrumpió en la radio con la sección La Bernardi, una historia entre Colombia e Italia, por la emisora Clásica 88.5 FM, acudiría a Nelson para consultarle sobre una cortinilla musical que remitiera a la audiencia a Italia. Me recomendaría una música espectacular de puras mandolinas juntas de la Orchestra mandolinistica di Lugano. Me escribió: “es riquísima en sonoridades, pero ves a Italia, sus Alpes… sus mares azules… sus colinas… sus pueblitos… su arte… su comida… su todo”. Y no se equivocó, esa cortinilla se volvería el sello de entrada de esa sección de la cual era colaborador asiduo.

Pasaron los meses y llegaría el 2023, el año de publicación de mi libro Historias de la Bernardi. De nuevo recurriría a él, al amigo, a ese italiano de corazón, para que me escribiera el prólogo y como siempre acogería mi obra como su causa y desde Roma recibiría a los pocos días un bellísimo texto que les comparto con lágrimas en los ojos:

Es difícil llamar prólogo a lo que quizás es tan solo, de mi parte, un verdadero prefacio de admiración. Un preámbulo a vivencias dulcemente narradas. Una antesala a la conciencia plena de la autora de ser puente entre culturas y también entre destinos.

Es prefacio porque deseo anticiparles, desde la orilla eterna del padre río Tíber, que cada página del libro que hoy llevan sobre sus manos y ante sus ojos les conmoverá profundamente, por testimonial, por su exquisita prosa, por su relato hilado con delicadeza y filigrana.

Es preámbulo porque quiero ser tan sólo ese barquero que les cruce, amigos lectores y amigas lectoras, por azul afluente, a esa floresta de encantos honestos que son las buenas letras y en la que pronto Isabella Prieto Bernardi nos sumergirá.

Y es finalmente antesala de mi personal testimonio por ese don que se descubre en la personalidad rica, polifacética de Prieto Bernardi. Ha nacido para mujer puente entre culturas, entre seres humanos, entre realidades históricas, geográficas, aun las más distantes. De ahí la viajera, la que comunica la vida, la buena nueva, la realidad activa de su amor a su patria, Colombia, y a la italiana y no menos amada patria ancestral.

Con la visión de profeta, del místico poseído de todos los arcanos y saberes, dijo hace siete centurias el divino poeta Dante Alighieri, cual bendición ultra secular a todos los que veneramos su cuna, su pueblo, su lengua y sapiencia: «Il bel paese che l’ Appennin parte, il mar circonda e l’Alpe». Y a fe que Isabella ha hecho de su credo de amor al bel paese, que cantó el florentino inmortal, acto, potencia y vida.

Gracias por tanto querido Nelson, te extrañaré!!!

Italia caminante: «Uno dei Nostri, quiere rendir la Embajada de Italia en Colombia al gran ciudadano Antonio Bernardi. Constructor, proyectista urbano. El orgullo de edificar ´a la italiana´. De los Alpes venetos al tropical Valle del Cauca. Una historia, una raíz, un árbol frondoso»: diría Nelson Osorio en la presentación de este capítulo dedicado a mi abuelo.

Minga para los 200 años del Cementerio Central de Bogotá

La última morada de los muertos más prestigiosos de Colombia se encuentra en el olvido, el abandono y la desidia de sus herederos y del Gobierno Distrital. Estamos a unos poquísimos años de que el camposanto más antiguo de la capital de la República, cumpla doscientos años. Los Galán, los Barco, los López, los Santos, los Gómez y los Pizarro podrían hacer una minga para preservar la memoria histórica de este país.

La última morada de los muertos más prestigiosos de Colombia da “pena ajena”, como decimos por estas tierras.  Presidentes, políticos, militares, empresarios y humanistas se encuentran sepultados en el olvido, el abandono y la desidia de sus herederos y del Gobierno Distrital.

Estamos a unos poquísimos años de que el camposanto más antiguo de la capital de la República, que abrió sus puertas en 1836, en pleno centro, bajo la presidencia de Francisco de Paula Santander, cumpla doscientos años.

Entonces, este sería este el momento justo para que se tocaran los Galán, los Barco, los López, los Santos, los Gómez y los Pizarro, solo para mencionar a algunos de los clanes familiares más influyentes de la vida nacional que tienen ahí a sus progenitores.

Museo al aire libre. Es hora de que hagan un alto en sus diferencias políticas e intereses particulares y armen con el Gobierno Distrital, una minga entre todos, como decimos en este platanal, para que este cementerio que ya es monumento nacional, no solo sea el lugar de enterramiento de los suyos. El Cementerio Central de Bogotá tiene todos los elementos para que se convierta en un museo al aire libre y de esta manera preservar con dignidad y respeto la memoria histórica y política de este país.

Esa élite nacional debería ser coherente con el legado histórico que recibieron y honrar el recuerdo de sus antepasados. Que el prestigio y el apellido no solo les sirvan sobrevivir y mantenerse vigentes en la esfera pública. Este camposanto debería ser visita obligada, estar a la altura de otros como el Pere-Lachaise en París, La Recoleta en Buenos Aires, el Staglieno en Génova y el Highte en Londres, frecuentados permanentemente por residentes y turistas.

El pabellón de los Presidentes. Esto va más allá de un tema religioso o espiritual. Este lugar construido en forma elíptica, posee una valiosa muestra arquitectónica y de arte funerario de los siglos XIX, XX y XXI. Abundan esculturas, bustos, placas, epitafios y lápidas en mármol, bronce, hierro. Ahí están enterrados los despojos de más de 30 jefes de Estado de los Estados Unidos de Colombia y la República de Colombia.  Desde el mismo Santander, hasta Miguel Antonio Caro, Manuel Murillo Toro, Marco Fidel Suárez, Enrique Olaya, Eduardo Santos, los dos López –Pumarejo y Michelsen-; Laureano Gómez, Gustavo Rojas y Virgilio Barco, entre otros.

Los magnicidios. Nuestra historia está llena de crímenes políticos, magnicidios que estremecieron la conciencia colectiva. Ahí están los monumentos deslucidos a muchos de estos personajes, Rafael Uribe, Luis Carlos Galán, Álvaro Gómez, Jaime Pardo, Carlos Pizarro, el líder sindical José Raquel Mercado.

Domingo de julio, 12 m. Traspasamos la Avenida El Dorado, dejamos atrás el bullicio dominical bogotano y las grandes moles de cemento que acechan al Cementerio Central. Nos adentramos en la búsqueda de la historia de Colombia y de la huella de la italianidad. Caminamos por la calle de las marmolerías, donde artesanos funerarios ofrecen sus trabajos de la talla de lápidas e inscripción para sus seres queridos.

Por una portada imponente, pero descolorida, adornada por la estatua del dios del tiempo, de ese talentoso escultor suizo, de madre italiana, Colombo Ramelli. Chronos, en actitud paciente apoya su brazo sobre un reloj de arena que representa el paso del tiempo, mientras en el otro sostiene una guadaña con la que siega la vida.

Tratamos de ubicarnos, de encontrar algún guía que nos relate historias y anécdotas de aquellos que descansan bajo tierra o en los mausoleos. Ninguno. Solo encontramos el silencio, la tranquilidad y una señalética con la numeración de las tumbas y los nombres, que nos sugiere el camino a seguir entre callejones con diseño circular. Muy pocos, solo unos cuantos en el mismo plan que nosotros, más curiosos que deudos.

Paseamos por pasadizos en los que se cuelan el rastrojo, las flores marchitas, los ramos de plástico, el óxido en la forja y sobre el mármol, las grietas en los sepulcros y criptas, en buena parte sostenidos por palos porque el derrumbe es inminente. No hay jardines ni flores plantadas en el prado. Tampoco bancas para descansar.

Escasa la presencia de mujeres destacadas en esas sepulturas, muchas de ellas anónimas, esposas, madres, hijas. Por mi parte traté de encontrar la tumba de Soledad Acosta. Búsqueda infructuosa. Hombres del pueblo, monumentos a los loteros, a los despresadores de carne, a los sindicalistas. Al ejército. Hombres de letras y del periodismo encontraron ahí el descanso eterno. Germán Arciniegas. León y Otto De Greiff. Son vecinos de tumba los poetas el poeta Rafael Pombo, José Asunción Silva y el escritor José Eustaquio Rivera.

La italianidad en el Cementerio Central. En el pabellón de los Presidentes, de espaldas a la tumba de Alfonso López Michelsen, se levanta imponente la escultura en bronce de La Piedad sobre el mausoleo de un señor llamado Ignacio Lago. Debió ser un personaje importante, ya que su familia encargaría la obra a un escultor de Módena que ya contaba con gran reconocimiento en Italia. Se trata de Ermenegildo Luppi, quien la elaboraría en su taller en Roma en 1928. La escultura está inspirada en la Pietá, donde María toma en brazos a Jesucristo.

Rastreamos la tumba Oreste Sindici, el autor de la música del Himno Nacional. Sabía que había sido restaurada por las autoridades italianas y distritales en medio de la pandemia. O sea que cuando se quiere restaurar el patrimonio cultural sí se puede. Luego de varias vueltas encontramos ese pequeño lugar donde reposa el compositor de Ceccato (1928) quien murió en Bogotá (1904). Unos claveles. Le falta una poda al prado.

Misión cumplida con la historia. Nosotros cumpliríamos con la misión de repasar la historia de nuestro país en el Cementerio Central. Pero siento que hay una deuda con el pueblo colombiano. El Gobierno Distrital y las familias de élite colombiana están en deuda con la historia. Definitivamente somos un país sin memoria histórica.

Adiós al ‘cavalier´ y cónsul Humberto Ascione Zawadzki

La familia Bernardi Ospina amanecería de luto el sábado 26 de marzo de 1977, ese día temprano en la mañana, el representante del Estado italiano en Cali se acercaría hasta el barrio El Peñón, para presentar sus respetos a los deudos y rendir los últimos honores a su compatriota, el constructor Antonio Bernardi De Fina, quien había partido la tarde anterior a sus 76 años.

Ese es el primer recuerdo que tengo siendo una niña del cónsul honorario de Italia en Cali para ese entonces, Humberto Ascione Zawadzki. Un hombre con la estatura y el porte de un diplomático, vistiendo un blazer de terciopelo oscuro y una fina bufanda de seda, subiría muy solemne las escaleras hasta el tercer piso del edificio Bernardi, con el tricolor verde blanco y rojo en sus manos, para arropar con la bandera nacional de su país el féretro de mi abuelo que reposaba en la mitad de la sala acompañado de sus hijos, nietos y amigos.

En la década de los noventa cuando ya ejercía de periodista, me reencontraría al cavalieri Ascione en otra de sus facetas, como chef anfitrión de Casa Ascione, el restaurante que montaría en el tradicional barrio Centenario con el que quiso enseñarles ‘a las buenas y a las malas’ a los caleños la verdadera esencia y el espíritu de la cocina italiana.

 Allí acudíamos regularmente a almorzar con mi jefe, el editor de las páginas editoriales de El País, Gerardo Bedoya Borrero; su primo querido, Hugo Borrero y mi colega Diego Martínez Lloreda. El momento de ordenar, los cuatro obedecíamos sin rechistar, la imposición del chef sobre el plato del día. Y debo decir que Humberto no se equivocaba, nunca salíamos defraudados, solo regañados pero satisfechos.

Luego, cada 20 de marzo, Humberto nos guardaría una mesa en un rincón estratégico de su restaurante para Diego, Hugo y Luis Guillermo Restrepo, ya que en cada aniversario del crimen de Gerardo los cuatros acudíamos a brindar como parte de un ceremonial alrededor de la amistad y en memoria del maestro y del amigo.

De cuando en vez me saludaría con Humberto en diversas actividades culturales en la ciudad donde era un espectador asiduo. La última vez que nos encontraríamos en medio del encierro de la pandemia, sería en una charla virtual que hice sobre el piloto italiano, Ferruccio Guicciardi Romani y los cien años de su hazaña área con el Telégrafo I al pisar tierra caleña. Humberto nos regalaría datos e historias para enriquecer el relato de su paisano.

Adiós a otro caballero italiano.

Bautista Antonelli en la historia de Cartagena de Indias

La Bernardi rastreó huellas de italianidad en la ciudad vieja amurallada y encontró que el símbolo de la Heroica, incluido en la Lista de Patrimonio de la Humanidad de la Unesco y que ha jugado un papel protagónico en diversas etapas de la historia de este puerto colombiano, sus murallas de piedra, fueron diseñadas por uno de los más famosos ingenieros militares de su época, el italiano Bautista Antonelli.

La Bernardi rastreó huellas de italianidad en la ciudad vieja amurallada y encontró que el símbolo de la Heroica, incluido en la Lista de Patrimonio de la Humanidad de la Unesco y que ha jugado un papel protagónico en diversas etapas de la historia de este puerto colombiano, sus murallas de piedra, fueron diseñadas por uno de los más famosos ingenieros militares de su época, el italiano Bautista Antonelli, cuando esta población apenas alcanzaba sus seis décadas.

Por aquellos lejanos tiempos el imperio español cansado de los continuos ataques y el saqueo de piratas y bucaneros a sus posesiones sobre el Caribe, decidió dotar a sus principales puertos con un sistema de fortificaciones muy robusto.

En 1586 se empezó este ambicioso proyecto de ultramar con Cartagena de Indias y la delicada misión se le encomendó a Antonelli, quien fue designado como ingeniero militar de la Corona ya que se había ganado la confianza del rey Felipe II al participar con éxito, en la ejecución de obras muy importantes, las defensas militares de tres ciudades de la península ibérica: Navarra, Cataluña y Valencia.

Este ingeniero formado por el arquitecto Nicolo Tartaglia y perteneciente a la dinastía de la familia Antonelli presente en 3 continentes, desembarcó en julio de ese año en la costa cartagenera con la comisión del recién nombrado gobernador de Cuba, Juan de Tejeda, y se encontró un panorama desolador.

Hacía poco sir Francis Drake había asaltado a este territorio con una flota de más de 20 navíos y alrededor de 2 mil hombres; y en solo dos días había acabado con Cartagena que solo contaba con algunas trincheras, empalizadas y fosos para repeler los ataques. El corsario inglés se retiró luego de dos meses de ocupación y cargado con tremendo botín: esclavos, armas, las campanas de la iglesia y los bienes de los habitantes.

Fue así como este experto trazó y proyectó con la técnica italiana y visión de grandeza, fuertes, baluartes, murallas, fosos y hasta un puente levadizo para Cartagena. Dos siglos se demorarían en terminar esta majestuosa estructura militar de ingeniería que aún sigue en pie y serían otros, entre ellos algunos parientes de Bautista Antonelli, los que se encargarían de su ejecución.

 Terminda su misión, este hombre regresó a España en 1608 y falleció 8 años después, se le reconoce como el artífice de todo un sistema defensivo en América: Cartagena de Indias en Colombia, La Habana en Cuba, San Juan de Puerto Rico, Portobelo en Panamá y San Agustín en la Florida, entre otras población. Su característica fue la capacidad de adaptar estas obras a la topografía de cada puerto.

Es así como un italiano del renacimiento, nacido en Gatteo – Emilia Romagna, dejó escrito su nombre en uno de los monumentos más importantes de la historia de Colombia y en uno de los escenarios más bellos del Caribe.

La leyenda de Little Italy en Nueva York

De este vecindario que llegaría a ocupar alrededor de 50 manzanas y albergar a una comunidad de más de 10 mil inmigrantes de origen italiano y ciudadanos italoamericanos en el corazón de Nueva York, hoy queda la leyenda y Mulberry Street. Una estrecha calle arrinconada por Chinatown y NoLIta, visitada por entusiastas neoyorkinos y paseadores del mundo quienes rastrean entre sus esquinas, locales y fantasmas, vestigios de lo que otrora fuera una de las mejores recreaciones de una aldea con el encanto y las oscuridades de la Italia sureña.

Por La Bernardi. Fotografías de David Troncoso. De este vecindario que llegaría a ocupar alrededor de 50 manzanas y albergar a una comunidad de más de 10 mil inmigrantes de origen italiano y ciudadanos italoamericanos en el corazón de Nueva York, hoy queda la leyenda y Mulberry Street. Una estrecha calle arrinconada por el distrito de Chinatown y el exclusivo barrio NoLIta, visitada en esta etapa de pospandemia por entusiastas neoyorkinos y paseadores del mundo quienes rastrean entre sus esquinas, locales y fantasmas, vestigios de lo que otrora fuera una de las mejores recreaciones de una aldea con el encanto y las oscuridades de la Italia sureña.

Expatriados. Para encontrar el alma y el espíritu de esta barriada símbolo de la italianidad y elevada a la categoría de ícono y de personaje por la literatura, el cine y el voz a voz popular en la llamada capital del mundo, remontémonos a la Italia deprimida de finales del XIX e inicios del XX, de la cual saldría una ola masiva de desterrados sureños hacia el nuevo continente.

Cientos de miles de estos nuevos exiliados llegarían a la isla de Manhattan tras el sueño americano y una buena parte de ellos se asentaría entre sus paisanos en Little Italy, una vecindad bulliciosa y superpoblada de clase trabajadora que se extendía entre Mulberry Street, Canal Street al norte y Bleecker al sur.

Estampa napolitana. Este territorio florecería en las primeras décadas del siglo pasado y se parecería a cualquiera barrio napolitano de familias compartiendo renta en edificaciones de ladrillo de mediana altura, pegadas una de la otra, con las escaleras antiincendios al exterior -t´ípicas de Nueva York- y enganchadas a las ventanas desde donde esos vecinos colgaban por igual, ropa recién lavada con el tricolor de la madre patria y la bandera del nuevo país.

Estos italianos y las nuevas generaciones italoamericanas armarían un micro mundo para acercarse a sus raíces y a su identidad mientras se abrían espacio a empujones en la sociedad y la vida norteamericana; con sus costumbres, sus tradiciones y su catolicismo para calmar la nostalgia y la malinconía que los invadía de cuando en vez.

Little Italy sería un mosaico de calles empedradas y personajes vociferantes en una mixtura de italiano revuelto con dialectos de la Italia profunda y salpicado de palabras en inglés. Muchos de sus residentes no cruzarían nunca los límites invisibles hacia la gran ciudad; su cotidianidad transcurriría en las mesas familiares y los encuentros en las festividades patronales y gastronómicas como el Festival de San Gennaro que, próximo a celebrar su centenario, aún atrae multitudes durante dos semanas cada septiembre.

Entramado neorrealista. El comercio y los mercados invadirían calles, aceras y primeros pisos para proveer al que rápidamente se convertiría en uno de los grupos étnicos más grandes e influyentes en Nueva York. Pensiones y negocios funcionarían bajo la protección y las reglas soterradas de los clanes mafiosos que operaban ahí y desde ahí, los cuales provocarían en buena parte, la estigmatización de esta colectividad.

El cine inmortalizó a Little Italy. El cine y la televisión se encargarían de construir la leyenda popular de esta vecindad, de ella saldrían jovencitos italoamericanos que escribirían su nombre en la pantalla grande. El director Martin Scorsese, quien habitaría el #232 y el #253 de Elizabeth Street con sus abuelos sicilianos, tiene una estrecha relación con este barrio, al punto que elegiría como protagonista de su película Mean Streets (1973) a Robert de Niro, quien también crecería ahí, y escogería como locación para rodar una escena, a la Basílica de San Patricio donde ejerció de monaguillo cuando niño.

Por allá en los años setenta, el maestro Francis Coppola de origen napolitano, también alimentaría el mito alrededor de este barrio con El Padrino, porque se inspiraría en su ambiente y su movida, para retratarlo y narrarlo en esta saga: rodaría la escena del bautizo en el interior de San Patricio y replicaría la procesión del Festival de San Gennaro para la muerte de uno de los jefes de la mafia. De Niro a su vez, quien debutaría como director con A Bronx Tale, filmaría con personajes de Little Italy. Y series de televisión también han aportado lo suyo, entre ellas Los Soprano, La Ley y el orden y Sexo en la ciudad.

Fundado en 1902, Angelo’s Restaurante se convertiría en toda una institución en el bajo Manhattan; cerraría sus puertas en febrero de 2018 a causa de un incendio en el edificio y no retornaría por el alza de las rentas. En 2022, abrió Casa D’Angelo inspirada en el antiguo local, con nuevos anfitrionesy ahí queda Bruno, un mesero italiano de las viejas épocas.

La transformación. Las últimas décadas del XX y las primeras del XXI serían épocas complejas para Little Italy y sus alrededores, diversos factores influirían en su transformación gradual tanto en la composición demográfica como en la cultural: las viejas generaciones se morirían; los italoamericanos insertados a esa sociedad multicultural donde crecieron, se mudarían a suburbios residenciales; otras Pequeñas Italias prosperarían en la isla; y residentes de orígenes diferentes y con otros intereses colonizarían estos contornos. Además los sitios más antiguos e históricos sucumbirían al cierre obligado por pandemia y luego, ante la disparada de las rentas.

Little Italy, una vecindad que se resiste a desaparecer y pasar al olvido, está representada hoy solo en una sola calle demarcada con letreros luminosos, la Mulberry Street, un espacio que insiste en perpetuar el legado de la italianidad y permanecer en la memoria popular a través de nuevas versiones retocadas.

Aquellos visitantes que se guían por su espíritu explorador y se adentran con otra perspectiva y en horas matutinas a este destino y sus inmediaciones, pueden admirar construcciones emblemáticas y arte urbano, encontrar objetos evocadores y percibir el eco de las buenas épocas de Little Italy, un barrio que seguirá unido a la historia y la leyenda de la ciudad de Nueva York y sus comunidades.

Con la colaboración del fotógrafo colombiano, David Troncoso, vecino de Little Italy desde hace cerca de tres décadas. https://www.davidtroncoso.com/outside

Bella Ciao: himno mundial de la resistencia

Cada 25 de abril los italianos celebran la ´𝐅𝐞𝐬𝐭𝐚 𝐝𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐋𝐢𝐛𝐞𝐫𝐚𝐳𝐢𝐨𝐧𝐞’ para conmemorar el día de la liberación del fascismo y la retirada de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, en 1945. En sus calles entonan 𝑩𝒆𝒍𝒍𝒂 𝑪𝒊𝒂𝒐, el canto símbolo del movimiento partisano, hoy himno mundial de la resistencia.

Cada 25 de abril los italianos celebran la ´Festa della Liberazione; conmemoran una fecha de gran importancia para la Italia moderna, el día de la liberación del régimen fascista y la retirada de los nazis tras la caída de Benito Mussolini durante la Segunda Guerra Mundial, en 1945.

Escucha este relato y la historia de Bella Ciao en en el pódcast de La Bernardi en spotify

¿Quiénes participaron en la lucha armada conocida como la resistencia partisana? Más de 300 mil héroes voluntarios nutrieron a ese grupo heterogéneo conocido como los partisanos, gente del común que han inspirados a escritores, poetas, cineastas y cantantes. Hombres y alrededor de 35 mil mujeres de todas las edades, condiciones sociales e ideologías, conformaron las redes de resistencia clandestinas contra el fascismo y la República Social Italiana.

El 25 de abril partisanos y Aliados entraron victoriosos en las principales ciudades italianas, la población los vitoreó y se fundió en abrazos con ellos. Por eso se escogió esa fecha como fiesta nacional en Italia, para celebrar la liberación y honrar a los que entregaron su vida en esta lucha para acabar con el régimen fascista. Se cerró uno de los capítulos más oprobiosos de la historia y se empezó una nueva era para la democracia en el país.

Por aquella época se popularizó el canto símbolo del movimiento partisano, Bella Ciao –  Adiós, bella en español, el himno de la resistencia italiana contra el fascismo y sus aliados nazis sería entonado en todos los rincones de la patria.

Este lunes, mientras los italianos del mundo celebran en las calles un nuevo aniversario de la Festa della Liberazione  estoy segura que tanto el tricolor nacional como esta pieza que ya es patrimonio de los italianos y del mundo, Bella Ciao, serán protagonistas de la jornada.

Gracias por acompañarnos en este nuevo viaje histórico de La Bernardi en Café Cultural de la emisora 88.5. Editora y fundadora de La Bernardi, Isabella Prieto Bernardi

100 años del Salesiano de Buscaglione en Tuluá

El alma de Italia y el espíritu de dos piamonteses, Don Bosco y Giovanni Buscaglione, habitan desde hace un siglo al Colegio Salesiano San Juan Bosco de Tuluá, una de las postales más auténticas de esta población vallecaucana.

Recorramos algunos de los recovecos de la memoria del Colegio Salesiano San Juan Bosco de Tuluá, una de las postales más auténticas de esta población del centro del Valle del Cauca, desde hace un siglo.

Escucha este relato en en el pódcast de La Bernardi en spotify

El alma de Italia y el espíritu de dos piamonteses habitan sus patios, pasillos y salones desde hace 100 años, desde cuando la comunidad de Don Bosco, le encomendara trazar y dirigir esta obra al religioso Giovanni Buscaglione, considerado «el más prolífico diseñador y constructor de edificios religiosos en todo el país durante este periodo de tiempo¨.

La edificación recoge lo mejor del trabajo arquitectónico del hermano salesiano, el maestro Giovanni Buscaglione, quien llegaría a Colombia en 1910 y donde expandió la obra salesiana en diversas regiones: construyó gran cantidad de iglesias, colegios, seminarios, lazaretos y granjas agrícolas.

El cineasta tulueño y exalumno del Salesiano, Carlos Palau, filmaría en sus instalaciones A la salida nos vemos, largometraje que recibió el premio de Mejor Opera Prima en los Festivales de Cine de Cartagena y La Habana en 1986.

La Bernardi felicita en este centenario inolvidable tanto a los tulueños como a la familia salesiana y a los exlumnos y los invita a preservar y visibilizar el valor del Colegio Salesiano San Juan Bosco de Tuluá.

Este viaje histórico en Café Cultural de la emisora 88.5, fue posible gracias al aporte del poeta Omar Ortíz y del periodista Victor Diusaba. Editora y fundadora de La Bernardi, Isabella Prieto Bernardi

Quesos Balilla de Silvia con sabor a Italia

La historia de los quesos Balilla de Silva producidos con la técnica y la tradición italianas, elaborados en los años setenta en una quesería artesanal, por una pareja de inmigrantes y luego en una planta con más de 45 operarios del oriente caucano.

Un buen día a finales de los sesenta, una pareja de inmigrantes ya maduros arribaría a las tierras montañosas de Guambia , para montar una fábrica de quesos en Silvia, con la técnica y la tradición italianas.

Don Balilla Batistini y doña María encontrarían la materia prima para producir sus quesos, leche de vaca cremosa y recién ordeñada, en las fincas y haciendas ganaderas de ese verde y frío valle formado por el río Piendamó y la quebrada Manchay, habitado por mestizos y campesinos desde la época de Francisco de Belálcazar –hijo de Sebastián- (1*) y por los pueblos indígenas Nasa y Misak desde tiempos prehispánicos.   

Don Balilla Batistini y doña María en su casa de Silvia (Cauca).

La primera sede. Ellos escogerían una zona muy céntrica de esa antigua población para instalar la primera sede de Quesos Balilla y su vivienda; sería una casa de dos pisos, diagonal al parque principal y a la Iglesia de Nuestra Señora de Chiquinquirá.

Con sus propias manos y una batidora este matrimonio elaboraría los primeros quesos silvianos con la receta tradicional de sus abuelos piamonteses: un mozzarella fresco de corteza finísima; un tilsit amarillo y suavecito; el gruyere blandito y aromático y ese provolone en forma de pera, de color pajizo, considerado hoy producto local estrella de Silvia y varios de los resguardos indígenas de este territorio.

Poco a poco los productos de esta quesería artesanal se colarían en las estanterías de las tiendas de abarrotes del pueblo junto al queso fresco envuelto en hoja de plátano y en ese gran mercado cubierto de los martes donde confluían cada semana, parroquianos, campesinos y comunidades indígenas de corregimientos y veredas cercanas tanto para vender como aprovisionarse de frutas, legumbres, verduras y todo tipo de víveres.

Las familias caleñas que tenían a Silvia como unos de sus sitios preferidos para escampar del calor de julio y agosto en la temporada veraniega y asistir a las celebraciones de Semana Santa desde inicios del siglo XX, quedarían impresionadas por las texturas y los sabores de los productos Balilla.

Esos asiduos visitantes pondrían los Quesos Balilla sobre sus mesas, bien fuera al desayuno o al final de la tarde cuando se colaba el viento del páramo por las rendijas, para acompañar con café o aguapanela y con aquellos panes de maíz que salían de los fogones de leña y carbón de las casas de tejas de barro y gruesos muros de adobe blanqueados con cal.

Un cliente habitual para sus platos de pasta del parmigiano madurado lentamente por don Balilla, sería mi abuelo italiano, Antonio Bernardi, cuando vacacionaba con su hija Italia y su prole, en esta población que vio nacer a su yerno, Carlos Alfredo Rengifo Orozco.

Entre ese par de paisanos, don Antonio y don Balilia, surgiría una camaradería alrededor de unas cuantas copas de vino tinto y trozos de quesos curados, casi podridos, que solo ellos dos encontraban apetitosos y que pertenecían a la producción personal del quesero Batistini.

Por los caminos carreteables de esos parajes del oriente caucano sería habitual para los madrugadores, encontrarse al camión de Quesos Balilla recogiendo los 600 litros de pura leche transportados en tinajas de aluminio y para los caminantes pedirle un aventón a la camioneta que acarreaba los productos Balilla rumbo a la conquista del mercado caleño.

La producción de esa pequeña planta artesanal pronto no daría abasto para el abastecimiento local y regional, por tanto los socios comerciales e inversionistas del señor Balilla, Pepino Sangiovanni -el mismo de Café Aguila Roja- y Ettore Pignate, trasladarían y ampliarían la fábrica ya en los años setenta.

La jovencita Carmen Rosa Hurtado entraría a trabajar en la casa de don Balilla y doña María en 1969 y durante 17 años estaría vinculada a la empresa. Ella es casi la única que hoy en Silvia mantiene su legado, cada semana en su pequeña cocina en el barrio Boyacá, elabora con sus manos el mozzarella y el provolone que vende en algunos locales y entre los vecinos que valoran esos quesos preparados artesanalmente.

Factoría de quesos. En terrenos de Olga Caicedo de Paredes, a unos 4 kilómetros de Silvia por la vía Totoró, y con maquinaria llegada desde Turín se levantaría la nueva factoría productora de Quesos Balilla con grandes tanques de almacenamiento, cuarto frío, bodega de maduración, centro de acopio de la leche y punto de venta.

Cerca de 45 operadores silvianos vinculados a esta próspera industria láctea, serían introducidos en el secreto del arte de transformar cada día, por medio de procedimientos naturales y tradicionales, unos 7.500 litros de leche fresca en cientos de libras de quesos madurados y curados de gran calidad y productos lácteos, para abastecer heladerías, pizzerías y empresas caleñas del tamaño y nombre de Rica Ronda.

Todo parecía apuntar a que la bonanza económica retornaría a Silvia gracias a los quesos, como cuando esta villa fuera capital de provincia(2*), tuviera al general Ezequiel Hurtado como presidente de Colombia (3*) y en esa región se viviera el auge quinero que atrajo a nacionales y extranjeros para extraer y exportar al mundo, la corteza que aliviaba las fiebres y dolencias que producía el paludismo, por allá a mediados del siglo XIX (4*).

Sin embargo, al separar sus caminos don Balilla y doña María, un buen día partieron cada uno por su lado. La fábrica de quesos cambiaría de dueños, después cerraría definitivamente sus puertas en la década del ochenta. Pero eso sí, aún en las esquinas del pueblo se dice con algo picardía, que los caleños aprendieron a comer buenos quesos por cuenta del legado de los Balilla y de Silvia.

Gracias por la colaboración del señor Célimo Fredy Fernández, doña Carmen Hurtado, la artesana tejedora, Jacinta Cuchillo y a mis primos Jorge Alonso y Juan Carlos Rengifo Bernardi

(1*) Francisco de Belálcazar, primer dueño de las tierras de Guambía hacia el 23 de octubre de 1562 (2*)Silvia sería capital del Cantón de Pitayó por 1854 y luego de la Provincia de Silvia en 1908. (3*) General Ezequiel Hurtado, político liberal nacido en Guambia (Silvia) quien ejerció la Presidencia de la República en 1884 por cuatro meses. (4*) Silvia se convirtió en centro de acopio de la quina, especie nativa la cordillera oriental de los Andes y producto de exportación mundial, con gran auge entre 1840 y 1860.

Bibliografía. MONOGRAFÍA HISTÓRICA DE SILVIA. JESÚS MARÍA OTERO 1968. LA HISTORIA DE LA QUINA DESDE UNA PERSPECTIVA REGIONAL. COLOMBIA, 1850-1882 YESID SANDOVAL B. CAMILO ECHANDIA.

Mauricio Ramelli, il grande esponente della pittura murale religiosa del XX secolo in Colombia

Il maestro Mauricio Ramelli Adreani, nato 130 anni fa a Bogotà, apparteneva alla dinastia di artisti, scultori e pittori Ramelli, che ha lasciato una grande eredità in diverse città colombiane. I legami di questa famiglia con la Colombia risalgono a suo padre, il maestro Luigi Ramelli Foglia, un artista svizzero nato nel Canton Ticino, formatosi a Firenze e con una carriera artistica.

La storia della Diaspora Italiana in Colombia seppure non estremamente copiosa rispetto a quanto avvenuto in altri paesi come Venezuela e Argentina, è stata caratterizzata da famiglie i cui esponenti si sono distinti in importanti attività professionali. Certamente l’architettura e l’ingegneria sono stati i principali settori in cui gli italiani si sono affermati professionalmente ma tra questi anche il settore dell’arte ha avuto un ruolo molto significativo. Non c’è dubbio che proprio la costruzione del teatro nazionale Cristoforo Colombo in Bogotà, progettato e diretto dall’architetto italiano Pietro Cantini, originario di Firenze, aveva svolto un ruolo “attrattore” per molti artisti italiani invitati a decorare l’importante teatro.

Tra questi artisti anche esponenti della famiglia Menarini, Gatto e Ramelli e proprio quest’ultima si era insediata definitivamente in Colombia e da qui la discendenza di tanti altri importanti artisti a cominciare da Luigi Ramelli e dal figlio Mauricio nato in Colombia nel novembre del 1891. A 130 anni dalla nascita ricordiamo le opere più significative grazie al contributo di Isabella Prieto di Cali. Olimpya Niglio.

Il maestro Mauricio Ramelli Adreani, nato 130 anni fa a Bogotà, apparteneva alla dinastia di artisti, scultori e pittori Ramelli, che ha lasciato una grande eredità in diverse città colombiane. I legami di questa famiglia con la Colombia risalgono a suo padre, il maestro Luigi Ramelli Foglia, un artista svizzero nato nel Canton Ticino, formatosi a Firenze e con una carriera artistica.

La revista INCONTRI publica el artículo escrito por La Bernardi y traducido por la arquitecta Olimpya Niglio, en su edición de enero y febrero de 2022, en la sección Rúbrica.

El Belén de San Francisco de Asís

El Pesebre en Colombia y en muchos países del mundo es una de las tradiciones más importantes de la Navidad del mundo cristiano con nueve siglos de antiguedad, esta es la historia del origen del Pesebre, más conocido como el Belén de San Francisco de Asís.

El Pesebre en Colombia y en muchos países del mundo es una de las tradiciones más importantes de la Navidad del mundo cristiano con nueve siglos de antiguedad, esta es la historia del origen del Pesebre, más conocido como el Belén de San Francisco de Asís.

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Se dice que el primer pesebre se realizó en la alejada y escarpada localidad de Greccio, en el centro de Italia, la noche del 24 de diciembre del año 1223 y se le atribuye al diácono Francisco de Asís (1181-1226). Este eremita y religioso italiano que revolucionó a la Iglesia con sus enseñanzas durante la Edad Media, en la época de los cruzados y del Sacro Imperio Romano Germánico, se inspiró al parecer, en la viva representación y celebración de las que fue testigo en Belén hacia 1220, durante un viaje evangelizador que llevó a cabo a los lugares santos, el fundador de la orden Franciscana.

Equipo creativo del pódcast de La Bernardi: editora Isabella Prieto, comunicadoras Sofía García y María José Campo. Escúcha 🔈 cada viernes 𝗟𝗮 𝗕𝗲𝗿𝗻𝗮𝗿𝗱𝗶, una historia entre Colombia e Italia en el programa Café Cultural por Clásica 88.5 FM https://www.clasica885.com Pódcast disponible en www.labernardi.com y en spotify.