Por Liliana Velásquez Urrego desde Italia. Mientras mi esposo y yo estuvimos contagiados con el Covid 19, un amigo de la familia vino a casa todos los días a traernos el periódico Libertà de Piacenza, provincia donde vivimos. El amigo se llama Fabio y aunque está en edad de disfrutar la pensión, es uno de los pocos que en esta época sigue en actividad, porque trabaja en una empresa de transporte.
Cada día llegaba muy puntual a las 8:45 a.m., protegido con mascarilla blanca y guantes azules, en compañía de su vivaz y consentido perro Ryan. Dejaba sobre la mesa del antejardín el diario, después daba a su mascota una vuelta por el jardín externo, y se iba para su oficina. Nosotros lo saludábamos desde la ventana. Era nuestro casi único contacto con el mundo exterior.
La gratitud, secuela del coronavirus. Siento enorme gratitud por Fabio, pues con traernos el periódico nos demostró afecto. Se comportó como un papá que cuida a sus hijos en momentos difíciles. Fue su modo de decirnos: “Los aprecio y estoy con ustedes”.
Boletín de guerra. Después de que nuestro vecino dejaba el periódico, lo leía con ansiedad. Durante los primeros días de la pandemia, parecía un boletín de guerra que solo informaba de contagiados, de urgencias, de muertos. El miedo por lo que sucedía, para lo cual no había explicación, aumentó al saber del fallecimiento de dos amigos el mismo día.
A pesar de lo cual, cada día buscaba un artículo, una foto, algo que mantuviera viva la esperanza de que las cosas iban a mejorar. Y fue así como me enteré de que otros dos allegados, residentes en ciudades diferentes, habían salido de cuidados intensivos y veían cada vez más cerca el momento de abrazar a sus seres queridos.
Noticias más amables. Poco a poco, empecé a encontrar noticias más amables: la situación va mejorando; hay menos contagios; algunas empresas inician actividades, el gobierno se organiza para enfrentar la crisis. Las familias idean la manera de ayudar a quienes pasan por dificultades y carecen de alimentos.
Por fortuna, mi cuarentena terminó. Después de 50 días de encierro, recibí una carta de la Oficina Sanitaria de Piacenza, en la cual me autorizan a salir por “actividades de absoluta urgencia”, como ir al supermercado o al médico.
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Ya el Covid 19 se fue de mi vida y espero no volverlo a ver. Fue un gran maestro que, a través del dolor, me enseñó a tener fortaleza y estar en paz. Después de esta experiencia, siento infinita gratitud con el Universo, por estar viva, por tener a mi hijo Alexandro y a mi esposo Alberto saludables. A pesar del miedo inicial, he logrado conservar la calma, gracias a la meditación y las actividades en casa.
Tener la idea de la muerte tan cercana, hace pasar por diferentes estados emocionales y es uno el llamado a seguir avanzando o quedarse en la negación, las críticas, la ira o el miedo. De uno depende aprender la lección y fortalecerse.
Hace dos semanas, fui examinada para ver si quedaban rastros del coronavirus. El médico me encontró bien y me remitió al hospital de Fiorenzuola d’Arda para la prueba clínica final. Mientras esperaba los resultados, me sentí como una adolescente que no ve la hora de tener las calificaciones de un examen del colegio.
Aunque ya sabía de mi recuperación, la carta de la Oficina Sanitaria que la declaró oficialmente, me llenó de felicidad. Además de ir al supermercado, son muchas las cosas que puedo hacer de nuevo: donar sangre y, sobre todo, el plasma que ahora se necesita para salvar vidas. Mis anticuerpos los necesitan quienes están hospitalizados y aún no los han desarrollado.
Los afectos. Durante este tiempo he recibido mucho afecto: desde la hija de mi esposo, quien trajo a casa las compras los días que estuve en cama, hasta el médico que dos veces al día llamaba para saber cómo seguía.
Es el momento de agradecer. Ahora puedo trabajar como voluntaria, llevando las compras a las casas de quienes no pueden salir. Puedo dar algo de lo que recibí y, como Fabio, llevar el periódico a alguien que también está encerrado y busca una buena noticia, como yo la busqué durante muchos días.
Soy una sobreviviente más de la guerra contra un enemigo invisible, y por ello estaré agradecida con el Universo por el resto de mi vida.
* Comunicadora caleña radicada en el norte de Italia. Amante del arte, la cocina y los viajes.