Nelson Osorio Lozano, el gran embajador de la italianidad en Colombia y en Italia -una causa a la cual dedicó su vida entera-, escogería a Roma para despedirse de este plano terrenal. Desde la orilla eterna del padre río Tíber partiría este gran amigo que me traería la pandemia justo en ese momento de su vida cuando había retornado a esta capital como Consejero de Cultura de la Embajada de Colombia hacía apenas cinco meses.
El 26 de agosto de 2020, cuando iniciaba el proyecto de La Bernardi en el mundo virtual, empezaría también nuestra entrañable relación de los nuevos tiempos a través de una inacabable conversación telefónica, gracias a un lazo tendido por nuestra amiga mutua, Sonia Serna. Nunca nos vimos personalmente, pero desde ese entonces tendríamos con Nelson una comunicación nutrida que no paró nunca, mediada por una extensa cadena de mensajes de WhatsApp que atesoro como testimonio de la amistad que establecí con ese ser humano generoso en extremo con su conocimiento como historiador, diplomático, gestor cultural y curador de arte y música.
Este biógrafo y genealogista me daría clases riquísimas y me compartiría innumerables anécdotas sobre el legado de la migración italiana en Colombia porque dedicaría buena parte de su tiempo a ese tipo de rescates y memorias. Me instruiría sobre genealogía y me diría: “es una rama auxiliar de la historia, muy valiosa y útil pero a menudo vilipendiada y menospreciada. Son estudios humanos y sociales que nos dan muchas claves sobre todo”.
De él aprendí a valorar la labor a la cual le estaba dedicando buena parte de los días y las noches de encierro durante la cuarentena para recuperar, documentar y escribir sobre la historia de mi familia colombo italiana y de tantos otros migrantes por estas tierras en el blog www.labernardi.com. Me diría que mi trabajo consistía en: “ser custodia y divulgadora de tan hermoso legado”.¡Qué gran responsabilidad con la que me dejaste!
Me ilustraría “de varios troncos genealógicos muy interesantes en ese occidente nuestro: Ascione, Sardi, Scarpetta, Sangiovanni, Bellini, Giovanelli. Los Ramelli del Ticino suizo, descendiente de Luigi uno de los decoradores del Teatro Colón que se quedó”. Sobre estos italianos que habitan en ese cantón aseguraba: “son italianos. Punto e basta. Al final del medioevo se mamaron de tanta guerra. Huyeron de Como… Bergamo y suplicaron ser suizos. Lo lograron”.
Tenía en su cabeza el mapa de la italianidad colombiana. Con picardía me decía que se dateaba de sus fuentecillas caleñas: “Francesco Giovanelli Eder se casó con Carolina Murgueitio. Y Sandra Giovanelli Eder con Antonio de Roux. Él le seguiría la pista a ramas de descendientes del general José María Obando: “gente payanesa de la mayor prosapia. Mariano Lugari se casó con Cecilia Castrillón Muñoz, hija de Eduardo Castrillón Mosquera y Soledad Muñoz Obando. Pietro Lugari se casó con Alicia Castrillón Muñoz, hermana de la anterior”.
Siempre honraría las distinciones y los honores que había recibido de parte de sus dos patrias y del Vaticano, este profesor miembro de diversas academias y patronatos con una extensa hoja de servicio por su labor: primero como Commendatore di Prima Classe della Stella d’Italia y luego promovido a la categoría de Grand´Ufficiale.
En su canal de YouTube, en el de la Ambasciata d’Italia Bogotà y en el de sus amigos, dejaría constancia de sus trabajos de divulgación como Italia en la Historia del que se sentía orgulloso porque la Embajada de Italia había celebrado su buena factura. A finales de ese 2020 me anunciaría con emoción que estaba preparando la serie Italia caminante para exaltar seis historias de vida y de valor, alrededor de la contribución moral y material de los migrantes italianos a nuestro proyecto de Nación en varias regiones de Colombia, en el marco de la Semana de la Lengua, la Cultura y la Memoria Italiana en el mundo.
En esa ocasión me daría uno de los más valiosos regalos que recibí de él en forma desinteresada, al incluir en esa galería de “colosos” como él los denominó, a mi abuelo el constructor italiano Antonio Bernardi por su aporte vital e intelectual a Colombia.
En ese proyecto que el mismo describió como: “hacer luz y memoria sobre estas vidas esforzadas y creadoras y exaltarlas ante las nuevas generaciones, resulta un apremiante deber”, reconstruiría la biografía del matemático y profesor de la Universidad Nacional, Carlo Federici (Ventimiglia, Impera 1906- Bogotá 2005); la de Edelweiss Pacciotti de Gonzalez, la gran profe y literata de la U. Nacional fallecida en los ochenta, latinista, dantista, suegra de Jorge Orlando Melo y Estanislao Zuleta y la vida del padre Saverio de Nicolo. Haría también una reminiscencia de italianos pujantes asentados en Cúcuta: Alberto Donadio Copello y de Roberto Violi por su liderazgo y amor por Barranquilla.
Y es que Nelson siempre fue un abanderado de la causa italo colombiana. Tenía una colección de pinochitos tallados en la propia aldea de Collodi, cercana a Florencia. Con el embajador de Italia de ese momento, Gherardo Amaduzzi, el Istituto Italiano de Cultura en Bogotá y diversas entidades culturales colombianas, harían la restauración integral del sepulcro del compositor de Ceccano, Oreste Sindici (1828-1904), autor de la música del Himno Nacional: “la tumba toda en mármoles de Carrara auténticos, traídos de Italia y trabajados a mano por nuestros marmoleros del Cementerio Central de Bogotá”.
Nelson no paraba, luego vendrían iniciativas alrededor de Dante 700, como un homenaje al sumo poeta en sus efemérides. Luego emprendería un viaje al pasado con otra de sus grandes pasiones, la curaduría de la sala de Colecciones en la nueva Torre Bancolombia, donde exaltaría la música, la poesía y la armonía. Y después vendría una inmersión histórica: “El peregrino de la Libertad. Bolívar por Italia 1805” dedicada a la estancia breve, pero que marcó de manera indeleble el camino de la vida del Libertador.
Cuando mi proyecto irrumpió en la radio con la sección La Bernardi, una historia entre Colombia e Italia, por la emisora Clásica 88.5 FM, acudiría a Nelson para consultarle sobre una cortinilla musical que remitiera a la audiencia a Italia. Me recomendaría una música espectacular de puras mandolinas juntas de la Orchestra mandolinistica di Lugano. Me escribió: “es riquísima en sonoridades, pero ves a Italia, sus Alpes… sus mares azules… sus colinas… sus pueblitos… su arte… su comida… su todo”. Y no se equivocó, esa cortinilla se volvería el sello de entrada de esa sección de la cual era colaborador asiduo.
Pasaron los meses y llegaría el 2023, el año de publicación de mi libro Historias de la Bernardi. De nuevo recurriría a él, al amigo, a ese italiano de corazón, para que me escribiera el prólogo y como siempre acogería mi obra como su causa y desde Roma recibiría a los pocos días un bellísimo texto que les comparto con lágrimas en los ojos:
Es difícil llamar prólogo a lo que quizás es tan solo, de mi parte, un verdadero prefacio de admiración. Un preámbulo a vivencias dulcemente narradas. Una antesala a la conciencia plena de la autora de ser puente entre culturas y también entre destinos.
Es prefacio porque deseo anticiparles, desde la orilla eterna del padre río Tíber, que cada página del libro que hoy llevan sobre sus manos y ante sus ojos les conmoverá profundamente, por testimonial, por su exquisita prosa, por su relato hilado con delicadeza y filigrana.
Es preámbulo porque quiero ser tan sólo ese barquero que les cruce, amigos lectores y amigas lectoras, por azul afluente, a esa floresta de encantos honestos que son las buenas letras y en la que pronto Isabella Prieto Bernardi nos sumergirá.
Y es finalmente antesala de mi personal testimonio por ese don que se descubre en la personalidad rica, polifacética de Prieto Bernardi. Ha nacido para mujer puente entre culturas, entre seres humanos, entre realidades históricas, geográficas, aun las más distantes. De ahí la viajera, la que comunica la vida, la buena nueva, la realidad activa de su amor a su patria, Colombia, y a la italiana y no menos amada patria ancestral.
Con la visión de profeta, del místico poseído de todos los arcanos y saberes, dijo hace siete centurias el divino poeta Dante Alighieri, cual bendición ultra secular a todos los que veneramos su cuna, su pueblo, su lengua y sapiencia: «Il bel paese che l’ Appennin parte, il mar circonda e l’Alpe». Y a fe que Isabella ha hecho de su credo de amor al bel paese, que cantó el florentino inmortal, acto, potencia y vida.
Gracias por tanto querido Nelson, te extrañaré!!!
Italia caminante: «Uno dei Nostri, quiere rendir la Embajada de Italia en Colombia al gran ciudadano Antonio Bernardi. Constructor, proyectista urbano. El orgullo de edificar ´a la italiana´. De los Alpes venetos al tropical Valle del Cauca. Una historia, una raíz, un árbol frondoso»: diría Nelson Osorio en la presentación de este capítulo dedicado a mi abuelo.