Ése lunes primero de mayo de 1950, mientras en el país se conmemoraba el Día Internacional de los Trabajadores y se registraba la violencia entre liberales y conservadores en los titulares de la prensa, los Bernardi Ospina abordarían el tren en la Estación de Armenia, -la edificación construida 20 años atrás por Antonio- con destino a Cali, la capital del Valle del Cauca, que ya sobresalía como polo de desarrollo agro industrial, comercial y financiero.
Antonio, Camila, Regina, Gladys, Italia y Mainardo (1*), se despedirán de su familia del Viejo Caldas y de la ciudad habitaron durante doce meses como en otras ocasiones. A modo de bienvenida se colaría por la puerta del vagón en el que se habían acomodado los seis pasajeros, la primera brisa caliente de ese territorio que bordea el valle geográfico del río Cauca.
Las inundaciones del Cauca. Ellos descubrirían la belleza paisajística del Valle del Cauca enclavado entre dos cordilleras, la Central y la Occidental, así como también la dulzura de su mecato artesanal entre parada y parada de su travesía en la ruta ferroviaria de la derivación Zarzal – Armenia. Y con el traqueteo de la máquina aparecerían también, los estragos ocasionados por los fuertes temporales del fenómeno climático de La Niña: hectáreas anegadas de cultivos de caña, algodón, maíz, sorgo y cacao; semovientes flotando, y fincas y poblaciones ribereñas cubiertas por las aguas del Cauca y sus afluentes.
Al cabo de unas horas la ruidosa y humeante locomotora de este medio de transporte y de comunicación que se convertiría en el símbolo del progreso y el camino hacia la modernidad del departamento al acercar al interior del país con el puerto de Buenaventura y el Canal de Panamá, irrumpiría con su pito por el norte de Cali como lo había hecho estrepitosamente por primera vez en ese lejano 1915. Los niños que corrían al lado de los rieles anunciarían la parada final para alegría de los Bernardi Ospina.
La Estación de la 25. Ellos descenderían en la antigua y bastante concurrida Estación del Ferrocarril de la Calle 25, una hermosa construcción donde la algarabía de la multitud de apresurados viajeros, personas con arrumes de maletas, vendedores ambulantes, emboladores y todo tipo de personajes tradicionales del Cali viejo, ofrecían un espectáculo revelador esta ciudad desde la cual el suroccidente colombiano se comunicaba con el mundo y a la cual arribaban 6 nuevos habitantes.
La casa de arriendo. La familia se alojaría los primeros días en un hotel del centro mientras llegaba la mudanza con sus pertenencias. Rápidamente Camila encontraría para alquilar una vieja casona en la Carrera 9 entre Sexta y Séptima, propiedad del doctor Orozco Micolta y la señora Emma Varela, que se acomodaba a su exiguo presupuesto; y matricularía a a los dos jovencitos de la familia en sus respectivos planteles; a Italia en el Colegio La Sagrada Familia del barrio El Peñón y a Mainardo en el San Luis Gonzaga, en la sede del centro, para iniciar año lectivo en septiembre de 1950.
El constructor en acción. Muy pronto Antonio retomaría su carrera de constructor a sus casi 50 años con la gran experiencia urbanística y arquitectónica en Manizales, Armenia, Ibagué, Girardot y Bogotá que lo respaldaba. Montaría su oficina en el Edificio Hormaza (Carrera 5 con Calle 10) y su hija Gladys se desempeñaría como su secretaria y dibujante; y desde ahí contactaría a su amigo y paisano, el ingeniero romano, Renato Giovannelli, y sería éste calculista estructural quien le abriría las primeras puertas y mandaría los primeros clientes.
Fábrica de Celanese. Al poco tiempo Bernardi ya tendría dos ofrecimientos, construir el Edificio Magun en la Avenida Colombia de Cali y levantar la fábrica de Celanese en Acopi, que recibía ya para ese entonces las plantas de multinacionales que optaban por asentarse en la zona industrial del municipio vecino de Yumbo, por las ventajas competitivas que se ofrecían: exención de impuestos y menores costos de producción y distribución.
Las piezas del engranaje familiar se acomodarían. Antonio, con un sueldo mensual de solo $600 pesos se emplearía en Celanese, luego de trabajar 20 años como constructor independiente. Cada mañana durante 4 años, madrugaría para tomar el bus de la empresa llevando el almuerzo que Camila le preparaba. Ella, por su parte, quien administraba las finanzas familiares, decidiría buscar otras entradas, para ello acudiría a su primo hermano también de Santa Rosa de Cabal, Artemo Franco Mejía, para que por medio de sus buenas relaciones como gerente del Banco de Bogotá, les consiguiera puesto a las dos hijas mayores. Las dos señoritas entrarían a la vida laboral en los almacenes femeninos de más renombre de la ciudad, Regina trabajaría como vendedora del ´Van Realpe` del señor Tafur y Gladys como cajera de ´Fantasías Femeninas´ en el edificio Zaccour.
Y el 31 de diciembre de 1950, en esa Cali atravesada por un río que con más de 200 mil habitantes se expandía a toda velocidad ante la avalancha del éxodo campesino producto de la Violencia; en esa urbe en la cual se fusionaban diversas culturas y etnias en sus calles, que ya ostentaba el apelativo de Capital Deportiva y en la cual sus noches vibraban al son de un ritmo musical venido de las Antillas; los Bernardi Ospina con el espíritu resiliente de los inmigrantes italianos y arrieros paisas, se acostarían ese fin de año con una certeza, al fin habían llegado a su ciudad.
Nota. Los anteriores artículos de esta serie de la familia Bernardi desde el momento que Antonio salió de Italia, recorrió Suramérica y llegó a Colombia en 1926 para luego recorrer diferentes ciudades del país en momentos coyunturales de la historia, los puede leer en la Categoría Antonio Bernardi de este blog.
Ilustración de portada. Diseñadora Paula Henao. Fuentes citadas. *Gracias a la narración de mi madre, Regina y mi tía Italia Bernardi Ospina se han reconstruido las vivencias de la familias Bernardi Ospina a su llegada a Cali. Archivo fotográfico: familia Bernardi Ospina.
(2*) Fotografías antiguas de diarios, de Cali y del río Cauca de la Biblioteca Departamental Jorge Garcés Borrero y el Fondo Archivo del Patrimonio Fotográfico y Fílmico del Valle del Cauca.
(1*) Antonio Bernardi de Fina nació en Ponte Nelle Alpi, provincia de Belluno, Italia (6-10-1900), hijo de Teodoro Bernardi y Regina De Fina. Murió en Cali (Colombia) (25-03-1977). Camila Ospina Mejía, nació (6-04-1905) en Pereira, departamento de Risaralda – hija de Luis María Ospina y Ana Joaquina Mejía. Murió en Cali, Colombia. Regina Bernardi nació en Manizales el 24 de julio de 1929, actualmente vive en Cali. Gladys Bernardi nació en Manizales el 11 de mayo de 1931 y murió el 8 de abril de 2002 en Cali. Italia Bernardi nació en Armenia el 18 de enero de 1935, actualmente vive en Cali. Mainardo Bernardi Ospina, nació en Armenia el 19 de febrero de 1938 y falleció en Cali el 28 de enero de 2011.
Pocos blogs reúnen tanto en tan poco. Pasar por aquí es recorrer a Cali de abajo a arriba, ir del pasado al presente en un abrir y cerrar de ojos. Su lectura, sin embargo, me deja una sensación agridulce, como preguntándome: ¿Qué nos pasó? Qué calles, qué edificaciones, qué limpieza, qué orden en esa ciudad, antes puerto. Le dimos la espalda al río Cauca, ignoramos las advertencias de la legión de ingenieros húngaros que nos visitó a mediados del siglo pasado y en la que aconsejaba no desarrollar la ciudad más allá de la actual autopista suroriental. Tenía razón: qué dolor de cabeza el oriente. No por la violencia –eso parece vivir en el gen de los colombianos, desde La Guajira hasta el Amazonas—-, sino por estar debajo de la cota del río. ¡Tanto dinero invertido allí para hacer viable su poblamiento! Hoy hay que pagar para que se salgan de la orilla del río, y darles casa. Qué nostalgia la Cali que nos retrata aquí esta hija de corajudos italianos. Recuerdo el Club Náutico, allí delante de Premolda, cerrado a causa de todos los muertos que depositaron los narcos en sus aguas. Hoy eso que fue un hermoso club, es un restaurante con adornos que dan apariencia de un puerto clausurado. Ver esos vapores, qué nostalgia (En Guayaquil, Ecuador, el río Guayas de noche es una fiesta, como era el Club Náutico de Cali en los 70). Y la estación de trenes. Yo mismo tomaba el tren a Buenaventura de la mano de mi madre en la bella estación de la Calle 25, hoy cuasi en ruinas, y me quedaba lelo viendo los murales levantados por Hernando Tejada, el mismo que nos regaló el Gato del Río. A qué horas la bella Cali que se levantó con la ayuda de los Bernardi se nos fue deteriorando. Estos pasajes me hicieron recordar la hermosa descripción que hace en El Dorado, el explorador suizo Erns Röthlisberger, a su llegada a Cali en 1885: «El día 9 de enero, después de 8 horas de caballo, llegamos a Cali, capital del Cauca, y su máxima plaza comercial. De lejos Cali ofrece el aspecto de una ciudad mora o judía. Alzase a la derecha, de modo bastante abrupto, la Cordillera Occidental, que forma una serie de desnudas sierras parecidas a las pirenaicas; pero en el propio valle, las palmas circundan el caserío. Todo esto, bajo un cielo maravilloso, crea la pintoresca hermosura de la estampa de Cali». Lo escribió un suizo, a finales del siglo XIX. Y yo lo lloro ahora. Gracias Isabela por hacerme vivir esa Cali que se nos ha ido borrando de la memoria. En todas estas historias ya hay un libro. Non lo dimenticherò mai. Congratulazione….
Gracias por leer con tanta atención este artículo donde ya se vislumbra Cali como una de las protagonistas de esta historia, la ciudad que recibió con los brazos abiertos a los Bernardi Ospina, esta familia colombo italiana que llegó como tantas otras en los años 50, en la busca de oportunidades para asentarse definitivamente… De esa Cali que describes ya no se irían nunca mis abuelos… sería este su último hogar.
Nosotros tampoco nos iremos. Así tengamos sangre de otras tierras, este era el paraíso prometido. García Márquez solía decir —a propósito de si sus raíces eran árabes— que uno es de donde tiene los muertos. Yo tengo los muertos y los vivos.